lunes, 24 de diciembre de 2018

La retirada de Siria cambia las reglas del juego

El repliegue de EE.UU. desplaza el conflicto mundial

Al retirar sus fuerzas de Siria y Afganistán y aceptar la tregua local en Yemen, tras la renuncia del secretario de Defensa Trump desplaza la confrontación a América y Asia
por Eduardo J. Vior
Infobaires24
23 de diciembre de 2018
Eduardo J. Vior
Las decisiones del presidente norteamericano de retirar sus tropas de Siria, reducir sus efectivos en Afganistán y avalar el cese del fuego en el puerto de Hodeida, Yemen, provocaron la renuncia del secretario de Defensa, general James Mattis. Por sus implicaciones y alcances la triple decisión se asemeja al retiro estadounidense de Vietnam en 1973. Entonces, como ahora, el Imperio se retiró para concentrar sus fuerzas y contraatacar.
El pasado jueves 20 el jefe del Pentágono anunció que abandonaría el cargo a finales de febrero por sus diferencias estratégicas con el presidente. “Porque usted tiene el derecho de tener a un Secretario de la Defensa cuyos puntos de vista estén mejor alineados con los suyos, creo que es correcto que yo me retire de mi cargo”, informó Mattis en una inusualmente dura misiva dirigida al mandatario.
Mattis pertenece al grupo de los militares globalistas que acompañaron a Trump al inicio de su administración y condicionaron su política. Luego de la salida del general MacMaster, a fin de año se retira Kelly y dos meses después Mattis. Todavía queda el consejero de Seguridad Nacional, John Bolton, quien, aunque civil, sigue abanderando el globalismo más agresivo.
Según diversas versiones, la decisión de abandonar Siria fue tomada unilateralmente por Trump. El presidente justificó la salida de Siria en el “triunfo” que los 2000 efectivos de las fuerzas especiales habrían alcanzado sobre el Estado Islámico (EI). Sin embargo, está demostrada la ineficiencia de sus tropas, cuando no su falta de voluntad para combatir a los terroristas. Más bien las fuerzas especiales de EE.UU. se concentraron en proteger a las milicias kurdas que ocupan el tercio norte del territorio sirio.
En lo inmediato el presidente sacó las conclusiones correctas de la aplastante superioridad estratégica rusa entre el Éufrates y el Mediterráneo. Siria recibió recientemente entre seis y ocho baterías de misiles antiaéreos rusos S-‎‎300/PMU2, con un radio de acción de 250 kilómetros, para proteger su aviación y sus instalaciones militares. Más importante aún es la implementación en el país árabe del sistema ruso de gestión automatizada del espacio aéreo Polyana D4M1, que coordina la defensa antiaérea con la aviación. ‎‎Polyana D4M1 puede abarcar 800 kilómetros cuadrados, seguir ‎simultáneamente 500 objetivos para la aviación y la cohetería y ordenar a la vez el derribo de 250 ‎blancos. Gracias a este sistema los mandos de la aviación siria reciben ‎también informaciones de los aviones rusos de control radioeléctrico A-50U y de los satélites rusos de vigilancia. ‎Desde el despliegue de las nuevas baterías las incursiones aéreas occidentales se redujeron en 80%. Los aviones israelíes cesaron de sobrevolar territorio sirio desde el 18 de septiembre.
Más allá de la superioridad tecnológica rusa, equiparar este desarrollo habría obligado a EE.UU. a un despliegue gigantesco de fuerzas imposible de justificar en el momento actual.

Algo similar sucede en Afganistán donde, después de 17 años de guerra continuada, los talibanes han avanzado hasta convertirse en unidades altamente tecnificadas capaces de coordinar acciones simultáneas en gran parte del territorio. Como al mismo tiempo los respalda el histórico patriotismo de su pueblo, es imposible que la coalición occidental y sus aliados locales puedan vencerlos. Por esta razón, el presidente ha ordenado también el retiro de 7.000 efectivos en los próximos meses, casi la mitad del total de los norteamericanos involucrados allí.
Las repentinas decisiones de Donald Trump, sin consultar ni informar a sus aliados occidentales ni a los locales, es especialmente un duro golpe para Gran Bretaña, segundona en ambos frentes de batalla y con intereses propios en el Oriente Medio ampliado. Para reafirmarlos, el secretario británico de la Defensa, Gavin Williamson, viajó urgentemente a Kiev el pasado viernes 21. Durante su visita aseguró a sus anfitriones que el Reino Unido no aceptará que el Mar Negro caiga bajo exclusivo control ruso. Para respaldar su declaración, la Royal Navy envió el buque de reconocimiento HMS Echo que el secretario visitó en el puerto de Odessa. Williamson respaldó la posición ucraniana, después de que el mes pasado tres navíos de ese país quisieron forzar el paso por el estrecho de Kerch, entre Crimea y el continente, y fueron abordados por buques rusos.
El viernes asimismo el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó unánimemente encomendar a un equipo de la organización el monitoreo por 30 días del alto el fuego acordado hace pocos días entre la resistencia yemenita y las fuerzas de la coalición internacional liderada por Arabia Saudita en el puerto de Hodeida, en el norte de Yemen. Para que la unanimidad fuera posible, ante la presión rusa la delegación norteamericana debió renunciar a un pasaje de la enmienda que propusiera al borrador presentado por los británicos, en la que acusaba a los iraníes de violar la prohibición de enviar armas a los defensores del puerto.
No sólo es importante que la resolución haya sido adoptada unánimemente, sino también que haya tenido el apoyo de sauditas y emiratíes, los principales involucrados en la invasión al país surarábigo, y que Washington haya cedido ante la defensa rusa de la posición iraní. Evidentemente, también aquí el presidente Trump retrocede y hace gestos de paz a su par ruso.

Las concesiones del mandatario norteamericano no son una muestra de debilidad sino de realismo. Desde 2002 los Estados Unidos se han involucrado entre Libia y Afganistán, entre el Cáucaso y el Océano Índico, en un sinnúmero de guerras y conspiraciones en las que –siguiendo la teoría del almirante Arthur Cebrowski (1942-2005)- buscaban destruir los estados nacionales de la región, para hacerla más fácilmente dominable, debilitar la influencia de Rusia y China y poner sus recursos naturales a disposición de las grandes corporaciones. Más allá de los enormes destrozos humanos y materiales provocados, los militares estadounidenses han fracasado: Irán no ha caído, Irak se reconstruye, Siria ha vencido y Rusia y China tienen más influencia regional que antes.
De la derrota Donald Trump ha sacado las conclusiones correctas. Por eso ahora retira las tropas, para concentrar fuerzas y consolidar la defensa de sus principales áreas de dominio: Asia Oriental, Europa y América Latina. Nuestro problema es pertenecer a la tercera de ellas. El fin de la gran guerra del Medio Oriente es el comienzo de un nuevo round por el dominio mundial.

viernes, 14 de diciembre de 2018

Se asoma un desconocido nuevo orden mundial

Aún no se sabe quién heredará a los globalizadores

En EE.UU., Gran Bretaña, Francia y Alemania el neoliberalismo se está retirando, pero ofreciendo resistencias. La lucha por su sucesión está abierta y el futuro es incierto.
por Eduardo J. Vior
Infobaires24
14 de diciembre de 2018
Eduardo J. Vior
En ambas márgenes del Atlántico Norte 2018 se cierra ante un horizonte de ríspidas batallas políticas y sociales. Heterogéneas coaliciones de masas buscan recuperar sus estados para imprecisos imaginarios nacionales, mientras que fuerzas competitivas buscan adueñarse del timón de esos sueños. Según quien triunfe, será el perfil del mundo venidero.

Cuando en la elección legislativa del pasado 6 de noviembre los demócratas conquistaron la mayoría de la Cámara de Representantes, estaba claro que aprovecharían las facultades que les da la Constitución para iniciar el juicio político al Presidente. Para ello necesitan que la Justicia les brinde suficientes evidencias sobre el mandatario. El fiscal especial Robert Mueller, que investiga al presidente desde que asumió el mando, está ansioso por ofrecerlas, pero todavía no tiene suficientes.
El pasado miércoles 12 por la tarde una corte federal de Manhattan condenó a Michael Cohen, quien durante mucho tiempo fue el abogado y persona de mayor confianza de Donald Trump, a una pena de prisión de tres años por haber tratado de comprar el silencio de dos mujeres que mantuvieron hace años relaciones sexuales con el actual presidente. Sin embargo, aunque colaboró con el tribunal, a Cohen se le negó la indemnidad. Ante la corte el abogado de 52 años asumió la responsabilidad por sus delitos diciendo que su deber era servir a Trump y “encubrir sus sucias acciones”.
En esta macroinvestigación dirigida por el procurador especial Robert Mueller el presidente enfrenta tres posibles acusaciones. Si bien el proceso se originó en la sospecha sobre su probable connivencia con agentes rusos para dañar la imagen de Hillary Clinton durante la campaña electoral, éste es el cargo menos sólido. La segunda acusación –ya más consistente- es que el mandatario mintió ante los investigadores y presionó al FBI para frenar la pesquisa, según lo acusa el desplazado jefe de la institución James Comey. La tercera inculpación (el pago a las dos mujeres), a su vez, ya está probado. ¿Qué puede pasar ahora?
Los pagos ilegales a las dos mujeres configuran un delito, pero solamente mediante el juicio político se puede sentar a Trump en el banquillo de los acusados. Como mayoría en la cámara baja, a partir de enero la oposición podría impulsar el proceso, aunque difícilmente ganaría en el Senado, de mayoría republicana. Sin embargo, los demócratas dudan de la conveniencia de basarse sólo en este cargo. Por el contrario, si se demostrara que Trump colaboró con el Kremlin o que obstruyó a la justicia, el panorama mudaría.
Mediante su política nacionalista y su férrea voluntad de poder, Donald Trump ha arrinconado al globalismo, pero ha abierto la puerta a toda suerte de aventureros que se consideran llamados a asaltar el poder y tendrá que librar duras batallas para llegar en 2020 a la reelección.
El acuerdo entre el Reino Unido y la Unión Europea no avanzó un paso, pero la primera ministra Theresa May sigue en su puesto, después de que los conservadores eurófobos fracasaran en su intento de sacarle la jefatura del Partido. En la mañana del miércoles los rebeldes presentaron una moción interna de censura contra la jefa del bloque parlamentario y primera ministra, pero 200 legisladores la respaldaron contra 117. Con esta victoria May puede seguir liderando el partido para los próximos 12 meses, pero carece de mayoría parlamentaria, porque –si se diera en los Comunes una votación sobre el Brexit, los rebeldes se manifestarían contra su jefa. Por esta razón, May confirmó también que no liderará a su partido en la elección parlamentaria de 2022, aunque se negó a confirmar, si continuará en el gobierno después de que el Brexit entre en vigor en marzo de 2019.
El tema de fondo sigue irresuelto. El acuerdo que May alcanzó con la UE en noviembre solo tendrá vigencia si el parlamento lo aprueba antes del 21 de enero, la fecha más tardía para empezar a votar las leyes necesarias para organizar la salida de la Unión. La votación debía hacerse el martes pasado, pero el lunes la primera ministra la suspendió ante la perspectiva de una gran derrota. Por eso pasó el martes recorriendo infructuosamente el continente, para pedir ayuda. Sin emabrgo, la UE se apresuró a avisar que el acuerdo era “el mejor posible” y que es inmodificable.
Los eurófobos denuncian que el acuerdo es una trampa para que no haya Brexit, porque permite mantener indefinidamente las regulaciones europeas en Irlanda del Norte, que tiene frontera seca con la República de Irlanda, rompiendo así la unidad del Reino. Hasta la votación puede suceder de todo, incluso que la oposición presente una moción de censura a la primera ministra, como el Partido Nacionalista Escocés pidió al laborismo. Si Corbyn finalmente se decide a presentarla, necesita el apoyo de dos terceras partes de la Cámara para que caiga May, pero si gana sólo por mayoría simple, la primera ministra tendría 15 días para formar una nueva alianza de gobierno. Si no lo logra, la tarea pasará al laborismo que deberá buscar para ello una mayoría parlamentaria.

Entre tanto, a pesar del atentado terrorista que el martes pasado costó la vida a tres personas y dejó otros trece heridos en el mercado navideño de Estrasburgo, Francia se prepara para un nuevo fin de semana de protestas de los Chalecos Amarillos. En una conferencia de prensa dada en la sala del Juego de Pelota de Versailles, donde en junio de 1789 el Tercer Estado se constituyó en Asamblea Nacional, Maxime Nicolle y Priscillia Ludosky (voceros del movimiento) desestimaron el discurso que el presidente Emmanuel Macron dio el lunes pasado y convocaron a movilizarse “más que nunca” este 15 de diciembre. Ambos exigieron al gobierno que baje ampliamente los impuestos y convoque a referéndum, cuando la población lo reclame.
Ante la eventualidad de que se produzcan nuevos y violentos choques como los del sábado pasado, Benjamin Griveaux, vocero del Elíseo, declaró el jueves que el gobierno “por ahora” no piensa prohibir la manifestación del sábado, pero que apela a la “razonabilidad” de los movilizados.
Después del golpe terrorista del martes a la noche la oposición, que hasta ahora apoyaba unitariamente a los manifestantes, se dividió. Por la derecha, Laurent Wauquiez, presidente de Los Republicanos, pidió que se suspenda la protesta del sábado próximo. Una posición similar adoptó Marine Le Pen.
También la izquierda está dividida. Mientras que Jean-Luc Mélenchon, líder de La Francia Insumisa, acusa a los partidos del régimen de instrumentalizar el atentado contra la movilización de abajo, el disminuido grupo socialista en la Asamblea Nacional abogó por suspender la manifestación.
Apoyado por un abanico variopinto de fuerzas políticas, el movimiento de los Chalecos Amarillos ha expresado hasta ahora la veta popular del nacionalismo francés, oponiendo una cierta idea plebeya de Francia al aristocratismo de Emmanuel Macron, mientras que los partidos establecidos, intelectuales y medios boquean en busca de respuestas.

En Estados Unidos el nacionalismo trumpista ha vencido al globalismo neoliberal, pero éste se venga ahora promoviendo el juicio político al presidente. En Gran Bretaña, en tanto, Theresa May busca salvar la centralidad de la City de Londres en la economía financiera europea y evitar un voto parlamentario de desconfianza que podría llevar a los laboristas de Jeremy Corbin a Downing Street 10. En Francia, a su vez, republicanos de izquierda y de derecha se disputan la dirección de un nuevo movimiento nacional anti-UE.
Se podría seguir la lista: procesos similares se dan en Alemania, Italia, España, Hungría, Polonia, la República Checa, etc. La globalización ha terminado y los nacionalismos pujan por sucederla, a su vanguardia el norteamericano. Pero nadie sabe para dónde ir. Antes de que el globalismo esté enterrado, la lucha por su sucesión desgarrará a los países centrales del viejo sistema.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

EE.UU. venció por puntos

G20: Ganó Trump y China sacó provecho

Voces del Mundo
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Telma Luzzani
La cumbre del G20 en Argentina (118)
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"En lo inmediato ganó Donald Trump: consiguió que los chinos se avengan a una negociación con EEUU. Pero también ganó China, que se integra en la transición política planteada por su gobierno de pasar de una economía de exportación a una de consumo", señaló el historiador y analista Eduardo J. Vior. América Latina se quedó con las manos vacías.
Los presidentes de EEUU, Donald Trump, y China, Xi Jinping, llegaron a una tregua en su guerra comercial. El escenario fue la cumbre del G20 en Buenos Aires, Argentina, desarrollada el viernes y sábado pasados, donde ambos líderes acordaron una tregua para no imponer nuevos aranceles a las importaciones de sus productos.
Vior, doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Heidelberg, analizó además las consecuencias de la tregua comercial entre Washington y Beijing para el Cono Sur.
"Los primeros que perdieron son Brasil y Argentina, porque si China compra más commodities a EEUU, como se ha anunciado ahora con la soja, por ejemplo, dejan de comprar a Brasil y Argentina. En el caso de Brasil llegó a Buenos Aires sin nada, porque dentro del equipo de transición entre el saliente Michel Temer y el electo Jair Bolsonaro no hay acuerdo sobre la línea de política exterior. En el caso argentino, lo que ha hecho el gobierno es someterse a la posición norteamericana, al no acordar inversiones en infraestructura con los rusos y los chinos", sostuvo Vior.
Presidente de EEUU, Donald Trump, y presidente de China, Xi Jinping (Archivo)

Finalmente, cuestionó la efectividad de la cumbre, un mero pretexto para que los líderes de cada país concreten reuniones bilaterales —según observó-, y describió la situación doméstica de los mandatarios. "Trump tiene que afrontar el cierre de una planta General Motors en EEUU. Theresa May vuelve a Londres y se someterá al voto del Brexit donde tiene oposición laborista pero también de su propio Partido Conservador. En Francia, Macron tiene que resolver el tema de los "chalecos amarillos", que es también el tema del desgaste y la ruptura de su bloque en la Asamblea Nacional. Vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza. Hay que ver qué pueden capitalizar, nadie va a darles crédito por lo que ocurrió en Buenos Aires", apuntó, señalando que de fondo lo que está en crisis es la multilateralidad y la globalización, que eran el escenario que daba sentido al G-20.

martes, 4 de diciembre de 2018

Washington lidera, pero nadie lo acompaña

En el G20 las potencias sólo atendieron su juego

La cumbre de Buenos Aires certificó el retorno al liderazgo solitario de EE.UU. que deberá revalidarlo en las grandes batallas que se avecinan
por Eduardo J. Vior
Infobaires24
4 de diciembre de 2018
Eduardo J. Vior
Fue necesaria la presión de la delegación norteamericana, para que el documento final de la reunión cumbre de Buenos Aires superara la indefinición del borrador presentado por la presidencia argentina y fijara la agenda internacional. Como en el juego infantil del Antón Pirulero, cada potencia “atiende su juego y el que no, una prenda tendrá”. Las reuniones bilaterales al margen del encuentro han sido mucho más importantes que la cumbre y han consolidado el avance estadounidense, al menos por ahora.
La Cumbre del G20 concluyó el sábado pasado con una declaración final de los jefes de Estado y de gobierno. El documento se centró en el futuro del trabajo, la infraestructura para el desarrollo, un futuro alimentario sostenible y una perspectiva transversal de género, tal como propuso desde noviembre de 2017 la presidencia de turno argentina. El documento completo consta de 30 puntos. Si bien el borrador presentado por los organizadores era bastante anodino, algunos temas causaron discordancias y hasta el viernes a la noche no había consenso sobre el texto. Finalmente, se aceptó constatar que existe una crisis migratoria mundial, se registró el rechazo estadounidense al Acuerdo de París sobre Cambio Climático y en el pasaje sobre el comercio mundial se dejó de condenar el proteccionismo.
Donde, empero, quedó impresa más claramente la marca norteamericana fue en el apartado sobre la promoción del crecimiento: “Reafirmamos nuestro compromiso para utilizar todas las herramientas políticas para lograr un crecimiento sólido, sostenible, equilibrado e inclusivo”, indica la versión final. “Todas las herramientas” es una invitación franca a recurrir a intervenciones estatales en la economía e, incluso, al proteccionismo. Y sigue: “La política monetaria continuará apoyando la actividad económica y asegurando la estabilidad de precios consistente con los mandatos de los bancos centrales. La política fiscal… debe ser utilizada de manera flexible y favorecer el crecimiento, al tiempo que garantice que la deuda pública se encuentre en un camino sostenible”. Este enunciado muestra un compromiso entre las políticas de estabilización fiscal y monetaria y su instrumentación para alcanzar el crecimiento macroeconómico.
Entre tanto, Donald Trump y Xi Jinping protagonizaron el sábado por la tarde “la cumbre de la cumbre”. En la cena que compartieron en el Palacio Duhau junto a numerosos asesores acordaron a partir del 1 de enero congelar por tres meses la imposición de nuevos aranceles. Washington tenía previsto imponer para entonces tasas aduaneras adicionales sobre las importaciones chinas por 200.000 millones de dólares. Asimismo, China se comprometió a aumentar sus compras de commodities norteamericanas, para equilibrar el déficit comercial, y a dejar de exigir a las empresas de EE.UU. que invierten en el país que compartan sus patentes.
El acuerdo prueba una vez más el acierto de la brutal táctica de negociación de Trump: amenaza, grita, insulta y lleva el enfrentamiento hasta el límite de la ruptura, para luego acordar desde una posición ventajosa. Los mayores perjudicados por este acuerdo somos Brasil y Argentina, que perderemos porciones de mercado para nuestras exportaciones a China, y los europeos inversores en el país asiático, que sí comparten sus patentes con las empresas chinas.
Al mismo tiempo que Xi y Trump, el sábado por la tarde se encontraron Mauricio Macri y Vladimir Putin. También en este caso los condicionantes norteamericanos marcaron el ritmo, ya que las eufóricas declaraciones del presidente ruso y sus colaboradores, anunciando después de la reunión que la Federación Rusa construiría en Atucha una central nuclear llave en mano, que se había destrabado la instalación de un puerto aceitero ruso en Ramallo y que empresas de ese país tenderían la línea férrea entre Vaca Muerta y Bahía Blanca fueron desmentidas y desvalorizadas por los voceros argentinos.
Más prudente, en cambio, fue el gobierno de Macri, al avisar a la contraparte china que de la reunión con el presidente Xi Jinping del domingo tampoco saldrían nuevas obras. El encuentro en Olivos sirvió entonces, para ratificar los acuerdos de 2013 y 2014, que habían sido congelados por el mismo Macri apenas asumió, y presentarlos con el pomposo título de Plan de Acción Conjunta 2019-23. La única novedad fue la ampliación del swap de monedas en otros 8.700 millones de dólares, llevándolo a casi veinte mil millones.
Como el gobierno de Macri, por su desmedido endeudamiento, es altamente dependiente del voto norteamericano en los organismos internacionales, acató callado la prohibición de Washington de autorizar inversiones chinas y rusas en infraestructura y se limitó a hacer acuerdos comerciales. Macri viene maniobrando para no perder el financiamiento chino, pero quedó atrapado en la competencia estratégica entre Beijing y Washington. Como premio por su obediencia, finalmente, Trump ofreció 800 millones de dólares en créditos para infraestructura.
La cumbre tuvo otros dos triunfadores impensados: Theresa May y Mohamed bin Salman. La primera ministra británica aprovechó el reciente acuerdo con la Unión Europea sobre el Brexit para proponer a Brasil y Argentina un acuerdo de libre comercio y obtuvo de ambos países la autorización para un segundo vuelo semanal de Latam a Puerto Argentino.
El príncipe heredero saudita, por su parte, evitó que el presidente turco Recep T. Erdogan pudiera poner el asesinato de Jamal Khashoggi en la agenda de la cumbre, recibió públicamente una efusiva palmada de Putin, concertó millonarios negocios con varios países y se llevó el reconocimiento público de Donald Trump. Todos los países cuyas delegaciones atendieron a su interés nacional salieron del encuentro con algún provecho.
“Vamos subiendo la cuesta que abajo en la calle se acabó la fiesta”, cantaba Joan Manuel Serrat hace 50 años. La reunión de Buenos Aires quedó atrás y las principales potencias enfrentan esta semana decisiones trascendentes. Trump debe afrontar el cierre de una planta de General Motors y la pérdida de puestos de trabajo; May debe superar el voto parlamentario sobre el acuerdo con la UE; Macron, por su parte, no sabe cómo sacarse de encima la revuelta de los chalecos amarillos; Merkel entrega este martes la presidencia de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) e inicia su retiro de la Cancillería; mientras que Vladimir Putin tiene que salir de la crisis económica que le está provocando una acelerada pérdida de simpatía.
La cumbre del G20 en Buenos Aires marcó el retorno de la hegemonía norteamericana como superpotencia solitaria. Se terminó el multilateralismo y todos hacen su juego como pueden. Las alianzas cambian y nuevos bloques se forman. Hacen falta objetivos claros y timoneles que sepan alcanzarlos, no peleles.