Miradas al Sur
Año 6. Edición número 248. Domingo 17 de febrero de 2013
El término “Europa” aparece desde hace cinco años en los medios en
combinación con “moneda”, “ahorro”, “crisis” y similares. Antes se lo
vinculaba con “dignidad humana”, “libertad”, “democracia” e “igualdad”.
¿Adónde va Europa? Para responder esta pregunta debe responderse de
dónde viene la Europa política.
Al final de la Guerra Fría, entre 1989 y 1990, se discutieron propuestas de confederación de ambos Estados alemanes en el marco de una Europa unida del Atlántico a los Urales. Se trataba de disolver ambos bloques militares y establecer una zona continental de paz y cooperación.
Las izquierdas no entendieron entonces el momento histórico tan bien como los grandes líderes de la derecha, Helmut Kohl y George Bush padre. El primero sabía que, para ser potencia, Alemania unificada necesitaba un brazo militar bajo un mando colectivo que disipara los resquemores de los vecinos. El segundo sabía que, como se decía en los años ’50, “la OTAN existe para que los rusos estén afuera, los norteamericanos, adentro, y los alemanes, abajo”. Así, en 1991 se ampliaron las funciones de la alianza a “defender la seguridad y los intereses vitales de sus socios donde quiera que sean afectados”; o sea, también a asegurar los abastecimientos petroleros.
Por el Tratado de Maastricht de 1992 se creó la Unión Europea, con política exterior, de seguridad, economía y moneda comunes. En 1997, el Tratado de Ámsterdam dispuso la convergencia presupuestaria y cambiaria y fundó el Banco Central Europeo (BCE) y el euro (€), corriente desde 2002. La adhesión de los países miembros al Tratado de Schengen de 1987 posibilitó la libre circulación de las personas, el intercambio de datos personales y el común control de las fronteras.
Desde esos años la construcción política se subordinó a la reducción de los déficit y la estabilización de la moneda común. Cuanto más se integraba la UE, más se excluía a Rusia y Turquía, se cerraba la frontera mediterránea y se destruía Yugoslavia. Inmediatamente después de 2001, los países de la UE adoptaron leyes de seguridad que suspendieron libertades y derechos y establecieron la vigilancia permanente de sus poblaciones. Al mismo tiempo se introdujeron el euro y la política migratoria común. Mientras tanto, la UE se ampliaba rápidamente hacia el Este y Sureste imponiendo a los adherentes rígidas normativas.
Desde el comienzo de los años 2000, la UE se desarrolló en torno de cuatro ejes: la concentración del gobierno en su ejecutivo, la estabilidad monetaria y la reducción de los déficit presupuestarios, la política común de seguridad y de intervenciones militares y la política migratoria represiva. Ello sirvió para que la población aceptara la destrucción del Estado de Bienestar, reforzada por políticas monetarias y presupuestarias que ahogan las políticas de derechos. Con la criminalización de la inmigración se fomenta la xenofobia y el sometimiento al gobierno europeo disciplina a los gobiernos díscolos.
Claro que hay contradicciones, como el fracaso en 2005/06 de la Constitución. Votando en contra los electores de algunos países mostraron su rechazo a la discrecionalidad de políticos y funcionarios. El Tratado de Lisboa, en vigor desde 2009, es una combinación pragmática de los tratados anteriores que estableció la UE como persona jurídica internacional y ordenó sus órganos de gobierno, en tanto dio vigencia a la Carta de Derechos Fundamentales.
Hasta el estallido de la crisis económica en 2008, el esfuerzo integracionista se dirigió a respaldar la unión monetaria y el flujo de capitales concentrando poder en la cumbre sin eficiente control democrático. Sin embargo, esta concentración de poder multiplicó las crisis. Por eso se suceden las medidas ad hoc con intervenciones permanentes de Angela Merkel. Para superar los desequilibrios económicos, en 2011 se adoptó el Pacto del Euro, que forzó a los países miembros a rebajar los salarios y los gastos sociales, pero no pudo establecer la unión fiscal.
La incapacidad política de la UE se manifestó en que las decisiones se adoptan en comités de emergencia. Para los conservadores hay que imponer una política fiscal común por dos o tres años. Con los presupuestos saneados se empezaría entonces a pagar las deudas soberanas. Para los críticos de centroizquierda e izquierda, en tanto, Europa debe subsanar primero su déficit de democracia.
Para entender por qué de la crisis europea por ahora sólo se puede salir por la derecha, hay que recordar el origen del actual proceso hace veinte años. En tanto la Unión Europea se niegue a reconocer los derechos de los migrantes y continúe restringiendo el acceso a la ciudadanía, seguirá teniendo que priorizar la seguridad sobre los derechos de sus habitantes. En consecuencia, la imposibilidad de demandar por derechos limitará la democracia europea y agudizará las luchas entre pocos actores por el poder autoritario concentrado. Ante la incapacidad de resolver sus conflictos, la UE continuará construyendo enemigos para desviar la atención popular. El aumento del autoritarismo se mantendrá, hasta que algún tipo de fractura restablezca un cierto equilibrio de poderes, pero ésta todavía no es previsible.
Al final de la Guerra Fría, entre 1989 y 1990, se discutieron propuestas de confederación de ambos Estados alemanes en el marco de una Europa unida del Atlántico a los Urales. Se trataba de disolver ambos bloques militares y establecer una zona continental de paz y cooperación.
Las izquierdas no entendieron entonces el momento histórico tan bien como los grandes líderes de la derecha, Helmut Kohl y George Bush padre. El primero sabía que, para ser potencia, Alemania unificada necesitaba un brazo militar bajo un mando colectivo que disipara los resquemores de los vecinos. El segundo sabía que, como se decía en los años ’50, “la OTAN existe para que los rusos estén afuera, los norteamericanos, adentro, y los alemanes, abajo”. Así, en 1991 se ampliaron las funciones de la alianza a “defender la seguridad y los intereses vitales de sus socios donde quiera que sean afectados”; o sea, también a asegurar los abastecimientos petroleros.
Por el Tratado de Maastricht de 1992 se creó la Unión Europea, con política exterior, de seguridad, economía y moneda comunes. En 1997, el Tratado de Ámsterdam dispuso la convergencia presupuestaria y cambiaria y fundó el Banco Central Europeo (BCE) y el euro (€), corriente desde 2002. La adhesión de los países miembros al Tratado de Schengen de 1987 posibilitó la libre circulación de las personas, el intercambio de datos personales y el común control de las fronteras.
Desde esos años la construcción política se subordinó a la reducción de los déficit y la estabilización de la moneda común. Cuanto más se integraba la UE, más se excluía a Rusia y Turquía, se cerraba la frontera mediterránea y se destruía Yugoslavia. Inmediatamente después de 2001, los países de la UE adoptaron leyes de seguridad que suspendieron libertades y derechos y establecieron la vigilancia permanente de sus poblaciones. Al mismo tiempo se introdujeron el euro y la política migratoria común. Mientras tanto, la UE se ampliaba rápidamente hacia el Este y Sureste imponiendo a los adherentes rígidas normativas.
Desde el comienzo de los años 2000, la UE se desarrolló en torno de cuatro ejes: la concentración del gobierno en su ejecutivo, la estabilidad monetaria y la reducción de los déficit presupuestarios, la política común de seguridad y de intervenciones militares y la política migratoria represiva. Ello sirvió para que la población aceptara la destrucción del Estado de Bienestar, reforzada por políticas monetarias y presupuestarias que ahogan las políticas de derechos. Con la criminalización de la inmigración se fomenta la xenofobia y el sometimiento al gobierno europeo disciplina a los gobiernos díscolos.
Claro que hay contradicciones, como el fracaso en 2005/06 de la Constitución. Votando en contra los electores de algunos países mostraron su rechazo a la discrecionalidad de políticos y funcionarios. El Tratado de Lisboa, en vigor desde 2009, es una combinación pragmática de los tratados anteriores que estableció la UE como persona jurídica internacional y ordenó sus órganos de gobierno, en tanto dio vigencia a la Carta de Derechos Fundamentales.
Hasta el estallido de la crisis económica en 2008, el esfuerzo integracionista se dirigió a respaldar la unión monetaria y el flujo de capitales concentrando poder en la cumbre sin eficiente control democrático. Sin embargo, esta concentración de poder multiplicó las crisis. Por eso se suceden las medidas ad hoc con intervenciones permanentes de Angela Merkel. Para superar los desequilibrios económicos, en 2011 se adoptó el Pacto del Euro, que forzó a los países miembros a rebajar los salarios y los gastos sociales, pero no pudo establecer la unión fiscal.
La incapacidad política de la UE se manifestó en que las decisiones se adoptan en comités de emergencia. Para los conservadores hay que imponer una política fiscal común por dos o tres años. Con los presupuestos saneados se empezaría entonces a pagar las deudas soberanas. Para los críticos de centroizquierda e izquierda, en tanto, Europa debe subsanar primero su déficit de democracia.
Para entender por qué de la crisis europea por ahora sólo se puede salir por la derecha, hay que recordar el origen del actual proceso hace veinte años. En tanto la Unión Europea se niegue a reconocer los derechos de los migrantes y continúe restringiendo el acceso a la ciudadanía, seguirá teniendo que priorizar la seguridad sobre los derechos de sus habitantes. En consecuencia, la imposibilidad de demandar por derechos limitará la democracia europea y agudizará las luchas entre pocos actores por el poder autoritario concentrado. Ante la incapacidad de resolver sus conflictos, la UE continuará construyendo enemigos para desviar la atención popular. El aumento del autoritarismo se mantendrá, hasta que algún tipo de fractura restablezca un cierto equilibrio de poderes, pero ésta todavía no es previsible.
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Eduardo J. Vior