MIRADAS AL SUR
15 de Noviembre de 2014
Cumbres borrascosas
Las citas del eje Asia-Pacífico en China y del G-20 en Brisbane confirman el desplazamiento del poder mundial hacia el este, pero también cierta tensión entre los principales bloques.
Al
igual que sus antecesoras desde 2008, la actual conferencia del G-20 en
la nordaustraliana Brisbane está cruzada por las diferencias sobre la
mejor estrategia para salir de la crisis mundial. No se esperan de esta
cumbre medidas concretas para superar la crisis mundial y los varios
conflictos regionales que enfrentan a sus participantes, pero tampoco
que haya grandes choques.
La cumbre del G-20 sólo puede entenderse en el contexto de los movimientos que se produjeron durante los días previos en Asia Oriental y el Pacífico. La semana se abrió con la decisiva victoria de China sobre Estados Unidos, cuando la Conferencia de Cooperación Económica de Asia y el Pacífico (APEC, por su nombre en inglés), que se celebró los pasados lunes y martes en Beijing, decidió incluir en las negociaciones sobre el Área de Libre Comercio de Asia y el Pacífico (FTAA, por su nombre en inglés) todas las agendas regionales para la liberalización del comercio, incluida la Cooperación Transpacífica (TPP, por su nombre en inglés) que Washington impulsaba junto con países de ambas márgenes del océano, pero sin China. Con esta decisión Beijing neutralizó la iniciativa norteamericana y, en tanto bisagra de la cooperación económica con Asia Central y Rusia, se colocó en el centro de la economía mundial.
En general los encuentros y acuerdos que se dieron en Beijing hasta el miércoles dieron la impresión de que Xi aprovechó la debilidad de Obama después de las elecciones del 4 de noviembre, para avanzar posiciones, pero dándole argumentos en materias sensibles como acordar medidas contra el cambio climático, cooperar en la lucha antiterrorista, crear mecanismos de confianza mutua en materia militar y consultar regularmente sobre conflictos regionales, para que pueda resistir mejor los embates del Senado opositor.
China consolidó sus acuerdos con EE.UU. mediante entendimientos con otros participantes en la conferencia. Con Rusia, por ejemplo, convino comenzar la construcción del gasoducto transiberiano que la ayudará a superar su fatal dependencia del carbón. Con Japón, por su parte, estableció mecanismos de consulta regulares sobre el Mar de la China Meridional, para prevenir conflictos bélicos.
Todavía durante la semana sesionaron en Brisbane las conferencias empresaria (B20) y sindical (L20) preparatorias de las cumbres de los jefes de Estado (G20) y de los ministros de Economía y Finanzas (F20) que se están reuniendo en paralelo ayer y hoy. La reunión del G20 cristaliza desplazamientos severos en las relaciones internacionales de poder.
Como anfitrión de la conferencia, Australia propuso una agenda centrada en el relanzamiento del crecimiento económico y una mayor creación de empleos, la resiliencia de la economía mundial ante futuras crisis y la reforma de las instituciones internacionales (especialmente el FMI y el BM).
Aunque no estaba originariamente previsto, los últimos acontecimientos hicieron que la imposición de las grandes corporaciones y del capital internacional ocupe un lugar central en las discusiones. La resistencia de monstruos como Google, Facebook o Ikea a pagar impuestos en los países donde obtienen sus ganancias, las críticas de los países europeos a su vecino Luxemburgo por ofrecer beneficios fiscales a empresas que actúan en todo el continente y las multas que varios países están aplicando a los mayores bancos internacionales por manipulación de las cotizaciones de divisas han despertado la ira de la opinión pública europea que presiona a sus gobernantes.
Menos acuerdo existe sobre el camino para superar la crisis económica mundial. Los líderes de los países occidentales insisten en impulsar el crecimiento, mientras que los emergentes ponen el acento en la regulación de los flujos de capital y algunos de ellos –como Argentina y Brasil– en la distribución de la riqueza.
Para evitar que la agenda se “sature y distraiga del tratamiento del crecimiento económico”, según dijo, el conservador primer ministro australiano Tony Abbott retiró el cambio climático del temario, generando bastante irritación entre los asistentes a la cumbre. Por eso, Estados Unidos y China acordaron ya el miércoles bilateralmente la reducción combinada de sus emisiones de gases de efecto invernadero a partir de 2020.
La reunión cumbre está teñida por agudas tensiones entre Australia y Rusia después del derribo del avión de Malaysian Airlines sobre Ucrania en junio pasado, cuando murieron 43 australianos. Canberra acusa a Moscú de no colaborar en el esclarecimiento del incidente e incluso consideró la posibilidad de excluir a Vladimir Putin de la conferencia, pero los demás participantes se opusieron. Subrayando las malas relaciones, Rusia envió entonces una pequeña flota que estacionó frente a la costa norte del país oceánico.
Además de la agenda general, cada país intenta poner sobre la mesa sus problemas más acuciantes. Argentina aprovecha para advertir sobre el accionar de los fondos buitre y la necesidad de acordar medidas que permitan dar certeza a los canjes de deuda soberana. Nuestro país está representado por el ministro de Economía, Axel Kicillof, y el canciller Héctor Timerman, debido a que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner debe permanecer en reposo por cuestiones de salud.
Por su parte, la presidenta brasileña Dilma Rousseff se encontrará durante la cumbre con los presidentes de Estados Unidos, Rusia, China y la canciller alemana Ángela Merkel.
Quien está más solicitado es el primer ministro de India, Narendra Modi. En el gobierno desde junio pasado, todavía hay muchos líderes mundiales que no han conversado con el millonario hinduista y tienen prisa por hacer negocios con el gigante surasiático.
A pesar de que la cumbre tiene un temario fundamentalmente económico, las conversaciones políticas sobre las crisis más candentes (Ucrania, Irán, Siria, ébola, terrorismo e inmigración) darán el tono.
Desde que en 2008 se abrió la brecha entre los miembros del Brics y los del G-7 las reuniones del G-20 se han devaluado, aunque siguen sirviendo como foro para presentar las plataformas políticas de los bloques enfrentados y son muy útiles para buscar acuerdos en reuniones bilaterales o en pequeñas rondas.
Ante la debilidad norteamericana y el avance chino, esta conferencia del G-20 en el extremo norte de Australia se recordará como la del enfrentamiento entre bloques cada vez más perfilados que compiten sobre la conducción del mundo, mientras buscan puentes para enfrentar juntos los problemas más acuciantes. La polarización –lo enseñó la Guerra Fría– puede ser muy mala, pero tiene la virtud de poner en claro las diferencias de intereses y orientaciones y de colocar a los contendientes ante la responsabilidad de entenderse para no caer al abismo. ¿Podrán? Cuando en la próxima reunión en Estambul el presidente Barack Obama llegue con los pasos marcados por un Senado opositor, se sabrá.
La cumbre del G-20 sólo puede entenderse en el contexto de los movimientos que se produjeron durante los días previos en Asia Oriental y el Pacífico. La semana se abrió con la decisiva victoria de China sobre Estados Unidos, cuando la Conferencia de Cooperación Económica de Asia y el Pacífico (APEC, por su nombre en inglés), que se celebró los pasados lunes y martes en Beijing, decidió incluir en las negociaciones sobre el Área de Libre Comercio de Asia y el Pacífico (FTAA, por su nombre en inglés) todas las agendas regionales para la liberalización del comercio, incluida la Cooperación Transpacífica (TPP, por su nombre en inglés) que Washington impulsaba junto con países de ambas márgenes del océano, pero sin China. Con esta decisión Beijing neutralizó la iniciativa norteamericana y, en tanto bisagra de la cooperación económica con Asia Central y Rusia, se colocó en el centro de la economía mundial.
En general los encuentros y acuerdos que se dieron en Beijing hasta el miércoles dieron la impresión de que Xi aprovechó la debilidad de Obama después de las elecciones del 4 de noviembre, para avanzar posiciones, pero dándole argumentos en materias sensibles como acordar medidas contra el cambio climático, cooperar en la lucha antiterrorista, crear mecanismos de confianza mutua en materia militar y consultar regularmente sobre conflictos regionales, para que pueda resistir mejor los embates del Senado opositor.
China consolidó sus acuerdos con EE.UU. mediante entendimientos con otros participantes en la conferencia. Con Rusia, por ejemplo, convino comenzar la construcción del gasoducto transiberiano que la ayudará a superar su fatal dependencia del carbón. Con Japón, por su parte, estableció mecanismos de consulta regulares sobre el Mar de la China Meridional, para prevenir conflictos bélicos.
Todavía durante la semana sesionaron en Brisbane las conferencias empresaria (B20) y sindical (L20) preparatorias de las cumbres de los jefes de Estado (G20) y de los ministros de Economía y Finanzas (F20) que se están reuniendo en paralelo ayer y hoy. La reunión del G20 cristaliza desplazamientos severos en las relaciones internacionales de poder.
Como anfitrión de la conferencia, Australia propuso una agenda centrada en el relanzamiento del crecimiento económico y una mayor creación de empleos, la resiliencia de la economía mundial ante futuras crisis y la reforma de las instituciones internacionales (especialmente el FMI y el BM).
Aunque no estaba originariamente previsto, los últimos acontecimientos hicieron que la imposición de las grandes corporaciones y del capital internacional ocupe un lugar central en las discusiones. La resistencia de monstruos como Google, Facebook o Ikea a pagar impuestos en los países donde obtienen sus ganancias, las críticas de los países europeos a su vecino Luxemburgo por ofrecer beneficios fiscales a empresas que actúan en todo el continente y las multas que varios países están aplicando a los mayores bancos internacionales por manipulación de las cotizaciones de divisas han despertado la ira de la opinión pública europea que presiona a sus gobernantes.
Menos acuerdo existe sobre el camino para superar la crisis económica mundial. Los líderes de los países occidentales insisten en impulsar el crecimiento, mientras que los emergentes ponen el acento en la regulación de los flujos de capital y algunos de ellos –como Argentina y Brasil– en la distribución de la riqueza.
Para evitar que la agenda se “sature y distraiga del tratamiento del crecimiento económico”, según dijo, el conservador primer ministro australiano Tony Abbott retiró el cambio climático del temario, generando bastante irritación entre los asistentes a la cumbre. Por eso, Estados Unidos y China acordaron ya el miércoles bilateralmente la reducción combinada de sus emisiones de gases de efecto invernadero a partir de 2020.
La reunión cumbre está teñida por agudas tensiones entre Australia y Rusia después del derribo del avión de Malaysian Airlines sobre Ucrania en junio pasado, cuando murieron 43 australianos. Canberra acusa a Moscú de no colaborar en el esclarecimiento del incidente e incluso consideró la posibilidad de excluir a Vladimir Putin de la conferencia, pero los demás participantes se opusieron. Subrayando las malas relaciones, Rusia envió entonces una pequeña flota que estacionó frente a la costa norte del país oceánico.
Además de la agenda general, cada país intenta poner sobre la mesa sus problemas más acuciantes. Argentina aprovecha para advertir sobre el accionar de los fondos buitre y la necesidad de acordar medidas que permitan dar certeza a los canjes de deuda soberana. Nuestro país está representado por el ministro de Economía, Axel Kicillof, y el canciller Héctor Timerman, debido a que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner debe permanecer en reposo por cuestiones de salud.
Por su parte, la presidenta brasileña Dilma Rousseff se encontrará durante la cumbre con los presidentes de Estados Unidos, Rusia, China y la canciller alemana Ángela Merkel.
Quien está más solicitado es el primer ministro de India, Narendra Modi. En el gobierno desde junio pasado, todavía hay muchos líderes mundiales que no han conversado con el millonario hinduista y tienen prisa por hacer negocios con el gigante surasiático.
A pesar de que la cumbre tiene un temario fundamentalmente económico, las conversaciones políticas sobre las crisis más candentes (Ucrania, Irán, Siria, ébola, terrorismo e inmigración) darán el tono.
Desde que en 2008 se abrió la brecha entre los miembros del Brics y los del G-7 las reuniones del G-20 se han devaluado, aunque siguen sirviendo como foro para presentar las plataformas políticas de los bloques enfrentados y son muy útiles para buscar acuerdos en reuniones bilaterales o en pequeñas rondas.
Ante la debilidad norteamericana y el avance chino, esta conferencia del G-20 en el extremo norte de Australia se recordará como la del enfrentamiento entre bloques cada vez más perfilados que compiten sobre la conducción del mundo, mientras buscan puentes para enfrentar juntos los problemas más acuciantes. La polarización –lo enseñó la Guerra Fría– puede ser muy mala, pero tiene la virtud de poner en claro las diferencias de intereses y orientaciones y de colocar a los contendientes ante la responsabilidad de entenderse para no caer al abismo. ¿Podrán? Cuando en la próxima reunión en Estambul el presidente Barack Obama llegue con los pasos marcados por un Senado opositor, se sabrá.
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Eduardo J. Vior