EE.UU. y Rusia redoblan la apuesta
Año 7. Edición número 326. Domingo 17 de agosto de 2014
Ucrania. Las sanciones económicas promovidas por
Occidente están afectando más a Europa que al gobierno ruso
de Vladimir Putin.
No fueron los intereses materiales, sino su percepción ideológica la
que entre 1945 y 1947 empujó a soviéticos y norteamericanos a una Guerra
Fría que duró 42 años, pero los primeros se beneficiaron de la segunda.
Desde 2009 los estrategas del Pentágono aspiran a poner una cuña en el
“vientre” euroasiático de Rusia, para dividir su imperio. Para ello
buscan el dominio sobre los gasoductos que se entrecruzan entre Europa y
Asia y, de paso, asegurar el predominio de Exxon y Chevron.
Cuando Truman y Stalin acordaron en Potsdam, en junio de 1945, el derecho a vivir dentro de “fronteras seguras”, el jefe soviético se sintió autorizado a extender su poder en Europa Oriental y el Cáucaso y los norteamericanos se escandalizaron. Del desentendimiento nació una desconfianza perdurable que cimentó el predominio económico de EE.UU.
Entre 2011 y 2012, la tolerancia de Vladimir Putin ante las “primaveras árabes” hizo creer a Barack Obama que Siria caería pronto, sin contar con que el apoyo ruso a Bashar al Assad prolongaría la guerra, lo que a su vez alentó el crecimiento del islamismo radical. Kurdos y yihadistas exportan ahora el petróleo que antes extraían los estados nacionales. Ya veinte años antes los norteamericanos interpretaron la momentánea debilidad rusa como aquiescencia para la expansión de la OTAN en Europa oriental. El ingreso de los nuevos aliados a la Unión Europea vino más tarde. A su vez, cuando Vladimir Putin obligó en noviembre pasado a su colega en Kiev, Viktor Yanukovich, a rechazar la asociación con la UE, tampoco previó el golpe de Estado conducido por Washington que raudamente aprovecharon las corporaciones occidentales, para apropiarse de los fósiles ucranianos. Por eso reaccionó invadiendo Crimea, aunque luego reconoció a Petro Poroshenko como el presidente de Ucrania electo el 25 de mayo. Estados Unidos impone sus intereses económicos con la retórica de un imperio religioso universal; Rusia lo hace con la de un imperio nacional.
La Unión Europea, en tanto, sufre de obesidad. La absorción de diez estados de Europa oriental y del sur en la década pasada sólo agrandó sus problemas. Su principal escollo sigue siendo Inglaterra: con ella como miembro es imposible unificar Europa, porque sus intereses atlánticos y poscoloniales impulsan la división del continente, pero sin ella es imposible la unificación europea.
Entre 1981 y 1995, Helmut Kohl tuvo en François Mitterrand al interlocutor privilegiado que necesitaba para ganar la Guerra Fría, unificar Alemania y el continente, aunque ambos se equivocaron al crear el euro sin políticas impositivas y financieras comunes. Angela Merkel, en tanto, se ha quedado sola y tironeada por los vaivenes del Este y el Oeste por su propio éxito económico y político. Alemania es indudablemente occidental, pero del Este depende para abastecerse y vender, y este dilema carcome su influencia internacional.
En este contexto las sanciones económicas promovidas por Estados Unidos y la Unión Europea están afectando más a los europeos que a Rusia. En el desorden, los oligarcas ucranianos han subido tan exageradamente los impuestos a la producción y transporte de hidrocarburos que las propias corporaciones occidentales que controlan el negocio en el país están prefiriendo invertir en el Golfo de México.
La guerra en el Este de Ucrania ya ha causado 1500 muertos, y más de 800.000 desplazados y refugiados, de los que cerca de 700.000 huyeron a Rusia. Cuando el ejército de Kiev emprenda con apoyo norteamericano la ofensiva final contra los rebeldes y el número de víctimas civiles se multiplique, Putin deberá optar entre dejar a Kiev aplastar a los rebeldes o intervenir militarmente. ¿Puede Rusia invadir Ucrania sin provocar un choque frontal con Estados Unidos? En las Siete Hermanas, las torres donde funciona la cancillería en Moscú, no descartan emplear la fuerza militar, para proteger a la minoría rusa. Para ello han concentrado 20.000 hombres y masiva artillería en la frontera oriental de Ucrania, pero esperan a que EE.UU. esté embretado en otros escenarios. Entre tanto, Rusia provoca y distrae con maniobras psicológicas como el amague con 280 camiones que transportarían al Este de Ucrania “ayuda humanitaria” sin control de la Cruz Roja.
Cinco años de cancillería federal en la pequeña Bonn (1969-74) bastaron a Willy Brandt para llevar, en 1975, a 33 países europeos, EE.UU. y Canadá a la Conferencia de Helsinki de la que salió la Declaración sobre Paz, Seguridad y Derechos Humanos en Europa. Todos los intereses fueron contemplados y los combates que siguieron respetaron los acuerdos fundamentales. A Alemania cabría ahora renovar su rol componedor. Vladimir Putin se lo requiere cotidianamente y Angela Merkel hace malabarismos para que desde Washington y (sobre todo) Londres no le cambien el libreto, pero no basta con ser campeón del fútbol mundial para poder fijar reglas de juego duraderas para el Viejo Continente.
La Primera Guerra Mundial estalló en 1914 y tuvo efectos que perduraron por 75 años. Un cuarto de siglo después del fin de la Guerra Fría una nueva era de las tinieblas amenaza a Europa. Petróleo y gas se pueden vender en la paz y en la guerra, pero una nueva conflagración apagaría las luces en todo el mundo. ¿Quién se anima a saltar desarmado de las trincheras para estrechar la mano de su adversario?
Cuando Truman y Stalin acordaron en Potsdam, en junio de 1945, el derecho a vivir dentro de “fronteras seguras”, el jefe soviético se sintió autorizado a extender su poder en Europa Oriental y el Cáucaso y los norteamericanos se escandalizaron. Del desentendimiento nació una desconfianza perdurable que cimentó el predominio económico de EE.UU.
Entre 2011 y 2012, la tolerancia de Vladimir Putin ante las “primaveras árabes” hizo creer a Barack Obama que Siria caería pronto, sin contar con que el apoyo ruso a Bashar al Assad prolongaría la guerra, lo que a su vez alentó el crecimiento del islamismo radical. Kurdos y yihadistas exportan ahora el petróleo que antes extraían los estados nacionales. Ya veinte años antes los norteamericanos interpretaron la momentánea debilidad rusa como aquiescencia para la expansión de la OTAN en Europa oriental. El ingreso de los nuevos aliados a la Unión Europea vino más tarde. A su vez, cuando Vladimir Putin obligó en noviembre pasado a su colega en Kiev, Viktor Yanukovich, a rechazar la asociación con la UE, tampoco previó el golpe de Estado conducido por Washington que raudamente aprovecharon las corporaciones occidentales, para apropiarse de los fósiles ucranianos. Por eso reaccionó invadiendo Crimea, aunque luego reconoció a Petro Poroshenko como el presidente de Ucrania electo el 25 de mayo. Estados Unidos impone sus intereses económicos con la retórica de un imperio religioso universal; Rusia lo hace con la de un imperio nacional.
La Unión Europea, en tanto, sufre de obesidad. La absorción de diez estados de Europa oriental y del sur en la década pasada sólo agrandó sus problemas. Su principal escollo sigue siendo Inglaterra: con ella como miembro es imposible unificar Europa, porque sus intereses atlánticos y poscoloniales impulsan la división del continente, pero sin ella es imposible la unificación europea.
Entre 1981 y 1995, Helmut Kohl tuvo en François Mitterrand al interlocutor privilegiado que necesitaba para ganar la Guerra Fría, unificar Alemania y el continente, aunque ambos se equivocaron al crear el euro sin políticas impositivas y financieras comunes. Angela Merkel, en tanto, se ha quedado sola y tironeada por los vaivenes del Este y el Oeste por su propio éxito económico y político. Alemania es indudablemente occidental, pero del Este depende para abastecerse y vender, y este dilema carcome su influencia internacional.
En este contexto las sanciones económicas promovidas por Estados Unidos y la Unión Europea están afectando más a los europeos que a Rusia. En el desorden, los oligarcas ucranianos han subido tan exageradamente los impuestos a la producción y transporte de hidrocarburos que las propias corporaciones occidentales que controlan el negocio en el país están prefiriendo invertir en el Golfo de México.
La guerra en el Este de Ucrania ya ha causado 1500 muertos, y más de 800.000 desplazados y refugiados, de los que cerca de 700.000 huyeron a Rusia. Cuando el ejército de Kiev emprenda con apoyo norteamericano la ofensiva final contra los rebeldes y el número de víctimas civiles se multiplique, Putin deberá optar entre dejar a Kiev aplastar a los rebeldes o intervenir militarmente. ¿Puede Rusia invadir Ucrania sin provocar un choque frontal con Estados Unidos? En las Siete Hermanas, las torres donde funciona la cancillería en Moscú, no descartan emplear la fuerza militar, para proteger a la minoría rusa. Para ello han concentrado 20.000 hombres y masiva artillería en la frontera oriental de Ucrania, pero esperan a que EE.UU. esté embretado en otros escenarios. Entre tanto, Rusia provoca y distrae con maniobras psicológicas como el amague con 280 camiones que transportarían al Este de Ucrania “ayuda humanitaria” sin control de la Cruz Roja.
Cinco años de cancillería federal en la pequeña Bonn (1969-74) bastaron a Willy Brandt para llevar, en 1975, a 33 países europeos, EE.UU. y Canadá a la Conferencia de Helsinki de la que salió la Declaración sobre Paz, Seguridad y Derechos Humanos en Europa. Todos los intereses fueron contemplados y los combates que siguieron respetaron los acuerdos fundamentales. A Alemania cabría ahora renovar su rol componedor. Vladimir Putin se lo requiere cotidianamente y Angela Merkel hace malabarismos para que desde Washington y (sobre todo) Londres no le cambien el libreto, pero no basta con ser campeón del fútbol mundial para poder fijar reglas de juego duraderas para el Viejo Continente.
La Primera Guerra Mundial estalló en 1914 y tuvo efectos que perduraron por 75 años. Un cuarto de siglo después del fin de la Guerra Fría una nueva era de las tinieblas amenaza a Europa. Petróleo y gas se pueden vender en la paz y en la guerra, pero una nueva conflagración apagaría las luces en todo el mundo. ¿Quién se anima a saltar desarmado de las trincheras para estrechar la mano de su adversario?
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Eduardo J. Vior