domingo, 28 de julio de 2013

Ni neoliberalismo ni reformismo, tampoco tercera posición

Francisco mezcló las cartas

Año 6. Edición número 271. Domingo 28 de julio de 2013
Elio Gaspari, viejo maestro del periodismo conservador brasileño, dibujó el miércoles 24 en un editorial publicado en simultáneo en O Globo y en Folha de São Paulo la imagen que la derecha brasileña e internacional tiene de la visita del papa Francisco a Brasil: “En el primer día de su visita, Francisco lavó el alma de Brasil. Atascado en la Avenida Presidente Vargas en un coche con la ventanilla abierta, acarició a un bebé. Era un hombre que no tiene miedo del pueblo. Su recorrido no fue contorneado por los batallones de choque de la Policía Militar, sino por cordones de jóvenes voluntarios, con camisetas amarillas. Poco después el Papa estaba en el jardín del Palacio Guanabara (sede del gobierno estadual), en un escenario cavernoso, con el predio protegido por el Batallón de Choque.” Y continúa: “No era necesario. Los disturbios en las cercanías eran parte de la cotidianidad del gobernador Sérgio Cabral, no de la rutina de Francisco. La ventanilla del coche abierta y el cordón de voluntarios corresponden a la agenda de la Iglesia que desparrama fe sobre el pueblo y nuestros jóvenes. En un discurso impropio la doctora Dilma se refirió a ‘los cambios que iniciamos hace diez años’. Alabó la década del pontificado petista ante un pastor cuyo mandato comenzó hace 2013 años. No entendieron nada.”
Todos los estereotipos del discurso conservador están en este párrafo. Al recibir al Papa, la presidenta Dilma Rousseff ofreció un acuerdo a su huésped, quien se guardó de responder. Según O Estado de São Paulo, funcionarios vaticanos recelaron de acercarse demasiado al gobierno, desprestigiado por las movilizaciones de junio pasado y pendiente de las elecciones presidenciales de 2014. En la semana que siguió el papa Francisco demostró empero que tampoco se dejaría cooptar por la declamación neoliberal.
Gaspari cerró su encíclica laica con una comparación que comparten muchos izquierdistas asustados: “Los jerarcas de Brasilia y de Río reprodujeron la demofobia y los rituales de los comisarios polacos durante la visita de Juan Pablo II a Varsovia en 1979. Donde había fe, vieron juegos de poder.” Izquierdas y derechas rememoran la ofensiva del Papa polaco que con su visita impulsó junto con la CIA el proceso que diez años más tarde acabó con el comunismo. Pero Bergoglio no es Wojtyla, ni Brasil, la Polonia de 1979.
Al iniciar su homilía en el santuario nacional de Nuestra Señora de Aparecida, en el Estado de San Pablo, el papa Francisco se presentó el miércoles 24 con una denominación desusada desde los tiempos del Concilio Vaticano II (1963-65): “al día siguiente de mi elección como Obispo de Roma (…)”. Primero entre sus iguales, el Papa desciende del trono y marcha junto con los demás obispos. También recordó el documento final de la Conferencia Episcopal reunida allí en 2007 en el que después de muchos años la Iglesia latinoamericana volvió a criticar el capitalismo salvaje. La redacción del documento fue coordinada entonces por el cardenal Bergoglio y su amigo, el franciscano Claudio Hummes, arzobispo emérito de San Pablo. También al visitar la favela de Varginha, en el norte de Río (una de las “pacificadas” en las que la población se queja de los desmanes de la policía), el pasado jueves 25, Francisco rechazó la presencia de políticos e insistió en tener contacto directo con los habitantes.
El Papa ya había escrito el discurso que pronunció en Aparecida antes de su viaje, pero lo modificó por las protestas callejeras de junio y para ajustarlo a las conclusiones de la conferencia de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB, por sus siglas en portugués) realizada a fin de ese mes. En dicho documento los obispos manifestaron “nuestra solidaridad y apoyo a los manifestantes”. En uno de los párrafos del texto se dice que “los gritos contra la corrupción, la impunidad y la falta de transparencia (...) hacen renacer la esperanza”.
A pesar de los anuncios apocalípticos de la derecha, el portal de izquierda Carta Maior ve la oportunidad para una gran alianza entre el gobierno y el Papa para la lucha contra la pobreza: “Dilma recibió con simpatía la elección de Bergoglio. El Planalto y círculos católicos del PT creen que Francisco puede ser un buen aliado de las políticas sociales del gobierno. El secretario general de la Presidencia y ex seminarista Gilberto Carvalho está entre los defensores de esta posición. Entiende que mediante la aproximación a la Iglesia Dilma podría establecer puentes hacia los movimientos sociales”.
Durante el Ángelus del viernes a la tarde, antes de la representación de la Vía Sacra realizada en Copacabana, el Papa volvió a usar motivos del catolicismo popular, al hablar de los abuelos maternos de Jesús, San Joaquín y Santa Ana, cuya fiesta se celebró ese día. Este matrimonio de santos es extremadamente popular, en especial entre los más ancianos, lo que refuerza la referencia a la importancia social de los adultos mayores ya hecha en el Documento de Aparecida de 2007.
En su editorial del pasado viernes 26, el prestigioso periodista progresista Mino Carta escribió en su revista Carta Capital: “Cuando Francisco fue electo, no fui el único en suponer que dicha elección podía indicar la preocupación del Vaticano por un subcontinente progresivamente gobernado por fuerzas de izquierda. No obstante, Bergoglio está revelando otra preocupación: la de la Iglesia Católica por sí misma. Está tratando de retomar el camino abandonado, para actuar mucho más en la coyuntura política.”
El papa Francisco está impulsando una nueva estrategia para la Iglesia Católica latinoamericana, para reforzar la acción misional comenzando por la juventud y dar apoyo a proyectos contra el hambre y la miseria. Renovando la Doctrina Social de la Iglesia intenta construir una alternativa católica entre las derechas neoliberales y los partidos populares. Su posición en cuestiones de moral individual, familiar y sexual es conservadora. Sin embargo, al presentarse como “Obispo de Roma”, primero entre sus iguales, pero no superior a ellos, retoma un tema caro a sus hermanos jesuitas en la época anterior e inmediatamente posterior al Concilio Vaticano II. El Papa ya no es rey, sino el jefe de un ejército en operaciones.
Su convocatoria a los jóvenes en su reunión con los peregrinos argentinos, para que “hagan lío” en las parroquias y en las calles es un llamado a la subversión general. ¿Contra los gobiernos populares del continente? Si hace falta. ¿Contra las jerarquías locales de la Iglesia? Seguro. Jorge Bergoglio es un combatiente, conservador y popular. No es Karol Wojtyla, que llegó a Polonia en 1979 para dinamitar un régimen paralítico. Aspira a competir en las calles con los partidos y movimientos populares actualmente en el poder, pero también con las derechas neoliberales, incluso dentro de la propia Iglesia. Quiere construir un nuevo movimiento popular católico e internacional, muy cercano a las ideas de sus compañeros de Comunione e Liberazione. Sin embargo, por ese camino está abriendo frentes por izquierda y derecha, dentro y fuera de la Iglesia, sin que por ahora se vea claramente su política de alianzas.
Para el gobierno de Dilma la estela que deja el Papa es un gran desafío. En diez años de gobierno el PT ha tenido muchos éxitos, pero también ha perdido a su conducción histórica y se ha adormecido en los cargos. Después de las manifestaciones de junio y las persistentes protestas (duramente reprimidas) contra el aliado gobernador de Río de Janeiro, el pasaje triunfal de Francisco amenaza con el surgimiento de una nueva oposición desde las calles. Así como el Papa eludió el inocente convite presidencial para formar una alianza “contra la desigualdad y la pobreza”, tampoco es a priori un enemigo. En su paso por Brasil, Francisco pateó la mesa y reclamó barajar de nuevo. Al hacerlo, quienes estaban en el juego deberán medir cada movimiento del nuevo contrincante, para decidir si se juega póker o tute cabrero.

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Eduardo J. Vior