“El Papa es argentino
pero Dios es brasileño”
pero Dios es brasileño”
Con la chicana que titula esta nota respondió la
presidenta Dilma Rousseff a la provocación de un periodista argentino al
salir de la audiencia que tuvo con el Papa en la mañana del miércoles
20. El chiste debía poner a nuestro país a la altura que la óptica
brasileña le da: aliado indispensable, pero menor. En los medios
brasileños la asunción del nuevo Papa sólo importó, en tanto el
Pontífice confirmó que del 23 al 28 de julio próximos estará en la
Jornada Mundial de la Juventud a celebrarse en Río de Janeiro y esbozó
la posibilidad de visitar después el santuario paulista de Nuestra
Señora de la Aparecida. El Papa regaló a Dilma el mismo libro con las
conclusiones de la Conferencia de la Aparecida de 2007 reiterando los
principios de la Doctrina Social de la Iglesia que ya había obsequiado a
la Presidenta Cristina el día anterior.
“El Papa es extremadamente carismático y tiene compromiso con los pobres, lo que torna la relación con Brasil muy importante, porque el gobierno brasileño viene, en los últimos diez años, a partir de Lula, poniendo el foco en la cuestión de la superación de la pobreza”, dijo Dilma después de su reunión con el Papa en el Vaticano. Inmediatamente, el Planalto sacó ventaja de la buena sintonía entre el Papa y la Presidenta. Después de asistir a la misa inaugural y de reunirse con el Papa en el Vaticano, Dilma Rousseff reafirmó su voluntad de que Francisco vaya a Brasilia en julio, extendiendo su gira a Río de Janeiro.
“Dilma cree en la cooperación con la Iglesia para combatir la pobreza”, tituló la estatal Agencia Brasil. El pasado jueves 21, el ministro Gilberto Carvalho (Secretario General de la Presidencia) dijo que Dilma apuesta a una cooperación más efectiva del gobierno federal con la Iglesia Católica para combatir la miseria. “La Presidenta se quedó muy impresionada por la disposición del Papa a apoyar programas relativos al combate a la pobreza. Ella cree en la posibilidad de una cooperación efectiva del gobierno con la Iglesia en la cuestión de los pobres”, dijo Carvalho. No obstante todavía no hay ningún proyecto o plan en ese sentido.
Carvalho tuvo la oportunidad de decir al Papa que es amigo del cardenal brasileño Claudio Hummes, quien inspiró al nuevo jefe de la Iglesia Católica a elegir el nombre de Francisco. “Es un tipazo”, dijo el Papa al ministro. Carvalho declaró además que Dilma “se quedó encantada” con la misa inaugural del Papa y hasta canturreó los cantos gregorianos. Ex-seminarista y principal articulador de las relaciones del gobierno con la Iglesia Católica, Carvalho contó que ayudó a la presidenta a comprender el latín usado durante la ceremonia.
Con este giro, la conducción del gobierno contrarrestó la actitud de los medios dominantes que trataron la elección del nuevo Papa como una sensación: primer latinoamericano, primer jesuita, primer argentino, pero luego relegaron la noticia a lugares secundarios de sus primeras planas. Al mismo tiempo, el gobierno brasileño salió a marcar la cancha al previsible uso de la Doctrina Social de la Iglesia Católica contra los procesos reformistas en América del Sur. Aunque la mayoría de la población brasileña (75%) se sigue proclamando católica, muy pocos están activos y el peso político del catolicismo ha disminuido mucho. A esto se suman en Brasil la fuerza de las iglesias evangélicas (15% de la población proclama militantemente su adhesión a ellas) y de la masonería (hegemónica en la Justicia y con fuerte presencia en los medios, la política, las fuerzas armadas y algunas profesiones liberales).
Con un 79% de aprobación en las encuestas, la presidenta Dilma Rousseff quiere que el apostolado entre los pobres al que aspira el nuevo Papa no le haga competencia y que la Jornada Mundial de la Juventud sea un éxito turístico. La tradicional cordialidad brasileña debe, como siempre, apartar todo conflicto de la agenda política. Será el práctico trascurrir de la relación con el Vaticano lo que decidirá sobre la manera en que el país con más católicos en el mundo trate a Francisco.
“El Papa es extremadamente carismático y tiene compromiso con los pobres, lo que torna la relación con Brasil muy importante, porque el gobierno brasileño viene, en los últimos diez años, a partir de Lula, poniendo el foco en la cuestión de la superación de la pobreza”, dijo Dilma después de su reunión con el Papa en el Vaticano. Inmediatamente, el Planalto sacó ventaja de la buena sintonía entre el Papa y la Presidenta. Después de asistir a la misa inaugural y de reunirse con el Papa en el Vaticano, Dilma Rousseff reafirmó su voluntad de que Francisco vaya a Brasilia en julio, extendiendo su gira a Río de Janeiro.
“Dilma cree en la cooperación con la Iglesia para combatir la pobreza”, tituló la estatal Agencia Brasil. El pasado jueves 21, el ministro Gilberto Carvalho (Secretario General de la Presidencia) dijo que Dilma apuesta a una cooperación más efectiva del gobierno federal con la Iglesia Católica para combatir la miseria. “La Presidenta se quedó muy impresionada por la disposición del Papa a apoyar programas relativos al combate a la pobreza. Ella cree en la posibilidad de una cooperación efectiva del gobierno con la Iglesia en la cuestión de los pobres”, dijo Carvalho. No obstante todavía no hay ningún proyecto o plan en ese sentido.
Carvalho tuvo la oportunidad de decir al Papa que es amigo del cardenal brasileño Claudio Hummes, quien inspiró al nuevo jefe de la Iglesia Católica a elegir el nombre de Francisco. “Es un tipazo”, dijo el Papa al ministro. Carvalho declaró además que Dilma “se quedó encantada” con la misa inaugural del Papa y hasta canturreó los cantos gregorianos. Ex-seminarista y principal articulador de las relaciones del gobierno con la Iglesia Católica, Carvalho contó que ayudó a la presidenta a comprender el latín usado durante la ceremonia.
Con este giro, la conducción del gobierno contrarrestó la actitud de los medios dominantes que trataron la elección del nuevo Papa como una sensación: primer latinoamericano, primer jesuita, primer argentino, pero luego relegaron la noticia a lugares secundarios de sus primeras planas. Al mismo tiempo, el gobierno brasileño salió a marcar la cancha al previsible uso de la Doctrina Social de la Iglesia Católica contra los procesos reformistas en América del Sur. Aunque la mayoría de la población brasileña (75%) se sigue proclamando católica, muy pocos están activos y el peso político del catolicismo ha disminuido mucho. A esto se suman en Brasil la fuerza de las iglesias evangélicas (15% de la población proclama militantemente su adhesión a ellas) y de la masonería (hegemónica en la Justicia y con fuerte presencia en los medios, la política, las fuerzas armadas y algunas profesiones liberales).
Con un 79% de aprobación en las encuestas, la presidenta Dilma Rousseff quiere que el apostolado entre los pobres al que aspira el nuevo Papa no le haga competencia y que la Jornada Mundial de la Juventud sea un éxito turístico. La tradicional cordialidad brasileña debe, como siempre, apartar todo conflicto de la agenda política. Será el práctico trascurrir de la relación con el Vaticano lo que decidirá sobre la manera en que el país con más católicos en el mundo trate a Francisco.
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Eduardo J. Vior