EL "SUEÑO AMERICANO" ENGENDRA MONSTRUOS
Eduardo J. Vior 16 de Enero de 2016 |
12:00
En su último
mensaje sobre el Estado de la Unión, el presidente de los Estados
Unidos, Barack Hussein Obama, prescindió de presentar al Congreso el
habitual catálogo de leyes que este debería aprobar, para llamar a su
pueblo a renovar su unidad en pos del "sueño americano", la utopía del
progreso individual permanente.
"Una de las cosas que más lamento de mi presidencia es que el rencor y
la sospecha entre los partidos hayan empeorado en vez de mejorar", dijo
el presidente en uno de los pasajes más emocionales de su alocución.
Estos mensajes siguen habitualmente una fórmula bastante rígida: empiezan destacando que el estado del país es fuerte, para elogiar luego la política económica aplicada por el presidente, presentan a continuación una lista de las leyes que el Congreso debería aprobar, subrayan sus éxitos en política exterior (generalmente cerca del final, porque, al felicitar a los soldados por su esfuerzo, se aseguran el aplauso unánime de la asamblea parlamentaria) y terminan subrayando la excepcionalidad del carácter nacional norteamericano con un "¡Dios bendiga a América!".
El mensaje presidencial del pasado martes 12 se ajustó a este esquema. No contuvo muchas ideas nuevas, sino que convocó a seguir creciendo y mejorando la calidad de los empleos, propuso que el desarrollo tecnológico sea aprovechado también por los más vulnerables, mejorando el acceso a la educación y su calidad, se explayó sobre la necesidad de implementar una política exterior responsable sin ser policía del mundo y especialmente llamó a superar las profundas divisiones partidistas actuales.
Aunque Obama buscó dar una perspectiva de futuro, no se privó de influir sobre la campaña electoral que comenzará oficialmente a fines del mes, cuando se reúnan en Iowa las primeras asambleas que eligen a los candidatos de cada partido. Así, en obvia referencia a Donald Trump, comentó que "cuando nuestros políticos insultan a los musulmanes (…), no ganamos en seguridad." En este y en otros pasajes de su discurso Obama adoptó el tono aleccionador que tanto le gusta.
El mandatario insistió mucho sobre las opciones que se presentan a los congresistas y las posibles consecuencias de sus decisiones. Especialmente al referirse a la política exterior, abogó por un intervencionismo mesurado: "Conducir al mundo implica aplicar sabiamente el poder militar y agrupar al planeta detrás de causas justas", puntualizó.
En suma, se trató de un discurso en el que habló mucho sobre el futuro, para legitimar su propio legado. Enraizado en una honda tradición patriótica apeló a la iniciativa ciudadana para que impulse a los partidos a unirse. Sin embargo, la profunda división actual de Estados Unidos no se origina en los partidos,sino en el cisma cultural que recorre toda la sociedad norteamericana desde el fin de la Guerra Fría.
Para el presidente, la desigualdad –que en Estados Unidos es siempre racial–, es un factor más de la polarización, junto a las transformaciones económicas y tecnológicas y la intolerancia, pero la enorme concentración de la riqueza alentada por todos los gobiernos desde la década de 1980 es la principal responsable por el odio faccioso y la violencia imperantes. Para superarlos, el presidente propone reinventar "el sueño americano", la utopía del eterno progreso de la libertad individual, aunque hace ya muchos años que el extremo individualismo y el bienestar general son incompatibles.
Francisco de Goya, un aragonés genial, ya lo pintó hace dos siglos: el sueño de la razón engendra monstruos. «
Estos mensajes siguen habitualmente una fórmula bastante rígida: empiezan destacando que el estado del país es fuerte, para elogiar luego la política económica aplicada por el presidente, presentan a continuación una lista de las leyes que el Congreso debería aprobar, subrayan sus éxitos en política exterior (generalmente cerca del final, porque, al felicitar a los soldados por su esfuerzo, se aseguran el aplauso unánime de la asamblea parlamentaria) y terminan subrayando la excepcionalidad del carácter nacional norteamericano con un "¡Dios bendiga a América!".
El mensaje presidencial del pasado martes 12 se ajustó a este esquema. No contuvo muchas ideas nuevas, sino que convocó a seguir creciendo y mejorando la calidad de los empleos, propuso que el desarrollo tecnológico sea aprovechado también por los más vulnerables, mejorando el acceso a la educación y su calidad, se explayó sobre la necesidad de implementar una política exterior responsable sin ser policía del mundo y especialmente llamó a superar las profundas divisiones partidistas actuales.
Aunque Obama buscó dar una perspectiva de futuro, no se privó de influir sobre la campaña electoral que comenzará oficialmente a fines del mes, cuando se reúnan en Iowa las primeras asambleas que eligen a los candidatos de cada partido. Así, en obvia referencia a Donald Trump, comentó que "cuando nuestros políticos insultan a los musulmanes (…), no ganamos en seguridad." En este y en otros pasajes de su discurso Obama adoptó el tono aleccionador que tanto le gusta.
El mandatario insistió mucho sobre las opciones que se presentan a los congresistas y las posibles consecuencias de sus decisiones. Especialmente al referirse a la política exterior, abogó por un intervencionismo mesurado: "Conducir al mundo implica aplicar sabiamente el poder militar y agrupar al planeta detrás de causas justas", puntualizó.
En suma, se trató de un discurso en el que habló mucho sobre el futuro, para legitimar su propio legado. Enraizado en una honda tradición patriótica apeló a la iniciativa ciudadana para que impulse a los partidos a unirse. Sin embargo, la profunda división actual de Estados Unidos no se origina en los partidos,sino en el cisma cultural que recorre toda la sociedad norteamericana desde el fin de la Guerra Fría.
Para el presidente, la desigualdad –que en Estados Unidos es siempre racial–, es un factor más de la polarización, junto a las transformaciones económicas y tecnológicas y la intolerancia, pero la enorme concentración de la riqueza alentada por todos los gobiernos desde la década de 1980 es la principal responsable por el odio faccioso y la violencia imperantes. Para superarlos, el presidente propone reinventar "el sueño americano", la utopía del eterno progreso de la libertad individual, aunque hace ya muchos años que el extremo individualismo y el bienestar general son incompatibles.
Francisco de Goya, un aragonés genial, ya lo pintó hace dos siglos: el sueño de la razón engendra monstruos. «
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