Los “piratas verdes” se ensuciaron con petróleo
Año 6. Edición número 281. Domingo 06 de Octubre de 2013
Rusia ve la acción de Greenpeace en el Ártico como
un adelanto de la internacionalización occidental de la región.
En los siglos XVI y XVII los corsarios y piratas fueron en el Caribe
los adelantados de las potencias europeas emergentes en territorios del
imperio español, cuando sus países de origen aún no se atrevían con el
poder hegemónico de la época. Al definirse la supremacía mundial inglesa
en el siglo XVIII, los piratas fueron suprimidos por sus impulsores de
antaño. De modo similar percibió el gobierno ruso la incursión del barco
de Greenpeace Artic Sunrise cuyos tripulantes asaltaron el 19 de
setiembre en el Mar de Barents la plataforma petrolera Prirazlomnaya.
Después de algunas contradicciones el pasado miércoles 2 la fiscalía del Noroeste de Rusia acusó a 14 tripulantes del buque por piratería. Las otras 16 personas fueron llevadas a los tribunales de Murmansk, capital distrital. La acusación da para que pasen quince años en prisión, pero la fiscalía ya anunció que serán liberados antes de los dos meses.
El grupo fue detenido por la guardia costera el 19 de septiembre, al liberar la plataforma Prirazlómnaya ocupada el día anterior y el buque, remolcado al puerto de Murmansk. Los ecologistas protestaban contra la próxima exploración de petróleo en aguas profundas del Ártico por la sociedad pública Gazprom, la tercera empresa más grande del mundo. El Ministerio de Exteriores de Rusia consideró provocadoras y extremistas las acciones de Greenpeace. En su respuesta, el 22 de septiembre, la organización ecologista negó la acusación de piratería y subrayó que el Artic Sunrise se encontraba dentro de la zona económica rusa, pero fuera de sus aguas territoriales, por lo que la acción policial fue ilegal.
Durante el foro internacional Ártico, territorio de diálogo celebrado en Siberia, el presidente Vladímir Putin dijo el 25 de setiembre que los activistas detenidos no son piratas , aunque violaron el derecho internacional. Las contradicciones en el tratamiento del caso en Rusia son significativas: la cancillería asocia el incidente con el ataque terrorista en Kenia, la fiscalía acusa a los ecologistas de piratería y la corte de Murmansk los investiga por intromisión en aguas jurisdiccionales . El presidente, en tanto, se esfuerza por bajar el tono.
La batalla por el petróleo del Ártico en el trasfondo
Estas contradicciones quizás se deban a la intensa lucha que libran Gazprom y Novatek, por un lado, y la estatal Rosneft. Según informó el diario moscovita Kommersant el pasado jueves 3, el gobierno ruso piensa quitar a Gazprom desde enero próximo el monopolio de las exportaciones de gas y repartir licencias para su transporte por mar. Según el diario, Novatek, el segundo productor de gas del país, y Gazprom Neft, la filial petrolera del mamut gasífero, están tomando de manos de la estatal italiana Eni el control de SeverEnergia, con yacimientos en el Norte del país. Con esa operación esperan frenar a Rosneft que tenía la misma intención. El consorcio estatal, a su vez, está implementando un acuerdo estratégico firmado con ExxonMobil en 2011. En junio pasado ambas empresas decidieron explotar juntas yacimientos petrolíferos en los mares de Kara (en Siberia Occidental) y Negro y extraer gas en el Extremo Oriente ruso. Con un costo inicial de 3.200 millones de dólares, financiados en su mayor parte por ExxonMobil, calculan comenzar la extracción de crudo en el Ártico en 2014. A su vez, Neftegaz Holding America Limited, una subsidiaria de Rosneft con sede en Delaware (EE.UU.), compró a ExxonMobil el 30% de un megaproyecto en Tejas Occidental. Hasta hace poco Rosneft era sólo el mayor productor de crudo de Rusia, pero el acuerdo estratégico lo convirtió en global player.
La empresa estatal salió también ganando, porque la cooperación con el socio norteamericano le evita lidiar con socios rusos y la libera de un acuerdo con British Petroleum (BP), que todavía sufre por del desastre en el Golfo de México y que ya trabajaba con sus competidores rusos. La ventaja para Rosneft es además que ExxonMobil transfiere tecnología e incorpora a los rusos a sus proyectos en América del Norte.
Hablando ante activistas del partido Rusia Unida, el presidente Vladimir Putin anunció el pasado 3 de octubre que, para aumentar su presencia en el Ártico, Rusia está reconstruyendo en la isla de Nueva Siberia, en la frontera entre Asia y Europa, donde colindan las áreas de exploración de Gazprom y Rosneft, una base naval de la época soviética estratégica para vigilar el tráfico naviero entre el Pacífico Norte y Europa. Con enojo rechazó a la vez las propuestas occidentales para internacionalizar el Océano Ártico. Rusia, EE.UU., Canadá, Dinamarca y Noruega tratan desde hace tiempo de afirmar su soberanía en la región bajo la que yace un cuarto de las reservas mundiales de gas y petróleo, pero las condiciones ambientales lo impedían. Al derretirse los hielos polares, la situación cambió. Rusia, Canadá y Dinamarca ya han anunciado que harán valer ante la ONU sus derechos sobre el mar como extensión de sus territorios.
Desde el negocio gasífero Gazprom está entrando en la explotación petrolera. Su monopolio para proveer gas a Europa la vincula con las mayores empresas del sector. El ex-canciller alemán Gerhard Schroeder, por ejemplo, es presidente del directorio de una binacional de la empresa rusa con la británica BP y dirigió la construcción del gasoducto del Mar Báltico. Rosneft, a su vez, creció extrayendo petróleo y su alianza con ExxonMobil la introdujo en todas las facetas del negocio a nivel mundial. El choque entre ambas es parte del conflicto europeo-norteamericano por el control de los últimos combustibles fósiles disponibles en el mundo. ¿Se dio cuenta Greenpeace de su papel en esta lucha?
El gobierno ruso ve en la acción ecologista un avance occidental para internacionalizar el Ártico, disminuir su ventaja en el mismo y una intromisión ajena en la lucha por el poder dentro del país. Por eso exagera en su acusación, mientras Putin baja la temperatura del conflicto, precisamente, para desligarse de la competencia hegemónica europeo-norteamericana. La nueva guerra fría está en curso, pero nadie quiere proclamarla, hasta que se aclaren los frentes.
Después de algunas contradicciones el pasado miércoles 2 la fiscalía del Noroeste de Rusia acusó a 14 tripulantes del buque por piratería. Las otras 16 personas fueron llevadas a los tribunales de Murmansk, capital distrital. La acusación da para que pasen quince años en prisión, pero la fiscalía ya anunció que serán liberados antes de los dos meses.
El grupo fue detenido por la guardia costera el 19 de septiembre, al liberar la plataforma Prirazlómnaya ocupada el día anterior y el buque, remolcado al puerto de Murmansk. Los ecologistas protestaban contra la próxima exploración de petróleo en aguas profundas del Ártico por la sociedad pública Gazprom, la tercera empresa más grande del mundo. El Ministerio de Exteriores de Rusia consideró provocadoras y extremistas las acciones de Greenpeace. En su respuesta, el 22 de septiembre, la organización ecologista negó la acusación de piratería y subrayó que el Artic Sunrise se encontraba dentro de la zona económica rusa, pero fuera de sus aguas territoriales, por lo que la acción policial fue ilegal.
Durante el foro internacional Ártico, territorio de diálogo celebrado en Siberia, el presidente Vladímir Putin dijo el 25 de setiembre que los activistas detenidos no son piratas , aunque violaron el derecho internacional. Las contradicciones en el tratamiento del caso en Rusia son significativas: la cancillería asocia el incidente con el ataque terrorista en Kenia, la fiscalía acusa a los ecologistas de piratería y la corte de Murmansk los investiga por intromisión en aguas jurisdiccionales . El presidente, en tanto, se esfuerza por bajar el tono.
La batalla por el petróleo del Ártico en el trasfondo
Estas contradicciones quizás se deban a la intensa lucha que libran Gazprom y Novatek, por un lado, y la estatal Rosneft. Según informó el diario moscovita Kommersant el pasado jueves 3, el gobierno ruso piensa quitar a Gazprom desde enero próximo el monopolio de las exportaciones de gas y repartir licencias para su transporte por mar. Según el diario, Novatek, el segundo productor de gas del país, y Gazprom Neft, la filial petrolera del mamut gasífero, están tomando de manos de la estatal italiana Eni el control de SeverEnergia, con yacimientos en el Norte del país. Con esa operación esperan frenar a Rosneft que tenía la misma intención. El consorcio estatal, a su vez, está implementando un acuerdo estratégico firmado con ExxonMobil en 2011. En junio pasado ambas empresas decidieron explotar juntas yacimientos petrolíferos en los mares de Kara (en Siberia Occidental) y Negro y extraer gas en el Extremo Oriente ruso. Con un costo inicial de 3.200 millones de dólares, financiados en su mayor parte por ExxonMobil, calculan comenzar la extracción de crudo en el Ártico en 2014. A su vez, Neftegaz Holding America Limited, una subsidiaria de Rosneft con sede en Delaware (EE.UU.), compró a ExxonMobil el 30% de un megaproyecto en Tejas Occidental. Hasta hace poco Rosneft era sólo el mayor productor de crudo de Rusia, pero el acuerdo estratégico lo convirtió en global player.
La empresa estatal salió también ganando, porque la cooperación con el socio norteamericano le evita lidiar con socios rusos y la libera de un acuerdo con British Petroleum (BP), que todavía sufre por del desastre en el Golfo de México y que ya trabajaba con sus competidores rusos. La ventaja para Rosneft es además que ExxonMobil transfiere tecnología e incorpora a los rusos a sus proyectos en América del Norte.
Hablando ante activistas del partido Rusia Unida, el presidente Vladimir Putin anunció el pasado 3 de octubre que, para aumentar su presencia en el Ártico, Rusia está reconstruyendo en la isla de Nueva Siberia, en la frontera entre Asia y Europa, donde colindan las áreas de exploración de Gazprom y Rosneft, una base naval de la época soviética estratégica para vigilar el tráfico naviero entre el Pacífico Norte y Europa. Con enojo rechazó a la vez las propuestas occidentales para internacionalizar el Océano Ártico. Rusia, EE.UU., Canadá, Dinamarca y Noruega tratan desde hace tiempo de afirmar su soberanía en la región bajo la que yace un cuarto de las reservas mundiales de gas y petróleo, pero las condiciones ambientales lo impedían. Al derretirse los hielos polares, la situación cambió. Rusia, Canadá y Dinamarca ya han anunciado que harán valer ante la ONU sus derechos sobre el mar como extensión de sus territorios.
Desde el negocio gasífero Gazprom está entrando en la explotación petrolera. Su monopolio para proveer gas a Europa la vincula con las mayores empresas del sector. El ex-canciller alemán Gerhard Schroeder, por ejemplo, es presidente del directorio de una binacional de la empresa rusa con la británica BP y dirigió la construcción del gasoducto del Mar Báltico. Rosneft, a su vez, creció extrayendo petróleo y su alianza con ExxonMobil la introdujo en todas las facetas del negocio a nivel mundial. El choque entre ambas es parte del conflicto europeo-norteamericano por el control de los últimos combustibles fósiles disponibles en el mundo. ¿Se dio cuenta Greenpeace de su papel en esta lucha?
El gobierno ruso ve en la acción ecologista un avance occidental para internacionalizar el Ártico, disminuir su ventaja en el mismo y una intromisión ajena en la lucha por el poder dentro del país. Por eso exagera en su acusación, mientras Putin baja la temperatura del conflicto, precisamente, para desligarse de la competencia hegemónica europeo-norteamericana. La nueva guerra fría está en curso, pero nadie quiere proclamarla, hasta que se aclaren los frentes.
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Eduardo J. Vior