domingo, 20 de octubre de 2013

Más democracia ya no rima con más imperio

Obama pasa la factura
 
La reforma del seguro de salud en EE.UU. no puede ser financiada eternamente por las economías emergentes

Cuando el miércoles pasado supe que el Presidente  Barack Obama y los líderes republicanos en la Cámara de Representantes habían llegado a un compromiso, para subir el margen de endeudamiento del gobierno federal hasta febrero próximo, pagando sus deudas y financiando el comienzo del programa de salud ("Obamacare") para 50 millones de norteamericanos pobres, respiré profundamente y pensé que podríamos seguir pagando la hipoteca que todavía pesa sobre nuestro departamento. Tenía miedo de que un cese de los pagos de los EE.UU. llevase a un alza sideral y repentina de las tasas de interés a nivel mundial y a una drástica devaluación del dólar que repercutiera en la economía argentina desatando una enorme fuga de divisas, una devaluación de hecho y un alza de las tasas de interés internas, entre ellas las hipotecarias. La eliminación de las barreras y regulaciones de los flujos de capital durante los últimos treinta años ha hecho todo el mundo muy vulnerable a los avatares de las tasas de interés en los países centrales. Es evidente que el acuerdo alcanzado el miércoles significa un enorme triunfo para el Presidente Obama que ahora puede continuar con un programa de salud que -aunque tímido y sesgado para favorecer a las compañías de seguros médicos- va más allá de donde llegó el Presidente Franklin D. Roosevelt (1933-45), pero la economía mundial todavía no puede descansar. Como en ocasiones anteriores, los tiempos de la política interna y externa de los Estados Unidos son diferentes y el mundo paga la cuenta, o eso pretende la elite norteamericana. En los próximos meses se verificará hasta qué punto puede acortar la distancia que media entre la pretensión y la capacidad para imponerla.

Gracias a la protección que le ofrecía el control que la flota británica tenía sobre el Océano Atlántico, los Estados Unidos pudieron desarrollarse hasta 1914, sin tener que preocuparse por amenazas externas, y desde 1945 las neutralizaron exitosamente gracias a su propia hegemonía. Por eso pudieron recorrer varios ciclos de reformas democráticas, sin necesidad de desgarradoras luchas intestinas por la distribución del excedente. La única excepción fue precisamente la guerra civil que sufrieron entre 1861 y 1865, porque al haber fijado los límites del territorio continental que podían alcanzar con el tratado de límites con Canadá en 1846 y el tratado de Guadalupe Hidalgo con México en 1848, el desbalance de poder entre los estados esclavistas y los no esclavistas sólo podía darse a costas del otro bando. Desde la Guerra de Cuba (1898) en adelante, empero, todos los ciclos de reformas democráticas de la sociedad norteamericana coincidieron con la ampliación de su poder mundial. Ahora bien, el excedente económico que los gobiernos reformistas necesitan para financiar las reformas democráticas sólo puede producirse, si el régimen de acumulación canaliza la renta financiera obtenida por la exacción imperial hacia la innovación tecnológica y la expansión productiva. Si el ciclo de la tercera revolución industrial bajo la ideología neoliberal desde 1980 produjo una gigantesca transferencia de recursos hacia el sector financiero, el modo en que se resolvió la crisis de 2007-09 puso más frenos al desarrollo del capital productivo.

De acuerdo al editorial de hoy, domingo 20, del New York Times, el cierre del gobierno norteamericano durante 16 días disminuirá la tasa de crecimiento del PBI el cuarto trimestre del año en medio punto y el año 2013 acabará con un crecimiento del 2%, similar al de 2012, y muy por debajo de la tasa necesaria para fomentar la creación de empleo, subir los salarios, reducir la desocupación y aumentar los ingresos de las empresas. Tampoco hay motivos para creer que el desempeño económico norteamericano mejore, porque el gobierno haya reabierto sus puertas y se haya postergado la moratoria. La incertidumbre política se mantiene y continúa atemorizando a los inversores y consumidores.

Según el diario neoyorquino, esta incertidumbre pesa especialmente sobre las áreas de investigación y desarrollo, que requieren las inversiones de mayor riesgo y en las que EE.UU. más se han retrasado en la comparación internacional en las últimas décadas. Bajo las condiciones actuales de desregulación de los mercados financieros los inversores en bonos del Tesoro subieron desproporcionadamente las tasas de interés que cobraron al gobierno estadounidense durante su cierre y algunos grandes inversores anunciaron incluso que en el futuro reclamarían premios extraordinarios como compensación ante el riesgo de nuevas amenazas de default.

Mientras tanto el gobierno de Obama y la mayoría del Congreso en ambos partidos sigue sosteniendo como un mantra que hay que reducir los gastos del gobierno federal, para restablecer el equilibrio fiscal como condición del relanzamiento de la economía. De acuerdo al Times en los últimos tres años estas medidas de ahorro han reducido el crecimiento del PBI en un 0,7%, que equivale a 300 mil millones de dólares que no fueron gastados y a dos millones de puestos de trabajo que de otro modo se habrían creado.

Indudablemente la reforma del sistema de salud, estableciendo un seguro individual y familiar subsidiado por el Estado, es un gran avance democrático que por primera vez quitará a los 50 millones de estadounidenses más pobres el miedo a caer enfermos. Claro que el espectro de prestaciones cubierto por el seguro es mucho más estrecho de lo planeado originariamente y que el hecho de que deba ser contratado con empresas privadas implica un enorme subsidio público para ese sector económico, pero Obama no quiso o no pudo avanzar más. 

Ahora el Presidente dice que va por la reforma inmigratoria, para legalizar la situación de los doce millones de indocumentados que viven en el país y atraer profesionales y técnicos, especialmente para trabajar en las áreas de punta de la economía, donde en las próximas décadas se jugará la gran competencia por el poder mundial. No se trata de conmiseración ni del reconocimiento del derecho que todo ser humano tiene a transitar dignamente por el mundo, sino de un cálculo de conveniencia: además de facilitar la compra de cerebros que su país es actualmente incapaz de producir, Obama cuenta con que la incorporación de las comunidades de origen inmigrante a la ciudadanía asegure a su partido una mayoría estructural.

El problema de los Estados Unidos es ideológico, político y económico, en ese orden. La convicción de ser "un pueblo especial" con una misión universal se vio convalidada a los largo de los últimos siglos por las circunstancias excepcionales de su desarrollo económico y político. Esa visión suprematista condujo a que las elites norteamericanas hallaran la mayor parte del tiempo innecesario considerar seriamente los intereses y deseos del resto del mundo como diferentes y hasta contrapuestos a los propios, sin por ello ver demonios. Esta actitud hizo que en general se considere innecesario anclar en controles trans- y supranacionales un sistema político endogámico que sostiene sus equilibrios y compensaciones con el aplastamiento de toda competencia interna o externa. Como este sistema político se sostiene en los lobbies que colonizaron el Congreso en las últimas décadas, le resulta de sentido común no alterar la hegemonía del capital financiero y toda intervención regulatoria del Estado en la economía le parece una herejía.

Sin embargo, no parece tan fácil como en ciclos anteriores de recuperación después de crisis que esta vez también los Estados Unidos puedan descargar los costos de la inmovilidad de su sistema político y su cerrazón ideológica en el resto de la economía mundial. Los principales acreedores de Washington (China, Japón e India) no están dispuestos a pagar eternamente las facturas vencidas de la primera potencia mundial.

Mucho se discute en distintos foros sobre si el imperio ha entrado en una fase definitiva de decadencia o si se trata sólo de un ciclo del que resurgirá con todavía más poder. Es una discusión que merece darse y a la que dedicaré espacio y tiempo en futuras entregas, pero por ahora baste con indicar que todo intento por descargar en el resto del mundo el costo de la recuperación económica y las necesarias reformas que el país necesita acarreará en el futuro próximo insostenibles tensiones políticas y militares que pueden producir catástrofes.

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Eduardo J. Vior