sábado, 28 de diciembre de 2019

El juicio político contra Trump no es sólo un circo

En la batalla del Impeachment se juega la paz mundial


En la última semana la polémica por el juicio contra Donald Trump ha implicado a George Soros, mostrando que en el proceso se dirime la futura estrategia global de EE.UU.

Eduardo J. Vior
En momentos en que el juicio político contra Donald Trump está en un impasse, al acusar a George Soros de estar detrás del intento de deponer al jefe de Estado, el abogado de éste, Rudolph “Rudy” Giuliani, ha marcado la creciente distancia entre el presidente y el lobby israelo-norteamericano. En el impeachment contra Donald Trump no se dirime tanto la moralidad del presidente como la estrategia internacional de Estados Unidos.
En una entrevista con la revista New York Magazine, Rudy Giuliani afirmó el martes 24 que Soros usó su influencia para imponer a cuatro embajadores estadounidenses en Ucrania. El abogado no especificó los nombres a los que se refiere, mencionando solo a la última embajadora “controlada” por Soros, Marie Yovanovitch (2017-19). Según Giuliani, la diplomática presionaba a las autoridades ucranianas, para que cerraran las investigaciones anticorrupción que salpicaban a una ONG dirigida por el multimillonario húngaro-norteamericano. “No digan que soy antisemita si me opongo a él”, advirtió Giuliani, “Soros es apenas judío y yo soy más judío que él”, aseveró. “Es una persona abominable”, finalizó.
El asesor de Trump describió, cómo en 2017 una organización que llamó la “autoridad contable ucraniana” hizo un estudio y reveló que faltaban 5.300 millones de dólares en ayuda extranjera e intentó investigarlo. “De repente, miembros de la embajada de EE.UU. bajo el control de Marie Yovanovitch llegaron y dijeron a los ucranianos que no había necesidad de investigar ese gasto'”, agregó Giuliani. La historia coincide con la versión del entonces fiscal general de Ucrania, Yuri Lutsenko, quien en marzo de 2019 acusó a la representante estadounidense de presionarlo. En palabras de Giuliani, el dinero desviado de la ayuda humanitaria terminaba en las ONG de “Soros y los hijos de Soros”. La fundación Vidrodzhenia, la principal estructura de éste en Ucrania, ha financiado durante años a activistas y líderes antirrusos en el país. No obstante, el poder del magnate sobre Kiev ha disminuido en los últimos años, primero con la entrada de Donald Trump a la Casa Blanca, y luego con la elección de Volodímir Zelenski como presidente de Ucrania.
Al acusar al magnate, Giuliani intentó complicarlo con Joe Biden, uno de los principales precandidatos demócratas a la elección presidencial de noviembre próximo, cuyo segundo hijo Hunter fue entre el golpe de estado de 2014 y 2019 miembro del directorio de la empresa gasífera ucraniana Burisma, implicada en turbios negocios con el gas importado de Rusia. Precisamente, el proceso contra Trump está supuestamente motivado en la presión que el presidente habría ejercido en julio pasado en una conversación telefónica con Zelenski, para que éste investigara al hijo de Biden. Según la acusación, el presidente habría amenazado al ucraniano con retener la ayuda militar norteamericana, hasta obtener las informaciones requeridas.
La declaración de Giuliani suscitó la inmediata respuesta de Jonathan Greemblatt, presidente de la Liga Antidifamación, quien declaró que “la afirmación del Sr. Giuliani es ofensiva y desconcertante. Seamos claros, el Sr. Giuliani no es un árbitro para decidir quién es judío y quien no lo es”, dijo Greenblatt.
Con la diatriba contra Soros, Giuliani todavía no pudo sacar el proceso contra Donald Trump de su parálisis actual ni sumar puntos ante la opinión pública. Después de que el plenario de la Cámara de Representantes el pasado 13 de diciembre aprobó elevar al Senado la acusación contra el presidente por abuso de poder y por haber obstruido la labor del Congreso, la presidenta de la Cámara ha congelado el envío de los cargos al Senado, hasta tanto la mayoría republicana del mismo se avenga a actuar independientemente de la Casa Blanca y a citar a funcionarios del Ejecutivo cuya comparecencia hasta ahora ha sido prohibida por el presidente.
La batalla para fijar los parámetros del juicio se reanudará el próximo 3 de enero, cuando los congresistas vuelvan al trabajo tras dos semanas de vacaciones. Los demócratas quieren llamar entonces a declarar a varios testigos que la Casa Blanca les negó durante la primera fase del proceso, pero también buscan que la Administración haga públicos los documentos relacionados con el caso. Flojos de pruebas, los demócratas lo estarían reteniendo hasta imponer sus condiciones. Sin embargo, nada indica por el momento que los republicanos vayan a dar su brazo a torcer. El problema es que, aunque la ley obliga a los senadores a actuar como “un jurado imparcial”, Mitch McConnell, el líder del bloque republicano en la Cámara Alta, ya ha avisado que sus correligionarios están “coordinando totalmente” con la Casa Blanca. Esa actitud, empero, no sólo ha suscitado críticas internas, sino el rechazo de una parte de la opinión pública que desea que el juicio sea tan “objetivo” como se supone que es un juicio normal.
La actitud obstruccionista de los republicanos está volcando a la opinión. Según una nueva encuesta, el 55 por ciento de los norteamericanos dice estar a favor de la condena del presidente contra el 48 por ciento de la semana anterior. El día de Navidad sólo el 40 por ciento se oponía a la condena al presidente, el porcentaje más bajo desde que se pregunta por el tema. Tanto las posibles fisuras entre los senadores republicanos como estas encuestas dan a los demócratas la esperanza de dividir a sus oponentes. Los republicanos controlan 53 de los 100 escaños del Senado, pero unas pocas deserciones bastarían a los demócratas para imponer su lista de testigos.
El problema con la institución del juicio político es que está muy poco reglamentado. En las dos experiencias anteriores (en 1868, contra Andrew Johnson, y en 1998, contra Bill Clinton) se convinieron normas específicas y en ambos casos los presidentes fueron absueltos. Se trata de un mecanismo eminentemente político en el que no hay actores judiciales. No se busca la verdad, sino ventajas tácticas. Por ello, en los meses venideros, mientras que los demócratas tratarán de demostrar que el presidente es un corrupto que chantajeó a un mandatario extranjero para obtener información dañina para su competidor electoral y retaceó indebidamente información al Congreso, los republicanos se esforzarán por evidenciar que los demócratas no tienen pruebas contra el presidente y sólo quieren derrocarlo, porque no lo pueden vencer en las elecciones.
Que en este contexto Rudy Giuliani ataque a George Soros, arriesgando una confrontación con el lobby proisraelí en Washington, no es casual. Al mismo tiempo se intensifican las versiones de que Donald Trump está buscando un remplazante para el secretario de Estado Mike Pompeo. Para, finalmente, alcanzar la deseada negociación global con Rusia y China, el presidente necesita ser menos dependiente de la agenda israelí. Si vence a los demócratas (mayoritariamente globalistas y prosionistas) en la batalla del impeachment, espera ganar las elecciones y tener las manos libres para establecer con Moscú y Beijing las bases de una convivencia global. Pero si el mandatario es derrotado, el “Estado profundo” volverá por sus fueros e intentará recuperar por las armas el dominio que tuvo entre 1991 y 2015. En la batalla del impeachment se juega la paz mundial.

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