En el G20 las potencias sólo atendieron su juego
La
cumbre de Buenos Aires certificó el retorno al liderazgo solitario de
EE.UU. que deberá revalidarlo en las grandes batallas que se avecinan
por Eduardo J. Vior
Infobaires24
4 de diciembre de 2018
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4 de diciembre de 2018
Fue
necesaria la presión de la delegación norteamericana, para que el
documento final de la reunión cumbre de Buenos Aires superara la
indefinición del borrador presentado por la presidencia argentina y
fijara la agenda internacional. Como en el juego infantil del Antón
Pirulero, cada potencia “atiende su juego y el que no, una prenda
tendrá”. Las reuniones bilaterales al margen del encuentro han sido
mucho más importantes que la cumbre y han consolidado el avance
estadounidense, al menos por ahora.
La
Cumbre del G20 concluyó el sábado pasado con una declaración final de
los jefes de Estado y de gobierno. El documento se centró en el futuro
del trabajo, la infraestructura para el desarrollo, un futuro
alimentario sostenible y una perspectiva transversal de género, tal como
propuso desde noviembre de 2017 la presidencia de turno argentina. El
documento completo consta de 30 puntos. Si bien el borrador presentado
por los organizadores era bastante anodino, algunos temas causaron
discordancias y hasta el viernes a la noche no había consenso sobre el
texto. Finalmente, se aceptó constatar que existe una crisis migratoria
mundial, se registró el rechazo estadounidense al Acuerdo de París sobre
Cambio Climático y en el pasaje sobre el comercio mundial se dejó de
condenar el proteccionismo.
Donde,
empero, quedó impresa más claramente la marca norteamericana fue en el
apartado sobre la promoción del crecimiento: “Reafirmamos nuestro
compromiso para utilizar todas las herramientas políticas para lograr un
crecimiento sólido, sostenible, equilibrado e inclusivo”, indica la
versión final. “Todas las herramientas” es una invitación franca a
recurrir a intervenciones estatales en la economía e, incluso, al
proteccionismo. Y sigue: “La política monetaria continuará apoyando la
actividad económica y asegurando la estabilidad de precios consistente
con los mandatos de los bancos centrales. La política fiscal… debe ser
utilizada de manera flexible y favorecer el crecimiento, al tiempo que
garantice que la deuda pública se encuentre en un camino sostenible”.
Este enunciado muestra un compromiso entre las políticas de
estabilización fiscal y monetaria y su instrumentación para alcanzar el
crecimiento macroeconómico.
Entre tanto, Donald Trump y Xi Jinping protagonizaron el sábado por la tarde “la cumbre de la cumbre”. En la cena que compartieron en el Palacio Duhau junto a numerosos asesores acordaron a partir del 1 de enero congelar por tres meses la imposición de nuevos aranceles.
Washington tenía previsto imponer para entonces tasas aduaneras
adicionales sobre las importaciones chinas por 200.000 millones de
dólares. Asimismo, China se comprometió a aumentar sus compras de
commodities norteamericanas, para equilibrar el déficit comercial, y a
dejar de exigir a las empresas de EE.UU. que invierten en el país que
compartan sus patentes.
El acuerdo
prueba una vez más el acierto de la brutal táctica de negociación de
Trump: amenaza, grita, insulta y lleva el enfrentamiento hasta el límite
de la ruptura, para luego acordar desde una posición ventajosa. Los
mayores perjudicados por este acuerdo somos Brasil y Argentina, que
perderemos porciones de mercado para nuestras exportaciones a China, y
los europeos inversores en el país asiático, que sí comparten sus
patentes con las empresas chinas.
Al
mismo tiempo que Xi y Trump, el sábado por la tarde se encontraron
Mauricio Macri y Vladimir Putin. También en este caso los condicionantes
norteamericanos marcaron el ritmo, ya que las eufóricas declaraciones
del presidente ruso y sus colaboradores, anunciando después de la
reunión que la Federación Rusa construiría en Atucha una central nuclear
llave en mano, que se había destrabado la instalación de un puerto
aceitero ruso en Ramallo y que empresas de ese país tenderían la línea
férrea entre Vaca Muerta y Bahía Blanca fueron desmentidas y
desvalorizadas por los voceros argentinos.
Más
prudente, en cambio, fue el gobierno de Macri, al avisar a la
contraparte china que de la reunión con el presidente Xi Jinping del
domingo tampoco saldrían nuevas obras. El encuentro en Olivos sirvió
entonces, para ratificar los acuerdos de 2013 y 2014, que habían sido
congelados por el mismo Macri apenas asumió, y presentarlos con el
pomposo título de Plan de Acción Conjunta 2019-23. La única novedad fue
la ampliación del swap de monedas en otros 8.700 millones de dólares,
llevándolo a casi veinte mil millones.
Como
el gobierno de Macri, por su desmedido endeudamiento, es altamente
dependiente del voto norteamericano en los organismos internacionales,
acató callado la prohibición de Washington de autorizar inversiones
chinas y rusas en infraestructura y se limitó a hacer acuerdos
comerciales. Macri viene maniobrando para no perder el financiamiento
chino, pero quedó atrapado en la competencia estratégica entre Beijing y
Washington. Como premio por su obediencia, finalmente, Trump ofreció 800 millones de dólares en créditos para infraestructura.
La
cumbre tuvo otros dos triunfadores impensados: Theresa May y Mohamed
bin Salman. La primera ministra británica aprovechó el reciente acuerdo
con la Unión Europea sobre el Brexit para proponer a Brasil y Argentina
un acuerdo de libre comercio y obtuvo de ambos países la autorización
para un segundo vuelo semanal de Latam a Puerto Argentino.
El
príncipe heredero saudita, por su parte, evitó que el presidente turco
Recep T. Erdogan pudiera poner el asesinato de Jamal Khashoggi en la
agenda de la cumbre, recibió públicamente una efusiva palmada de Putin,
concertó millonarios negocios con varios países y se llevó el
reconocimiento público de Donald Trump. Todos los países cuyas
delegaciones atendieron a su interés nacional salieron del encuentro con
algún provecho.
“Vamos subiendo la
cuesta que abajo en la calle se acabó la fiesta”, cantaba Joan Manuel
Serrat hace 50 años. La reunión de Buenos Aires quedó atrás y las
principales potencias enfrentan esta semana decisiones trascendentes.
Trump debe afrontar el cierre de una planta de General Motors y la
pérdida de puestos de trabajo; May debe superar el voto parlamentario
sobre el acuerdo con la UE; Macron, por su parte, no sabe cómo sacarse
de encima la revuelta de los chalecos amarillos; Merkel entrega este
martes la presidencia de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) e inicia su
retiro de la Cancillería; mientras que Vladimir Putin tiene que salir de
la crisis económica que le está provocando una acelerada pérdida de
simpatía.
La cumbre del G20 en
Buenos Aires marcó el retorno de la hegemonía norteamericana como
superpotencia solitaria. Se terminó el multilateralismo y todos hacen su
juego como pueden. Las alianzas cambian y nuevos bloques se forman.
Hacen falta objetivos claros y timoneles que sepan alcanzarlos, no
peleles.
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Eduardo J. Vior