domingo, 24 de agosto de 2014

La guerra civil continúa en la lucha polìtica

En Ucrania se agudiza la crisis

Año 7. Edición número 327. Domingo 24 de agosto de 2014
RUSIA. EL PRESIDENTE PUTIN ENVIÓ UN CONVOY HUMANITARIO PARA ASISTIR A LAS POBLACIONES CIVILES.
 
El probable triunfo militar de Kiev sobre los autonomistas prorrusos agudiza el sufrimiento de la población civil.
Mientras las tropas ucranianas encabezadas por las milicias nacionalistas se aprestan a conquistar Donetsk y Lugansk –los centros de la resistencia autonomista–, y los masivos ataques contra la población civil despreocupan a la prensa occidental, el presidente Petro Poroshenko pretende concentrar todo el poder y el país se sume en una crisis general.
Según fuentes oficiales, el pasado lunes 18 perecieron al menos 17 refugiados que huían de los combates en Lugansk, pero de momento el ataque no ha sido confirmado por fuentes independientes.
Entre tanto se espera que el presidente ucraniano Petro Poroshenko disuelva hoy la Rada (el parlamento) y convoque a elecciones generales para fin de octubre. Con la medida, el mandatario certifica el fracaso en formar una coalición de los partidos derechistas que abandonaron su gobierno hace un mes. Los analistas suponen que el presidente quiere aprovechar el próximo triunfo militar en el Este, para alcanzar un triunfo electoral que le permita gobernar sin aliados dudosos y disponer libremente de los frutos de la venidera privatización de las empresas públicas.
Confirmando esta suposición, el ministro de Economía, Pavlo Sheremeta, renunció a su cargo el jueves 21 decepcionado –según declaró– por un gobierno que actúa “como un saqueador de las empresas privadas”. El próximo día 29, el FMI debe decidir sobre el segundo tramo de 1400 millones de dólares del préstamo por un total de 17 mil millones otorgado después del golpe de Estado de febrero pasado, y sus exigencias siguen incumplidas.
Sin embargo, el triunfo nacionalista sobre las milicias prorrusas está preocupando a las cancillerías europeas. Especialmente en Berlín temen que una victoria militar demasiado neta de las fuerzas de Kiev obligue al presidente ruso Vladimir Putin a actuar para no perder prestigio. En consecuencia, la diplomacia alemana intenta ahora presionar suavemente a Poroshenko para que haga alguna concesión a su colega ruso y en este sentido intervino ayer Angela Merkel durante su visita a Kiev.
Según se supo a principios de la semana pasada, han comenzado diálogos de alto nivel entre Rusia y Ucrania que podrían conducir a una negociación. El viernes 15 se encontraron en Sochi, en la costa rusa del Mar Negro, el jefe de gabinete de la presidencia rusa, Serguei Ivanov, con Boris Lozhkin, asistente de Poroshenko. El domingo 17, a su vez, los cancilleres de Rusia y Ucrania se reunieron en Berlín bajo los auspicios del ministro alemán Frank-Walter Steinmeier, aunque sin resultados.
El miércoles 20, en tanto, se confirmó que los presidentes ruso y ucraniano acudirán mañana, lunes 25, a una cumbre de la Unión Económica Euroasiática (UEEA) en Bielorrusia en la que, además de los presidentes de Rusia, Bielorrusia y Kazajistán, participarán autoridades de la UE. En la cumbre se tratará la situación de los desplazados en el Este de Ucrania y las relaciones entre la UEEA y Ucrania luego de la entrada en vigor del Tratado de Asociación de ésta con la UE. Poroshenko, a su vez, tratará con el presidente ruso la crisis de su país.
La diplomacia no impide que sigan los combates. Especialmente los civiles sufren los masivos ataques gubernamentales en las ciudades de Donetsk y Lugansk. Los ciudadanos evitan salir para verse heridos por piezas de artillería. La euforia del gobierno de Kiev ante los triunfos en ambas regiones sublevadas no parece justificada, si se mira el magro desempeño del ejército ucraniano y la efectividad de las milicias, algunas abiertamente neonazis, como los batallones de la Guardia Nacional del Ministerio del Interior Azov, Donbas y Dniéper. Estas unidades son habitualmente usadas como fuerzas de choque que se envían delante de los blindados.
Las milicias reciben oscuros financiamientos y levantan consignas extremistas. Todas usan símbolos que recuerdan al Tercer Reich, son racistas, antisemitas y homofóbicas. Curiosamente muchos de sus miembros son rusos de Ucrania oriental. No obstante, sus proclamas antimoscovitas han atraído a numerosos mercenarios extranjeros.
El gobierno ruso, por su parte, ha denunciado repetidamente la responsabilidad occidental en el sostenimiento de estos grupos. Comentando el último choque entre el sector derecho y el ministro del Interior de Ucrania, el ministro ruso de Relaciones Exteriores, Serguei Lavrov, dijo el pasado lunes 18 que “las autoridades de Kiev no controlan las numerosas fuerzas paramilitares que existen”. Para Lavrov, la existencia de milicias como Azov y Dniéper, financiadas por oligarcas ucranianos, representa una gran amenaza a la seguridad.
Por su parte, Putin está lidiando con un problema similar, pero con más éxito. Ante el avance de las fuerzas gubernamentales en el Este de Ucrania, Moscú está sustituyendo a los jefes rusos de las milicias rebeldes por figuras locales. En las últimas tres semanas fueron destituidos los principales comandantes, todos vinculados a los nacionalistas en el ejército y los servicios de seguridad rusos. Los cambios apuntan a debilitar dichas redes en la propia Rusia, aunque también anuncian nuevas tácticas en la lucha contra el nacionalismo de Kiev.
Los oligarcas y nacionalistas ucranianos creen que el cercano triunfo militar en el Este los autoriza a tomar todo el poder. Por ello saquean hasta a las propias empresas occidentales que llamaron al país. Al disolver la Rada y convocar a elecciones para octubre, Poroshenko pretende desprenderse del caro apoyo de los diputados que en febrero pasado traicionaron al depuesto presidente Yanukóvich, de los conservadores de UDAR y de los nacionalistas de Svoboda (Libertad), para usufructuar libremente el crédito del FMI. Washington y Londres lo alientan, para desplazar a los europeos en la próxima privatización de empresas públicas. Sin embargo Berlín se interpone, temeroso de que la falta de concesiones a Putin obligue a éste a dar un golpe de efecto. En este juego, la suerte de la población civil es simple moneda de cambio. La venidera paz promete no ser otra cosa que la continuación de la guerra actual por otros métodos.

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Eduardo J. Vior