31 de Octubre de 2014
Un supermartes para los halcones
El conservador Partido Republicano llega, según los sondeos, más consolidado que los demócratas a las elecciones intermedias de esta semana. Incluso, podría pasar a ser mayoría en el Senado.
Caricatura. Fanáticos del grupo tea party militan el voto del partido republicano.
A
pesar de algunas incertidumbres regionales, todos los pronósticos para
las elecciones legislativas de este martes 4 de noviembre indican que el
Partido Republicano (Grand Old Party, GOP, en inglés) conquistará la
mayoría del Senado de EE.UU. Combinado con el dominio que tiene en la
Cámara de Representantes, surgirá entonces lo que se conoce como
“gobierno compartido”: el Ejecutivo y el Congreso deberán acordar en
todos los ámbitos legislativos, so pena de bloquearse mutuamente. En
cualquiera de las dos alternativas se presenta un panorama interno
devastador y la certeza de que el imperio descargará su crisis en el
exterior.
Los republicanos están capitalizando la frustración del electorado con las políticas de Obama. El seguro de salud accesible (llamado popularmente Obamacare) funciona mal y no fue introducido en muchos Estados republicanos, porque los gobiernos estaduales tienen potestad para bloquear su introducción. La reforma migratoria, para documentar a 12 millones de extranjeros, está frenada por falta de acuerdo entre los partidos. La infraestructura está en un estado calamitoso. En varios Estados crece la resistencia contra la fracturación de rocas para extraer el petróleo y gas de esquistos. La economía ha crecido en el último trimestre un 3,5% anual, pero sólo por la reducción del déficit comercial y el aumento de los gastos militares.
En las elecciones del 4 de noviembre se renuevan 33 bancas de la llamada Clase II del Senado de EE.UU. Desde la sanción de la Constitución en 1789 el Senado se divide en tres clases de 33 o 34 senadores cada una que se renuevan alternadamente cada dos años. El cuerpo se compone de un total de cien senadores y se necesitan 51 para tener la mayoría. El mandato dura seis años. En esta elección se vota en 33 estados, pero solamente un senador en cada uno. Desde principios del siglo XIX la Clase II representa entre el 50% y el 60% de la población norteamericana. Además de las bancas de esta clase se renuevan otras tres por motivos diversos (muerte o retiro de los titulares).
De los 36 cargos que deben elegirse ahora, 21 pertenecen al Partido Demócrata y 15 al Partido Republicano. Este martes también se elegirán miembros de la Cámara de Representantes (cuya mayoría republicana está garantizada), los gobernadores de los mismos estados y numerosas legislaturas estaduales.
Para alcanzar la mayoría, los republicanos necesitan 51 senadores, seis más de los actuales. A los demócratas, en cambio, les bastaría con conservar 48, si los independientes Angus King (Maine) y Bernie Sanders (Vermont) continúan votando con ellos y el vicepresidente Joe Biden, como presidente del Senado, desempata en caso de paridad. Sin embargo, los independientes han insinuado que podrían aliarse con los republicanos. Si otros dos independientes (Greg Orman en Kansas y Larry Pressler en Dakota del Sur) obtienen bancas, podría formarse un bloque independiente de cuatro miembros con alianzas cambiantes, aumentando así la inestabilidad política.
Para conquistar el Senado, los candidatos del GOP deberán derrotar a algunos líderes demócratas, lo que su partido nunca consiguió desde 1980. Dada la paridad que se registra en Luisiana y Georgia, podría suceder además que haya que esperar los balotajes en enero, para definir la mayoría del Senado.
Si los republicanos conquistan la mayoría del Senado, aumentarían la parálisis política actual y la polarización del país. Intentarán desmantelar el “Obamacare” y trabar la agenda legislativa del Presidente, particularmente la reforma inmigratoria para documentar a los 12 millones de inmigrantes que viven sin documentos de identidad.
Para frenar este avance, los demócratas están concentrando sus esfuerzos en algunos estados claves, como New Hampshire y Carolina del Norte, donde la inyección de donaciones para la campaña elevó el costo de cada banca a cien millones de dólares. Al mismo tiempo, para evitar críticas, se despegan del presidente y han lanzado al ruedo a Bill y Hillary Clinton, que han apoyado a sus compañeros de partido en varios Estados. Esta última, en particular, está calentando los motores en vistas a la elección presidencial de 2016.
Subrayando la polarización y las dimensiones de la batalla que se está librando, incluso periódicos de izquierda liberal, como The Nation, están apoyando a los candidatos demócratas, para evitar que una mayoría republicana en el Senado traiga la parálisis o –lo que temen aún más– el cogobierno entre Obama y la derecha. En un editorial del pasado martes 28, el histórico vocero de la izquierda norteamericana refutó la noción extendida entre los progresistas de que, ante el sesgo conservador del gobierno de Obama, una victoria republicana no cambiaría nada.
“Los republicanos no sólo son una cuadrilla de demolición de las pocas conquistas que los trabajadores y las minorías han alcanzado bajo este gobierno –argumenta el editorial–, sino que podrían apoyar al presidente en iniciativas negativas que actualmente son frenadas por el presidente del bloque demócrata de senadores, Harry Reid, como por ejemplo el otorgamiento al presidente de facultades especiales en temas candentes como la Asociación Transpacífica (TPP, por sus siglas en inglés), que los dirigentes sindicales califican como ‘Nafta con esteroides’”.
“Podrían convenir también –continúa– bajar los impuestos de las grandes corporaciones. No hay que olvidarse tampoco –concluye– que Obama ya agitó varias veces la bandera de la reducción de ayudas sociales como señal para un acuerdo con los republicanos.”
El miércoles 5 se sabrá qué perfil tiene el Congreso de los Estados Unidos. Probablemente sea mayoritariamente republicano y se reedite el gobierno compartido entre el presidente y el Congreso. Si, contra todos los pronósticos, el GOP no conquista el Senado, sufriría una gran derrota, porque apostó mucho a este éxito y se muestra triunfalista. Sin embargo, se mantendría el actual empate y los temas centrales de la agenda política (implementación del seguro médico obligatorio, inversión en infraestructura, creación de nuevos empleos, reforma inmigratoria, reducción del gasto en defensa) continuarían postergados por lo menos hasta 2017. Por el contrario, si los republicanos triunfan e imponen a sus líderes en las principales comisiones (Relaciones Exteriores, Energía y Recursos Naturales, Servicios Armados, Bancos, Viviendas y Asuntos Urbanos, Medio Ambiente y Obras Públicas), se reforzará el bloqueo de las pocas buenas iniciativas de Obama, se retrocederá en los derechos adquiridos, así como aumentará la polarización interna y la agresividad externa. ¿Se imaginan al Senador John McCain presidiendo la Comisión de las Fuerzas Armadas y liderando las nuevas guerras junto con Obama? Las mejores perspectivas para los próximos dos años son de parálisis, las peores, de retroceso reaccionario. Ninguno de ambos pronósticos es, empero, para alegrarse, ya que, cuando el Ejecutivo y el Congreso no gobiernan, las burocracias (particularmente la militar y la de seguridad) y las corporaciones se conducen solas y, si hay problemas, el pato de la boda lo paga el resto del mundo.
Los republicanos están capitalizando la frustración del electorado con las políticas de Obama. El seguro de salud accesible (llamado popularmente Obamacare) funciona mal y no fue introducido en muchos Estados republicanos, porque los gobiernos estaduales tienen potestad para bloquear su introducción. La reforma migratoria, para documentar a 12 millones de extranjeros, está frenada por falta de acuerdo entre los partidos. La infraestructura está en un estado calamitoso. En varios Estados crece la resistencia contra la fracturación de rocas para extraer el petróleo y gas de esquistos. La economía ha crecido en el último trimestre un 3,5% anual, pero sólo por la reducción del déficit comercial y el aumento de los gastos militares.
En las elecciones del 4 de noviembre se renuevan 33 bancas de la llamada Clase II del Senado de EE.UU. Desde la sanción de la Constitución en 1789 el Senado se divide en tres clases de 33 o 34 senadores cada una que se renuevan alternadamente cada dos años. El cuerpo se compone de un total de cien senadores y se necesitan 51 para tener la mayoría. El mandato dura seis años. En esta elección se vota en 33 estados, pero solamente un senador en cada uno. Desde principios del siglo XIX la Clase II representa entre el 50% y el 60% de la población norteamericana. Además de las bancas de esta clase se renuevan otras tres por motivos diversos (muerte o retiro de los titulares).
De los 36 cargos que deben elegirse ahora, 21 pertenecen al Partido Demócrata y 15 al Partido Republicano. Este martes también se elegirán miembros de la Cámara de Representantes (cuya mayoría republicana está garantizada), los gobernadores de los mismos estados y numerosas legislaturas estaduales.
Para alcanzar la mayoría, los republicanos necesitan 51 senadores, seis más de los actuales. A los demócratas, en cambio, les bastaría con conservar 48, si los independientes Angus King (Maine) y Bernie Sanders (Vermont) continúan votando con ellos y el vicepresidente Joe Biden, como presidente del Senado, desempata en caso de paridad. Sin embargo, los independientes han insinuado que podrían aliarse con los republicanos. Si otros dos independientes (Greg Orman en Kansas y Larry Pressler en Dakota del Sur) obtienen bancas, podría formarse un bloque independiente de cuatro miembros con alianzas cambiantes, aumentando así la inestabilidad política.
Para conquistar el Senado, los candidatos del GOP deberán derrotar a algunos líderes demócratas, lo que su partido nunca consiguió desde 1980. Dada la paridad que se registra en Luisiana y Georgia, podría suceder además que haya que esperar los balotajes en enero, para definir la mayoría del Senado.
Si los republicanos conquistan la mayoría del Senado, aumentarían la parálisis política actual y la polarización del país. Intentarán desmantelar el “Obamacare” y trabar la agenda legislativa del Presidente, particularmente la reforma inmigratoria para documentar a los 12 millones de inmigrantes que viven sin documentos de identidad.
Para frenar este avance, los demócratas están concentrando sus esfuerzos en algunos estados claves, como New Hampshire y Carolina del Norte, donde la inyección de donaciones para la campaña elevó el costo de cada banca a cien millones de dólares. Al mismo tiempo, para evitar críticas, se despegan del presidente y han lanzado al ruedo a Bill y Hillary Clinton, que han apoyado a sus compañeros de partido en varios Estados. Esta última, en particular, está calentando los motores en vistas a la elección presidencial de 2016.
Subrayando la polarización y las dimensiones de la batalla que se está librando, incluso periódicos de izquierda liberal, como The Nation, están apoyando a los candidatos demócratas, para evitar que una mayoría republicana en el Senado traiga la parálisis o –lo que temen aún más– el cogobierno entre Obama y la derecha. En un editorial del pasado martes 28, el histórico vocero de la izquierda norteamericana refutó la noción extendida entre los progresistas de que, ante el sesgo conservador del gobierno de Obama, una victoria republicana no cambiaría nada.
“Los republicanos no sólo son una cuadrilla de demolición de las pocas conquistas que los trabajadores y las minorías han alcanzado bajo este gobierno –argumenta el editorial–, sino que podrían apoyar al presidente en iniciativas negativas que actualmente son frenadas por el presidente del bloque demócrata de senadores, Harry Reid, como por ejemplo el otorgamiento al presidente de facultades especiales en temas candentes como la Asociación Transpacífica (TPP, por sus siglas en inglés), que los dirigentes sindicales califican como ‘Nafta con esteroides’”.
“Podrían convenir también –continúa– bajar los impuestos de las grandes corporaciones. No hay que olvidarse tampoco –concluye– que Obama ya agitó varias veces la bandera de la reducción de ayudas sociales como señal para un acuerdo con los republicanos.”
El miércoles 5 se sabrá qué perfil tiene el Congreso de los Estados Unidos. Probablemente sea mayoritariamente republicano y se reedite el gobierno compartido entre el presidente y el Congreso. Si, contra todos los pronósticos, el GOP no conquista el Senado, sufriría una gran derrota, porque apostó mucho a este éxito y se muestra triunfalista. Sin embargo, se mantendría el actual empate y los temas centrales de la agenda política (implementación del seguro médico obligatorio, inversión en infraestructura, creación de nuevos empleos, reforma inmigratoria, reducción del gasto en defensa) continuarían postergados por lo menos hasta 2017. Por el contrario, si los republicanos triunfan e imponen a sus líderes en las principales comisiones (Relaciones Exteriores, Energía y Recursos Naturales, Servicios Armados, Bancos, Viviendas y Asuntos Urbanos, Medio Ambiente y Obras Públicas), se reforzará el bloqueo de las pocas buenas iniciativas de Obama, se retrocederá en los derechos adquiridos, así como aumentará la polarización interna y la agresividad externa. ¿Se imaginan al Senador John McCain presidiendo la Comisión de las Fuerzas Armadas y liderando las nuevas guerras junto con Obama? Las mejores perspectivas para los próximos dos años son de parálisis, las peores, de retroceso reaccionario. Ninguno de ambos pronósticos es, empero, para alegrarse, ya que, cuando el Ejecutivo y el Congreso no gobiernan, las burocracias (particularmente la militar y la de seguridad) y las corporaciones se conducen solas y, si hay problemas, el pato de la boda lo paga el resto del mundo.
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Eduardo J. Vior