Túnez: el renacer de la primavera árabe
Año 6. Edición número 249. Domingo 24 de febrero de 2013
El movimiento laico tunecino rechaza la composición
del nuevo gobierno islámico. Según los especialistas locales, el clima
de descontento social y agitación popular es muy similar a la coyuntura
de enero de 2011, cuando comenzaron las históricas revueltas
norafricanas.
Los Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña están atizando en el norte
de África el mismo fuego que dicen combatir en Malí. Al designar a Ali
Larayedh como primer ministro interino este viernes 22, el presidente de
Túnez, Moncef Marzuki, ha desafiado a la amplia oposición movilizada
contra las milicias islamistas después del asesinato del líder opositor
laico Chokri Belaid el pasado 6 de febrero y ha roto con la mayoría de
los partidos políticos y grupos empresarios que apoyan la política de
unidad nacional del primer ministro renunciante Hamadi Jebali. ¿Marcará
Túnez nuevamente el rumbo del mundo árabe como en 2011 o la
democratización será ahogada en sangre como en Bahrein y Yemen?
¿Arriesgará Francia una nueva intervención militar con apoyo
estadounidense y británico por miedo a los monarcas del Golfo y a los
sauditas?
Ali Larayedh es uno de los principales dirigentes del partido islamista Ennahda (Partido del Renacimiento) del que fue secretario general hasta su arresto en 1990. Condenado por un tribunal militar a quince años de prisión en 1992, pasó diez años aislado, hasta su liberación en 2011. Durante su detención sufrió brutales torturas y su esposa fue violada por la policía y filmada para deshonrarla. Al salir de la prisión fue designado Ministro del Interior en el gobierno interino de coalición surgido de la revolución que derrocó al dictador Zin El Abidin Ben Ali en enero de 2011. En el cargo, Ali Larayedh se distinguió por su dureza y la oposición laica lo sospecha de ser cómplice en el asesinato de Belaid.
Las diferencias entre el ex-primer ministro Jebali y su partido Enahdha parecen insuperables. Oficialmente la conducción partidaria concorda con disolver las milicias islámicas acusadas del asesinato de Belaid y con una pronta convocatoria a elecciones, pero discorda con Jebali en la proporción de ministros técnicos y políticos que deberían formar el gabinete de transición. El jueves 21 por la noche, el premier renunciante se dirigió por TV al pueblo tunecino, para defender su propuesta de formación de un gobierno apolítico que resuelva los problemas socioeconómicos más urgentes, y quejarse por la falta de apoyo del presidente y de su propio partido. Al renunciar el martes 19, Jebali ya había declarado que no seguiría como primer ministro hasta que se convocara a elecciones generales y se pusiera una fecha para que la Asamblea Constituyente acabe los trabajos comenzados hace quince meses. La asamblea está paralizada por la discusión sobre el futuro carácter del Estado tunecino.
El Partido del Renacimiento Ennahdha, fundado en los años ’80 y ferozmente perseguido por la dictadura de Ben Ali, tiene 89 de los 217 diputados en la Asamblea Nacional Constituyente elegida en octubre de 2011 y hasta ahora gobernaba junto con dos partidos laicos. La oposición parlamentaria, en tanto, y la poderosa UGTT (Union General Tunecina del Trabajo) hace dos semanas condujeron exitosamente la primera huelga general en Túnez después de 35 años en protesta por el asesinato de Belaid. En el sepelio de éste, realizado ese mismo viernes 8, participaron más de un millón de personas. Es de destacar que Túnez tiene una larga historia de movimiento sindical, a diferencia de lo que sucede en la mayoría de los países árabes.
Aunque el líder de Ennahda, Rached Ghannuchi, rechazó la propuesta de Jebali de formar un gobierno de tecnócratas, la dirección del partido y sus diputados en la Asamblea están divididos: 56 de éstos apoyan a la dirección del partido, 33 al ex primer ministro. Se trata de un giro radical para un partido islámico conservador como éste. La propuesta de Jebali tiene un gran apoyo, porque la inflación y el desempleo no han hecho más que subir desde la revolución y los ministros de Ennahdha se han mostrado incapaces para resolver estos problemas.
Según la periodista Valérie Urman en una entrevista dada el pasado 8 de febrero, “la onda de choque provocada en Túnez por el asesinato de Chokri Belaid es considerable. Por primera vez la oposición política se ha unido en un frente republicano y democrático que puede encolumnar a todas las fuerzas sociales, especialmente a los sindicatos. El hecho central es la convocatoria a la huelga general, ya que la UGTT es mucho más que un sindicato, es la única organización popular de masas capaz de parar el país.”
“Estos acontecimientos pueden relanzar el proceso democrático. Ennahdha dejó prosperar milicias que multiplican las agresiones y pretende incorporar a la futura Constitución el derecho de éstas a armarse. Existe un peligro real, pero en los últimos dos años la sociedad civil tunecina se ha desarrollado enormemente. Particularmente las mujeres se han movilizado en las nuevas redes sociales. Su labor organizativa sirve especialmente de contrapeso a los islamistas en los barrios populares”, finalizó.
Por su parte, el escritor y periodista Abdelaziz Belkhodja, en una entrada de su blog el pasado 11 de febrero, insertó la crisis tunecina en su contexto internacional: “Inmediatamente después de caer Ben Ali, cayó Mubarak, después Abdallah Saleh en Yemen y más tarde Gadaffi. El movimiento se extendía y las monarquías patrimoniales del Golfo temblaban. Entonces decidieron lanzar una contrarrevolución. ¿Cómo destruir estos peligros?, se interroga retóricamente. Transformando la revolución de las libertades en una revolución de la identidad. Los príncipes del Golfo enviaron centenares de millones de dólares a sus redes yihadistas y la situación se hizo rápidamente incontrolable, forzando la intervención de los Estados Unidos que decidieron sostener a las monarquías árabes y a los Hermanos Musulmanes. El tradicionalismo de éstos –pensaron– puede moderar el ‘izquierdismo’. Los islamistas prometieron a los Estados Unidos de todo: moderación, derechos humanos, libertades, pero también la normalización con Israel, la destrucción del eje Irán-Siria y el financiamiento de la guerra contra Irán.”
“Los islamistas firmaron el pacto y tomaron el poder –continúa–. Sólo los yihadistas siguieron siendo incontrolables. Continuaron con los atentados, atacaron el consulado norteamericano en Bengazi (Libia) y amenazan de muerte a los judíos. Bajo su presión se limitan las libertades, se somete a las mujeres, se proclaman minicalifatos y la yihad se expande al sur del Sahara.”
“La opinión de los dirigentes occidentales cambia, advierte en este punto: en el Sahara, las exacciones yihadistas provocan una intervención extranjera, mientras Argelia, que ha sufrido un ataque, denuncia el complot saudí-qatarí y amenaza al gobierno tunecino que había dejado pasar a los yihadistas y las armas. La situación estaba ya al borde de explotar, cuando Chokri Belaid fue asesinado, pero esto fue un verdadero terremoto. Se denuncian públicamente las transferencias de miles de millones de dólares sin ningún control desde la península arábiga. La población tunecina se subleva. Las potencias occidentales apoyan entonces el reclamo argelino contra Túnez. Hamadi Jebali comprende la situación y hace explotar la bomba, al renunciar. Se pone en condiciones de seguir en el juego político como garante de la democracia”, finaliza.
Con el nombramiento de Ali Larayedh, el islamismo conservador con apoyo saudita y qatarí muestra que ha decidido dar la batalla. Las fuerzas cívicas y populares, también. Al cierre de esta nota, aún no se sabe cómo van a reaccionar las potencias occidentales. La suerte de la revolución tunecina, la de la democracia en todo el mundo árabe y la paz en el Mediterráneo se dirimen hoy en las calles de Túnez.
Ali Larayedh es uno de los principales dirigentes del partido islamista Ennahda (Partido del Renacimiento) del que fue secretario general hasta su arresto en 1990. Condenado por un tribunal militar a quince años de prisión en 1992, pasó diez años aislado, hasta su liberación en 2011. Durante su detención sufrió brutales torturas y su esposa fue violada por la policía y filmada para deshonrarla. Al salir de la prisión fue designado Ministro del Interior en el gobierno interino de coalición surgido de la revolución que derrocó al dictador Zin El Abidin Ben Ali en enero de 2011. En el cargo, Ali Larayedh se distinguió por su dureza y la oposición laica lo sospecha de ser cómplice en el asesinato de Belaid.
Las diferencias entre el ex-primer ministro Jebali y su partido Enahdha parecen insuperables. Oficialmente la conducción partidaria concorda con disolver las milicias islámicas acusadas del asesinato de Belaid y con una pronta convocatoria a elecciones, pero discorda con Jebali en la proporción de ministros técnicos y políticos que deberían formar el gabinete de transición. El jueves 21 por la noche, el premier renunciante se dirigió por TV al pueblo tunecino, para defender su propuesta de formación de un gobierno apolítico que resuelva los problemas socioeconómicos más urgentes, y quejarse por la falta de apoyo del presidente y de su propio partido. Al renunciar el martes 19, Jebali ya había declarado que no seguiría como primer ministro hasta que se convocara a elecciones generales y se pusiera una fecha para que la Asamblea Constituyente acabe los trabajos comenzados hace quince meses. La asamblea está paralizada por la discusión sobre el futuro carácter del Estado tunecino.
El Partido del Renacimiento Ennahdha, fundado en los años ’80 y ferozmente perseguido por la dictadura de Ben Ali, tiene 89 de los 217 diputados en la Asamblea Nacional Constituyente elegida en octubre de 2011 y hasta ahora gobernaba junto con dos partidos laicos. La oposición parlamentaria, en tanto, y la poderosa UGTT (Union General Tunecina del Trabajo) hace dos semanas condujeron exitosamente la primera huelga general en Túnez después de 35 años en protesta por el asesinato de Belaid. En el sepelio de éste, realizado ese mismo viernes 8, participaron más de un millón de personas. Es de destacar que Túnez tiene una larga historia de movimiento sindical, a diferencia de lo que sucede en la mayoría de los países árabes.
Aunque el líder de Ennahda, Rached Ghannuchi, rechazó la propuesta de Jebali de formar un gobierno de tecnócratas, la dirección del partido y sus diputados en la Asamblea están divididos: 56 de éstos apoyan a la dirección del partido, 33 al ex primer ministro. Se trata de un giro radical para un partido islámico conservador como éste. La propuesta de Jebali tiene un gran apoyo, porque la inflación y el desempleo no han hecho más que subir desde la revolución y los ministros de Ennahdha se han mostrado incapaces para resolver estos problemas.
Según la periodista Valérie Urman en una entrevista dada el pasado 8 de febrero, “la onda de choque provocada en Túnez por el asesinato de Chokri Belaid es considerable. Por primera vez la oposición política se ha unido en un frente republicano y democrático que puede encolumnar a todas las fuerzas sociales, especialmente a los sindicatos. El hecho central es la convocatoria a la huelga general, ya que la UGTT es mucho más que un sindicato, es la única organización popular de masas capaz de parar el país.”
“Estos acontecimientos pueden relanzar el proceso democrático. Ennahdha dejó prosperar milicias que multiplican las agresiones y pretende incorporar a la futura Constitución el derecho de éstas a armarse. Existe un peligro real, pero en los últimos dos años la sociedad civil tunecina se ha desarrollado enormemente. Particularmente las mujeres se han movilizado en las nuevas redes sociales. Su labor organizativa sirve especialmente de contrapeso a los islamistas en los barrios populares”, finalizó.
Por su parte, el escritor y periodista Abdelaziz Belkhodja, en una entrada de su blog el pasado 11 de febrero, insertó la crisis tunecina en su contexto internacional: “Inmediatamente después de caer Ben Ali, cayó Mubarak, después Abdallah Saleh en Yemen y más tarde Gadaffi. El movimiento se extendía y las monarquías patrimoniales del Golfo temblaban. Entonces decidieron lanzar una contrarrevolución. ¿Cómo destruir estos peligros?, se interroga retóricamente. Transformando la revolución de las libertades en una revolución de la identidad. Los príncipes del Golfo enviaron centenares de millones de dólares a sus redes yihadistas y la situación se hizo rápidamente incontrolable, forzando la intervención de los Estados Unidos que decidieron sostener a las monarquías árabes y a los Hermanos Musulmanes. El tradicionalismo de éstos –pensaron– puede moderar el ‘izquierdismo’. Los islamistas prometieron a los Estados Unidos de todo: moderación, derechos humanos, libertades, pero también la normalización con Israel, la destrucción del eje Irán-Siria y el financiamiento de la guerra contra Irán.”
“Los islamistas firmaron el pacto y tomaron el poder –continúa–. Sólo los yihadistas siguieron siendo incontrolables. Continuaron con los atentados, atacaron el consulado norteamericano en Bengazi (Libia) y amenazan de muerte a los judíos. Bajo su presión se limitan las libertades, se somete a las mujeres, se proclaman minicalifatos y la yihad se expande al sur del Sahara.”
“La opinión de los dirigentes occidentales cambia, advierte en este punto: en el Sahara, las exacciones yihadistas provocan una intervención extranjera, mientras Argelia, que ha sufrido un ataque, denuncia el complot saudí-qatarí y amenaza al gobierno tunecino que había dejado pasar a los yihadistas y las armas. La situación estaba ya al borde de explotar, cuando Chokri Belaid fue asesinado, pero esto fue un verdadero terremoto. Se denuncian públicamente las transferencias de miles de millones de dólares sin ningún control desde la península arábiga. La población tunecina se subleva. Las potencias occidentales apoyan entonces el reclamo argelino contra Túnez. Hamadi Jebali comprende la situación y hace explotar la bomba, al renunciar. Se pone en condiciones de seguir en el juego político como garante de la democracia”, finaliza.
Con el nombramiento de Ali Larayedh, el islamismo conservador con apoyo saudita y qatarí muestra que ha decidido dar la batalla. Las fuerzas cívicas y populares, también. Al cierre de esta nota, aún no se sabe cómo van a reaccionar las potencias occidentales. La suerte de la revolución tunecina, la de la democracia en todo el mundo árabe y la paz en el Mediterráneo se dirimen hoy en las calles de Túnez.
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Eduardo J. Vior