La política exterior de Bolsonaro atrasa un siglo
Al
alinearse automáticamente con EE.UU. e Israel, el nuevo gobierno
subraya su política colonial, su hegemonismo en América Latina y su
rivalidad con Argentina
por Eduardo J. Vior
Infobaires24
4 de enero de 2019
Infobaires24
4 de enero de 2019
Luego
de reunirse el miércoles 2 en Brasilia con el secretario de Estado
norteamericano Mike Pompeo, el presidente brasileño Jair Bolsonaro
festejó que su país y EE.UU. “hayan dejado de ser enemigos”. Según el
mandatario, el eje en formación entre Washington, Tel Aviv y Brasilia
estaría iniciando un nuevo período en la historia de la política
exterior de Brasil. Sin embargo, tan nuevo no es, ya que repite el
estrecho vínculo que la República oligárquica tuvo con Estados Unidos
entre 1889 y 1930. La “nueva” política exterior brasileña atrasa cien
años, pero va a dañar severamente las relaciones regionales.
Las
declaraciones de Bolsonaro del miércoles tocaron las mismas cuerdas que
su discurso de asunción del mando del martes 1º y en éste resonaron los
ecos de su campaña electoral: “Dios por encima de todo”, orden social,
un sistema educativo “sin militancias”, combate a la “ideología de
género”, el derecho a armarse en defensa propia, la autorización a las
policías para usar la violencia sin control, “la lucha contra la
corrupción”, “las reformas estructurales” (neoliberales), el equilibrio
fiscal y liberar el comercio internacional “sin sumisiones ideológicas”.
La
mención al libre comercio fue acompañada por una promesa de defensa del
“interés nacional”. En esta coincidencia discursiva radica el nudo
ideológico del bolsonarismo entre un ala ultraliberal liderada por el
economista Paulo Guedes y otra militar, si bien no nacionalista,
defensora del poder del Estado.
Al
poner en funciones al nuevo ministro de Defensa, Fernando Azevedo e
Silva, el mandatario se dirigió al todavía jefe del Ejército, el general
Villas Bôas, reconociendo que sin su ayuda nunca habría llegado al
Planalto. Probablemente, se refería a la presión que las fuerzas armadas
ejercieron sobre el Supremo Tribunal Federal (STF), para que prohibiera
toda participación pública de Lula durante la campaña electoral.
Los
militares, o más específicamente el Ejército, son nuevamente el
“partido” más poderoso de Brasil, con seis miembros del gabinete,
incluyendo al vicepresidente, el general Hamilton Mourão, desde el que
buscan limitar la apertura comercial con el apoyo de la industria no
paulista y las privatizaciones que se propone realizar Guedes. Por lo
pronto, ya le prohibieron meterse con las actividades de exploración y
explotación de Petrobras. Para destacar su perfil, Mourão publicó el
miércoles también un tuit en el que aparece reunido con representantes
de la Cámara de Comercio China. El gigante asiático es el principal
destino de las exportaciones brasileñas y sus empresas desean invertir
en infraestructura y energía.
Guedes,
por el contrario, presenta las privatizaciones como instrumento, para
que lleguen inversiones externas y que el Estado recaude fondos, para
cancelar deuda. Ahora bien, si el superministro económico no puede
operar el corazón de la petrolera controlada por el Estado, el
cumplimiento de sus metas queda severamente cuestionado. En esta puja se
dirimirá la suerte del bolsonarismo.
Aunque
se prevé la reacción de las izquierdas y los movimientos sociales
contra la cruzada reaccionaria, en la primera etapa los conflictos más
agudos van a darse entre el gobierno y sus aliados por la definición del
rumbo.
En su discurso inaugural el
nuevo ministro de Relaciones Exteriores, Ernesto Araújo, hablando ante
el más alto personal de Itamaraty, hizo una proclama mesiánica y condenó
la globalización, pero no recibió aplausos. Es que el cambio de rumbo
es muy evidente. La nueva/antigua política exterior de Brasil puede
definirse por la aparente contradicción entre “americanismo” y
“desamericanización”.Por
“americanismo” se entiende el alineamiento con Estados Unidos, como
tuvieron la “República vieja” (1889-1930) y el gobierno del Mariscal
Humberto Castelo Branco (1964-67) en el inicio de la dictadura militar.
La “desamericanización”, en tanto, es la contracara de la misma
política. Originada en la época del Imperio, esta idea propone el
distanciamiento de Brasil de América Latina, su desconfianza hacia las
ideas y propuestas de sus vecinos hispanoamericanos y una política
hegemonista en las cuencas del Amazonas y del Plata. En esta línea deben
entenderse las críticas de Bolsonaro al Mercosur.
La
reconstitución del eje Washington-Brasilia, con el añadido de la
alianza privilegiada con Israel (motorizada por los pentecostales), sin
dudas reordenará el escenario regional y tendrá implicaciones globales.
Desde que llegó Trump a la Casa Blanca, la política estadounidense hacia
América Latina se ha centrado en contrarrestar la expansión de China y
Rusia. Un mayor acercamiento a Estados Unidos tendrá, asimismo,
peligrosos efectos sobre la seguridad regional. Muy probablemente
Bolsonaro profundice la cooperación con EE.UU. en el uso de la base
aeroespacial de Alcântara y en la realización de ejercicios conjuntos en
la Amazonía. Si a ello se suma la militarización de la seguridad
interior, Brasil se transformará, junto con Colombia, en uno de los
principales socios de Washington en la lucha contra el narcotráfico y el
terrorismo.
De igual forma, el
alineamiento con Estados Unidos despierta interrogantes sobre la actitud
ante Venezuela. Se descuenta que el nuevo gobierno propondrá más
sanciones y apostará por un mayor aislamiento de Caracas, pero, en tanto
Trump pueda controlar a sus fuerzas armadas y el alto mando brasileño
mantenga la línea del saliente comandante Villas Bôas, es difícil que
ambas potencias cedan a la presión colombiana para invadir el país
caribeño.
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Eduardo J. Vior