Murió La Quina, no el “quinazo”
Año 6. Edición número 287. Domingo 17 de Noviembre de 2013
México.
Joaquín Hernández Galicia, ex líder petrolero mexicano, signó medio
siglo de la realidad social en su país. Su muerte no significa de
ninguna manera el fin de los negociados y las corrupciones en los
sindicatos y la política.
Con la muerte del ex líder petrolero Joaquín Hernández Galicia, apodado La Quina,
el pasado lunes 11 de noviembre a los 91 años de edad, se fue una
figura que signó el último medio siglo de la política mexicana, pero los
métodos característicos del sistema se mantienen.
Joaquín Hernández Galicia (1922-2013) fue durante varias décadas el líder del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana, que agrupa a los trabajadores de la empresa estatal Petróleos Mexicanos (Pemex). Ingresó allí a finales de la década de 1930, durante la presidencia del Gral. Lázaro Cárdenas (1934-40). En 1958 empezó su carrera sindical en Ciudad Madero, en Tamaulipas, su nordestino estado natal, que continuó hasta 1989.
Durante su dirigencia, el sindicato petrolero estaba integrado a la organización de sindicatos del Partido Revolucionario Institucional (PRI), dentro de la que designaba diputados federales y senadores, así como alcaldes y todo tipo de puestos y nombramientos en las zonas petroleras. Su estilo de conducción fue paternalista y clientelar. Organizó negocios de todo tipo con su cohorte de fieles. En su novela Morir en el Golfo, Héctor Aguilar Camín narra parte de su vida y retrata su ejercicio del poder. Esta novela fue llevada al cine con el mismo título en 1989 bajo la dirección de Alejandro Pelayo Rangel.
Por más de tres décadas La Quina se comportó como un “padrino a la mexicana”, brindando protección a sus amigos y afiliados y persiguiendo implacablemente a sus adversarios. Como todos los líderes sindicales de cierto peso en México, recibió el apoyo de los presidentes de la república a cambio de su “incondicionalidad” y del mantenimiento de la “paz laboral” en Pemex. La historia cambió cuando Miguel de la Madrid Hurtado (1982-88) guardó silencio ante su amenaza de retiro. Pero el enfrentamiento se desató cuando Carlos Salinas de Gortari, como secretario de Programación y Presupuesto, eliminó el porcentaje del 2% que recibía el sindicato de los petroleros por cada contrato de Pemex y el director general de la empresa firmó contrato con una empresa de transporte naviero que no era la de Hernández Galicia y su socio Barragán. Cuando De la Madrid todavía no había designado a su candidato –como era usual que hicieran los presidentes del PRI–, apareció en 1987 un libro titulado Un asesino en la presidencia, escrito por José Luis González Meza, en el que narraba la vida del clan Salinas y se concentraba en Carlos y su confesión del asesinato de Manuela, la sirvienta de su familia, cuando sólo tenía cuatro años de edad, en 1951.
Cuando Carlos Salinas de Gortari (1988-94) asumió la presidencia el 1° de diciembre de 1988 bajo fuertes sospechas de fraude electoral, Hernández Galicia fue perseguido, porque se oponía a las políticas de privatización del gobierno pero, sobre todo, porque los trabajadores petroleros habían votado en 1988 al opositor Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. El editor del libro fue encarcelado, acusado de evasión fiscal, y González Meza tuvo que exiliarse.
Joaquín Hernández Galicia (1922-2013) fue durante varias décadas el líder del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana, que agrupa a los trabajadores de la empresa estatal Petróleos Mexicanos (Pemex). Ingresó allí a finales de la década de 1930, durante la presidencia del Gral. Lázaro Cárdenas (1934-40). En 1958 empezó su carrera sindical en Ciudad Madero, en Tamaulipas, su nordestino estado natal, que continuó hasta 1989.
Durante su dirigencia, el sindicato petrolero estaba integrado a la organización de sindicatos del Partido Revolucionario Institucional (PRI), dentro de la que designaba diputados federales y senadores, así como alcaldes y todo tipo de puestos y nombramientos en las zonas petroleras. Su estilo de conducción fue paternalista y clientelar. Organizó negocios de todo tipo con su cohorte de fieles. En su novela Morir en el Golfo, Héctor Aguilar Camín narra parte de su vida y retrata su ejercicio del poder. Esta novela fue llevada al cine con el mismo título en 1989 bajo la dirección de Alejandro Pelayo Rangel.
Por más de tres décadas La Quina se comportó como un “padrino a la mexicana”, brindando protección a sus amigos y afiliados y persiguiendo implacablemente a sus adversarios. Como todos los líderes sindicales de cierto peso en México, recibió el apoyo de los presidentes de la república a cambio de su “incondicionalidad” y del mantenimiento de la “paz laboral” en Pemex. La historia cambió cuando Miguel de la Madrid Hurtado (1982-88) guardó silencio ante su amenaza de retiro. Pero el enfrentamiento se desató cuando Carlos Salinas de Gortari, como secretario de Programación y Presupuesto, eliminó el porcentaje del 2% que recibía el sindicato de los petroleros por cada contrato de Pemex y el director general de la empresa firmó contrato con una empresa de transporte naviero que no era la de Hernández Galicia y su socio Barragán. Cuando De la Madrid todavía no había designado a su candidato –como era usual que hicieran los presidentes del PRI–, apareció en 1987 un libro titulado Un asesino en la presidencia, escrito por José Luis González Meza, en el que narraba la vida del clan Salinas y se concentraba en Carlos y su confesión del asesinato de Manuela, la sirvienta de su familia, cuando sólo tenía cuatro años de edad, en 1951.
Cuando Carlos Salinas de Gortari (1988-94) asumió la presidencia el 1° de diciembre de 1988 bajo fuertes sospechas de fraude electoral, Hernández Galicia fue perseguido, porque se oponía a las políticas de privatización del gobierno pero, sobre todo, porque los trabajadores petroleros habían votado en 1988 al opositor Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. El editor del libro fue encarcelado, acusado de evasión fiscal, y González Meza tuvo que exiliarse.
Los "quinazos": ¿no hay dos sin tres?
El 10 de enero de 1989, La Quina
y la plana mayor del sindicato petrolero fueron detenidos por acopio de
armas de guerra y homicidio. En la casa del sindicalista en Ciudad
Madero hallaron armas y el cadáver de un agente policial encubierto.
Significativamente, el operativo estuvo a cargo del Ejército. Las armas
“sembradas” allí estaban todavía en cajas. El cadáver que “se encontró”
había sido tomado de una morgue de Ciudad Juárez y estaba desnudo.
Intencionalmente, no se guardó ninguna forma: la amenaza contra
cualquier dirigente oficialista que defeccionara era evidente. Hernández
Galicia fue condenado a 35 años de prisión por posesión ilegal de armas
y sus allegados, encabezados por Salvador Barragán Camacho, acusados de
acopio de armas y de asesinato (nunca fueron acusados de corrupción o
enriquecimiento ilícito). Fueron destituidos de todos sus cargos y
reemplazados por Sebastián Guzmán Cabrera, sucedido cuatro años después
por Carlos Romero Deschamps, todavía a cargo del sindicato.
El error de La Quina fue haberse creído más poderoso que el presidente de la república. Este golpe de timón contra un seguidor y/o aliado estrecho y la señal que se envía a los demás adherentes para mostrar quién tiene las riendas del mando se conoce desde entonces en el lenguaje político mexicano como “quinazo”.
Hernández Galicia fue amnistiado por Ernesto Zedillo (1994-2000) en 1997. Semanas antes de su fallecimiento decía que confiaba en Enrique Peña Nieto, pues consideraba que hizo una buena gestión en el Estado de México como gobernador y que lo haría también como presidente, aunque despreciaba a algunos miembros del gabinete: “No dan el ancho”, dijo.
Carlos Antonio Romero Deschamps (1943) lidera el Sindicato de Trabajadores Petroleros (Stprm) desde 1996 y es miembro del PRI desde 1961. Ha sido diputado federal en tres ocasiones y senador en dos periodos. En 1969 ingresó a Pemex y dos años después comenzó sus actividades sindicales. Dirige el sindicato desde 1993, luego de su traición a La Quina. Fue reelecto cuatro veces y su actual gestión termina en 2018.
Su vida política y personal está jalonada de escándalos políticos y personales: en 2000 su nombre fue involucrado en el Pemexgate, cuando el Instituto Federal Electoral documentó que el sindicato petrolero desvió 500 millones de pesos de los fondos sindicales para apoyar la campaña presidencial del candidato priísta. En septiembre de 2012 su hija Paulina subió a su cuenta de Facebook fotos de sus viajes a bordo de yates y aviones privados. Y apenas el pasado 23 de febrero el semanario Proceso informó en su portal electrónico que Romero Deschamps regaló a su hijo José Carlos una Ferrari de edición limitada, valorada en dos millones de dólares. En el portal electrónico de Carmen Aristegui, Noticias, también se informó que el dirigente posee un apartamento de lujo en Cancún (Quintana Roo), así como un yate. Romero Deschamps fue también diputado en tres períodos y actualmente es senador.
En algunas columnas políticas se ha filtrado la noticia de que el gobierno de Peña Nieto procedería contra Romero Deschamps. ¿Puede todavía venir un tercer “quinazo”?
El segundo “quinazo” fue la detención de Elba Esther Gordillo Morales, ex presidenta del sindicato oficialista de educadores SNTE, en febrero pasado. El procedimiento fue igual al primero: el presidente recién llegado al poder defenestró a una de las líderes sindicales inseguras. Elba Esther Gordillo fue a la cárcel por no haber apoyado la reforma educativa privatizadora. Cuando se convirtió en un lastre, se hizo necesario un nuevo “quinazo”. Tras su caída, la sustituyó su delfín Juan Díaz, mostrando que se trataba de que el presidente tomara el poder. Muchos ahora piensan que Romero Deschamps será el nuevo quineado.
Sin embargo, hasta entonces, el dirigente tendría tiempo para hacerse de dos millonarios fideicomisos contratados hace 24 años junto con La Quina, cuando aún eran amigos, y que desde 1989 estaban en litigio judicial: uno por 3 mil millones de viejos pesos mexicanos (aproximadamente, 3 millones de dólares) depositado en Banamex, y otro por 2 millones de dólares que están en un fondo de Nueva York. Los fideicomisos fueron creados para “obras sociales para los trabajadores” afiliados al gremio. La autónoma Coalición Nacional de Trabajadores Petroleros informó que son los más cuantiosos, pero que hay muchos más en litigio entre La Quina y Romero Deschamps. La agrupación afirmó temer que ahora el actual dirigente “se haga ilegalmente de estos fondos de los trabajadores petroleros”. Explicó que tras la detención de La Quina en 1989, los fideicomisos para obras sociales no se tocaron y quedaron en los bancos. La Coalición incluso teme que los bancos “puedan quedarse con el dinero de los trabajadores petroleros”.
Según reveló esta coalición, Romero Deschamps ofreció a La Quina después de su excarcelación el 20% de los fideicomisos para que los liberara, a cambio de quedarse él con el 80% restante. La Quina se negó al pacto, porque sería “un atraco contra los trabajadores”. Romero declaró que lo hacía “por ayudar” al ex dirigente.
México hereda todavía los restos del sistema de control corporativo del PRI fundado en los años ’30 por el presidente Cárdenas. Para algunos analistas mexicanos, el régimen priísta no ha cambiado, salvo la interrupción por el PAN durante dos sexenios (2000-12). Si bien los sucesivos quinazos acallaron bastante la oposición de los sindicalistas priístas, las privatizaciones iniciadas hace un año y la competencia de sindicatos autónomos en distintas ramas de la economía los compelen a actuar. Ciertamente, hoy, el poder de la Presidencia de la República se ve mermado por la acción de otros factores, como los gobernadores y los intereses de ciertos grupos fácticos. No obstante, aún conserva el poder suficiente para “deshacerse” de un líder sindical oficialista que se desmarque. Murió La Quina, pero no el “quinazo”.
El error de La Quina fue haberse creído más poderoso que el presidente de la república. Este golpe de timón contra un seguidor y/o aliado estrecho y la señal que se envía a los demás adherentes para mostrar quién tiene las riendas del mando se conoce desde entonces en el lenguaje político mexicano como “quinazo”.
Hernández Galicia fue amnistiado por Ernesto Zedillo (1994-2000) en 1997. Semanas antes de su fallecimiento decía que confiaba en Enrique Peña Nieto, pues consideraba que hizo una buena gestión en el Estado de México como gobernador y que lo haría también como presidente, aunque despreciaba a algunos miembros del gabinete: “No dan el ancho”, dijo.
Carlos Antonio Romero Deschamps (1943) lidera el Sindicato de Trabajadores Petroleros (Stprm) desde 1996 y es miembro del PRI desde 1961. Ha sido diputado federal en tres ocasiones y senador en dos periodos. En 1969 ingresó a Pemex y dos años después comenzó sus actividades sindicales. Dirige el sindicato desde 1993, luego de su traición a La Quina. Fue reelecto cuatro veces y su actual gestión termina en 2018.
Su vida política y personal está jalonada de escándalos políticos y personales: en 2000 su nombre fue involucrado en el Pemexgate, cuando el Instituto Federal Electoral documentó que el sindicato petrolero desvió 500 millones de pesos de los fondos sindicales para apoyar la campaña presidencial del candidato priísta. En septiembre de 2012 su hija Paulina subió a su cuenta de Facebook fotos de sus viajes a bordo de yates y aviones privados. Y apenas el pasado 23 de febrero el semanario Proceso informó en su portal electrónico que Romero Deschamps regaló a su hijo José Carlos una Ferrari de edición limitada, valorada en dos millones de dólares. En el portal electrónico de Carmen Aristegui, Noticias, también se informó que el dirigente posee un apartamento de lujo en Cancún (Quintana Roo), así como un yate. Romero Deschamps fue también diputado en tres períodos y actualmente es senador.
En algunas columnas políticas se ha filtrado la noticia de que el gobierno de Peña Nieto procedería contra Romero Deschamps. ¿Puede todavía venir un tercer “quinazo”?
El segundo “quinazo” fue la detención de Elba Esther Gordillo Morales, ex presidenta del sindicato oficialista de educadores SNTE, en febrero pasado. El procedimiento fue igual al primero: el presidente recién llegado al poder defenestró a una de las líderes sindicales inseguras. Elba Esther Gordillo fue a la cárcel por no haber apoyado la reforma educativa privatizadora. Cuando se convirtió en un lastre, se hizo necesario un nuevo “quinazo”. Tras su caída, la sustituyó su delfín Juan Díaz, mostrando que se trataba de que el presidente tomara el poder. Muchos ahora piensan que Romero Deschamps será el nuevo quineado.
Sin embargo, hasta entonces, el dirigente tendría tiempo para hacerse de dos millonarios fideicomisos contratados hace 24 años junto con La Quina, cuando aún eran amigos, y que desde 1989 estaban en litigio judicial: uno por 3 mil millones de viejos pesos mexicanos (aproximadamente, 3 millones de dólares) depositado en Banamex, y otro por 2 millones de dólares que están en un fondo de Nueva York. Los fideicomisos fueron creados para “obras sociales para los trabajadores” afiliados al gremio. La autónoma Coalición Nacional de Trabajadores Petroleros informó que son los más cuantiosos, pero que hay muchos más en litigio entre La Quina y Romero Deschamps. La agrupación afirmó temer que ahora el actual dirigente “se haga ilegalmente de estos fondos de los trabajadores petroleros”. Explicó que tras la detención de La Quina en 1989, los fideicomisos para obras sociales no se tocaron y quedaron en los bancos. La Coalición incluso teme que los bancos “puedan quedarse con el dinero de los trabajadores petroleros”.
Según reveló esta coalición, Romero Deschamps ofreció a La Quina después de su excarcelación el 20% de los fideicomisos para que los liberara, a cambio de quedarse él con el 80% restante. La Quina se negó al pacto, porque sería “un atraco contra los trabajadores”. Romero declaró que lo hacía “por ayudar” al ex dirigente.
México hereda todavía los restos del sistema de control corporativo del PRI fundado en los años ’30 por el presidente Cárdenas. Para algunos analistas mexicanos, el régimen priísta no ha cambiado, salvo la interrupción por el PAN durante dos sexenios (2000-12). Si bien los sucesivos quinazos acallaron bastante la oposición de los sindicalistas priístas, las privatizaciones iniciadas hace un año y la competencia de sindicatos autónomos en distintas ramas de la economía los compelen a actuar. Ciertamente, hoy, el poder de la Presidencia de la República se ve mermado por la acción de otros factores, como los gobernadores y los intereses de ciertos grupos fácticos. No obstante, aún conserva el poder suficiente para “deshacerse” de un líder sindical oficialista que se desmarque. Murió La Quina, pero no el “quinazo”.
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Eduardo J. Vior