El desierto y su semilla
La compra de Monsanto por Bayer
suma otro episodio en la concentración de los agronegocios y reflota
una alianza nacida en la Guerra de Vietnam. Los ecos en Argentina
El miércoles 14 de septiembre Monsanto aceptó finalmente la oferta de
compra de Bayer por 66 mil millones de dólares. Ésta es apenas una de
varias fusiones recientes entre trasnacionales del agronegocio que
aumentan aún más la concentración del mercado de agroinsumos y la
dependencia de los agricultores y campesinos.
A la amplia gama de agroquímicos comercializados
por su filial CropScience, la multinacional alemana, líder de la
industria farmacéutica, suma ahora más de 2.000 variedades de semillas
patentadas por Monsanto. Esta unión es la última de una serie de
fusiones en el sector. En 1996 existían 600 empresas independientes de
cultivo que hace poco se habían reducido a seis, de los cuales tres son
de Estados Unidos (Monsanto, Dow Chemical y DuPont), dos de Alemania
(Bayer y BASF) y uno de Suiza (Syngenta), que sumados ahora controlan el
63 por ciento del mercado global. Las tres recientes grandes
megafusiones –las de las estadunidenses Dow Chemical y DuPont (130 mil
millones de dólares), ChemChina y Syngenta (44 mil millones) y ahora
Bayer con Monsanto (66 mil millones)- reducirán de seis a cuatro el
número de los jugadores globales en el sector del agronegocio. Ante esta
ola, es llamativo el silencio de la alemana BASF, que opera en más de
80 países con ingresos por 78 mil millones de dólares en 2015.
Bayer cuenta hoy en todo el mundo con alrededor de
117.000 empleados, mientras que Monsanto tiene 23.000. Con esta fusión,
el negocio farmacéutico pasa a un segundo lugar entre las actividades
de la compañía alemana. Muchos analistas esperan que Bayer entierre la
marca Monsanto por la mala fama que tiene en Europa. A pesar de que
Bayer desarrolla, produce y vende productos similares, su imagen es
mejor que la de su contraparte.
Bayer produce desde medicinas hasta semillas,
pesticidas, abonos e ingeniería genética. Del negocio de la compañía
alemana, el 49 por ciento procede del sector médico, el 26 por ciento de
su división especializada en materiales científicos (llamada Covestro) y
el 22 por ciento de lo que la empresa denomina “ciencia de los
cultivos”.
Los riesgos concomitantes a una tan alta concentración en el mercado de los agroquímicos aumentan por su influencia sobre las empresas de fertilizantes y de maquinarias. Poco antes del acuerdo Monsanto-Bayer se unieron Agrium y Potash Corp, dos de las mayores empresas de fertilizantes, en la mayor empresa mundial del ramo. Fue esta fusión la que aumentó la presión sobre Bayer para que mejorara su oferta por Monsanto.
Paralelamente el sector de maquinaria rural, que no sólo incluye tractores y cosechadoras, sino también drones, robots y sistemas GPS para la recolección de datos de campo por satélite, se ha venido asociando con las gigantes de transgénicos. En 2015 John Deere -el mayor fabricante mundial de maquinaria- acordó con Monsanto comprarle la subsidiaria Precision Planting LLD de datos agrícolas, pero el Departamento de Justicia vetó la operación para preservar la libre competencia. De esta manera la subsidiaria de Monsanto entra en la nueva fusión, dándole a Bayer el control digital de los cultivos del mundo. Cada vez más manejar los datos será decisivo para controlar el inicio de la cadena agroalimentaria.
Es notorio el malestar de los medios estadounidenses ante el avance del gigante germano y no es de descartar que su presión sobre el Congreso haga que las autoridades de control del mercado veten total o parcialmente la compra. Lo mismo puede suceder en la UE.
La ONG ecologista alemana Coalición contra los Peligros de Bayer (CBG, por sus siglas en alemán), en tanto, denunció que entre 1954 y 1967 Bayer y Monsanto ya conformaron una empresa conjunta llamada Mobay Chemical Corporation que proveyó al Departamento de Defensa de EE.UU. uno de los precursores del agente naranja utilizado durante la Guerra de Vietnam. El uso del agente naranja produjo en el país asiático un millón de personas discapacitadas o con problemas de salud y 400.000 muertos. Sin embargo, el nombre de Bayer no quedó asociado a este hecho, como sí el de Monsanto.
En la Argentina
Con ventas por unos 800 millones de dólares, el maíz es el mayor negocio de Monsanto en Argentina. Los otros fuertes de la compañía son la venta del herbicida glifosato y otros productos para el control de malezas, pero la firma es más conocida por su soja transgénica. El año pasado la compañía se trenzó en una batalla con el gobierno y las entidades ruralistas por el control sobre la patente de la nueva versión de la soja transgénica, denominada Intacta. Ahora, el Ministerio de Agroindustria se prepara a presentar una ley para ordenar el pago de regalías que ya generó el rechazo de los productores. Monsanto también tiene algodón y, con la marca Seminis, comercializa hortalizas y frutas.
Bayer, en tanto, facturó el año pasado unos 300 millones de dólares, dos tercios de los cuales en el negocio de agroquímicos. Es fuerte en insecticidas, fungicidas y herbicidas. En semillas de soja tiene la marca Credenz.
Los riesgos concomitantes a una tan alta concentración en el mercado de los agroquímicos aumentan por su influencia sobre las empresas de fertilizantes y de maquinarias. Poco antes del acuerdo Monsanto-Bayer se unieron Agrium y Potash Corp, dos de las mayores empresas de fertilizantes, en la mayor empresa mundial del ramo. Fue esta fusión la que aumentó la presión sobre Bayer para que mejorara su oferta por Monsanto.
Paralelamente el sector de maquinaria rural, que no sólo incluye tractores y cosechadoras, sino también drones, robots y sistemas GPS para la recolección de datos de campo por satélite, se ha venido asociando con las gigantes de transgénicos. En 2015 John Deere -el mayor fabricante mundial de maquinaria- acordó con Monsanto comprarle la subsidiaria Precision Planting LLD de datos agrícolas, pero el Departamento de Justicia vetó la operación para preservar la libre competencia. De esta manera la subsidiaria de Monsanto entra en la nueva fusión, dándole a Bayer el control digital de los cultivos del mundo. Cada vez más manejar los datos será decisivo para controlar el inicio de la cadena agroalimentaria.
Es notorio el malestar de los medios estadounidenses ante el avance del gigante germano y no es de descartar que su presión sobre el Congreso haga que las autoridades de control del mercado veten total o parcialmente la compra. Lo mismo puede suceder en la UE.
La ONG ecologista alemana Coalición contra los Peligros de Bayer (CBG, por sus siglas en alemán), en tanto, denunció que entre 1954 y 1967 Bayer y Monsanto ya conformaron una empresa conjunta llamada Mobay Chemical Corporation que proveyó al Departamento de Defensa de EE.UU. uno de los precursores del agente naranja utilizado durante la Guerra de Vietnam. El uso del agente naranja produjo en el país asiático un millón de personas discapacitadas o con problemas de salud y 400.000 muertos. Sin embargo, el nombre de Bayer no quedó asociado a este hecho, como sí el de Monsanto.
En la Argentina
Con ventas por unos 800 millones de dólares, el maíz es el mayor negocio de Monsanto en Argentina. Los otros fuertes de la compañía son la venta del herbicida glifosato y otros productos para el control de malezas, pero la firma es más conocida por su soja transgénica. El año pasado la compañía se trenzó en una batalla con el gobierno y las entidades ruralistas por el control sobre la patente de la nueva versión de la soja transgénica, denominada Intacta. Ahora, el Ministerio de Agroindustria se prepara a presentar una ley para ordenar el pago de regalías que ya generó el rechazo de los productores. Monsanto también tiene algodón y, con la marca Seminis, comercializa hortalizas y frutas.
Bayer, en tanto, facturó el año pasado unos 300 millones de dólares, dos tercios de los cuales en el negocio de agroquímicos. Es fuerte en insecticidas, fungicidas y herbicidas. En semillas de soja tiene la marca Credenz.
Horacio Busanello, presidente del Directorio del
Grupo Los Grobo, se manifestó muy críticamente sobre la fusión. “Las
empresas del sector no están dando las ganancias que les prometieron a
los accionistas y la única alternativa que les queda es la fusión para
intentar achicar sus negocios y concentrar el mercado”, señaló. “En los
próximos diez años no habrá nada novedoso en investigación y
desarrollo”, añadió.
La fusión entre ambos gigantes del agronegocio
amenaza con reducir aún más la competencia en un mercado ya altamente
oligopólico, obviar los controles de mercado y medioambientales en la
mayoría de los países del mundo que carecen del poder estatal necesario
como para imponerse a las corporaciones, limitar la innovación
tecnológica y liquidar la existencia de millones de familias campesinas y
agricultoras. Si en la primera edición de su cooperación ambas empresas
trajeron al mundo el agente naranja que mató a 400.000 personas en
Vietnam, ¿a cuántas van a matar en esta remake?
Argentina es uno de los mayores productores de
cultivos alimenticios del mundo. Ante los riesgos que la fusión acarrea
para el medioambiente, la población, la economía y la soberanía
nacional, el gobierno argentino debería ponerla bajo la lupa y poner a
consideración de la opinión pública sus beneficios y consecuencias
negativas. ¿Se animará Cambiemos a tanta democracia?