21 de Noviembre de 2014
Japón presiona al mundo
En
el límite de sus reformas conservadoras, el primer ministro Shinzo Abe
usa una “recesión de papel” para ganar posiciones en la economía global.
Mientras
la noticia de la sorpresiva recesión de la economía japonesa comienza a
ser digerida en las principales economías del mundo, el primer ministro
Shinzo Abe aprovecha para llamar a elecciones anticipadas para aumentar
su poder, profundizar las reformas conservadoras y comprometer al globo
en la solución de la crisis nipona.
Después de que el viernes 14 se supiera que la economía nipona se había reducido en un 8,9% por ciento acumulado en el segundo y tercer trimestre de 2014, el lunes 17 el primer ministro Abe anunció la convocatoria a elecciones parlamentarias anticipadas para el 14 de diciembre, dos años antes de lo previsto, y pospuso a 2017 la programada subida del IVA. El impuesto había sido aumentado del 1% al 5% en 2012 y entró en vigor en abril pasado, provocando –dicen– la actual retracción. La segunda etapa, del 5% al 10%, debía regir a partir de octubre próximo. La introducción del impuesto fue un instrumento para reducir el déficit fiscal del 227% del PBI, el mayor de los países industrializados, pero fue resentida por los consumidores y el país cayó en la tercera recesión desde 2008.
La reducción del PBI se produjo por la retracción de la compra de inmuebles y la acumulación de stocks en los depósitos, porque la introducción del IVA hace siete meses elevó la inflación al 3% anual después de más de veinte años de inflación cero, en tanto salarios y pensiones apenas subieron. El 25% de la población es mayor de 65 años y recibe ingresos fijos. Además proporcionalmente pocas mujeres participan en el mercado de trabajo por tradición y por la falta de infraestructura para la atención de los niños y el ingreso de muchas familias depende de un solo salario. Por ello, no hay espacio para la inflación que la macroeconomía tan imperiosamente necesita.
Sin embargo, no todos son perdedores. Sus mayores corporaciones –Mitsubishi, Sony y Panasonic– aprovechan la debilidad actual del yen para aumentar sus ventas al exterior. Las exportaciones subieron 9,6% en un año, mientras que las importaciones lo hicieron en un 2,7%, dejando de todos modos un déficit de balanza comercial de seis mil millones de dólares debido a las compras de hidrocarburos forzadas por el cierre de las centrales nucleares después del desastre de Fukuyima en 2011. No obstante, se espera que la baja del pecio del petróleo disminuya ya en noviembre los gastos externos.
Gracias a las gigantescas inyecciones de liquidez que el Banco de Japón (BoJ, por su sigla en inglés) dio al sector financiero en estos dos años, el yen perdió durante 2014 el 11% de su valor frente al dólar, forzando a las corporaciones a invertir más dentro del país, en tanto los bancos dan más créditos. Es lo que Abe quería: más inflación, inversiones y créditos. Si en las elecciones anticipadas logra aumentar su poder parlamentario (como se estima), puede llegar a 2018 sin mayores tropiezos y hasta inaugurar como jefe de gobierno los Juegos Olímpicos de 2020 en Tokio.
Desde noviembre de 2012 Shinzo Abe gobierna el país en coalición con el partido budista Nuevo Komeito. Durante su gobierno se propuso relanzar la economía, paralizada desde hace un cuarto de siglo. Sin embargo, por su nostalgia del Japón militarista y sus reivindicaciones territoriales en el Mar de la China Meridional agudizó las tensiones con China y ambas Coreas. Al mismo tiempo pidió la reforma de la Constitución, para que el país vuelva a tener fuerzas armadas, prohibidas en la Constitución autorizada por los ocupantes norteamericanos en 1955. Para calmarlo, Xi Jinping y Barack Obama lo llevaron hace dos semanas a acordar con China un mecanismo de consulta mutua para evitar choques militares.
Las reformas económicas de Abe incluyen estímulos monetarios y financieros, el desarrollo de la industria de la salud y de los cuidados para mayores, la incorporación de más mujeres al mercado de trabajo, la reorientación de los fondos de pensiones hacia inversiones productivas, el aumento de la producción de alimentos y la innovación tecnológica para recuperar competitividad.
Al principio, las reformas hicieron crecer la economía durante 2013, pero durante 2014 ésta se contrajo. Uno de los mayores logros de Abe fue elevar la inflación a cerca del uno por ciento anual, para superar uno de los dramas de su economía que consiste en que desde 1990 la inflación se mantuvo en cero y por lo tanto no aumentó la masa monetaria, aunque sí las deudas. De modo que la proporción deuda/PBI aumenta constantemente. Por eso la promesa del Banco de Japón de subir la inflación al 2% anual es crucial para el éxito del proyecto.
Al terminar la cumbre del G20 en Brisbane el pasado domingo 16, David Cameron previno en un artículo que publicó The Guardian que la economía mundial está al borde de un nuevo estallido. Por su parte, Peter Cardillo, de la consultora londinense Rockwell Global Capital, opinó que “Japón va a impactar tarde o temprano sobe la economía norteamericana”. En mayor riesgo está empero el intercambio chino-nipón. La mayoría de las maquinarias que Japón exporta van hacia China y, si los productos medidos en yen se hacen más caros y el tipo de cambio no varía, los equipos serán demasiado caros para los chinos, agravando el efecto que el menor ritmo de la economía china tiene ya sobre las compras a su vecino. En la medida en que la economía china crece más lenta y la europea está estancada, algunos analistas prevén para los próximos meses una mayor volatilidad de los mercados financieros que también puede dañar la recuperación japonesa.
La recesión nipona no va a afectar la economía mundial en lo inmediato, pero, como una población atada a ingresos fijos no puede aumentar su consumo, si la inflación sube, la solución debe provenir de la coyuntura internacional. Si la economía mundial no levanta vuelo, Japón seguirá estancado y, al comprar menos, lastrará los intercambios globales.
Shinzo Abe busca relanzar la economía japonesa mejorando la oferta interna y recuperando competitividad, pero en tanto él y sus pares occidentales no mejoren la participación de los salarios y pensiones en las respectivas economías, la cuenta global no cerrará. Esta decisión política requiere empero mucho más que trucos electoralistas.
Después de que el viernes 14 se supiera que la economía nipona se había reducido en un 8,9% por ciento acumulado en el segundo y tercer trimestre de 2014, el lunes 17 el primer ministro Abe anunció la convocatoria a elecciones parlamentarias anticipadas para el 14 de diciembre, dos años antes de lo previsto, y pospuso a 2017 la programada subida del IVA. El impuesto había sido aumentado del 1% al 5% en 2012 y entró en vigor en abril pasado, provocando –dicen– la actual retracción. La segunda etapa, del 5% al 10%, debía regir a partir de octubre próximo. La introducción del impuesto fue un instrumento para reducir el déficit fiscal del 227% del PBI, el mayor de los países industrializados, pero fue resentida por los consumidores y el país cayó en la tercera recesión desde 2008.
La reducción del PBI se produjo por la retracción de la compra de inmuebles y la acumulación de stocks en los depósitos, porque la introducción del IVA hace siete meses elevó la inflación al 3% anual después de más de veinte años de inflación cero, en tanto salarios y pensiones apenas subieron. El 25% de la población es mayor de 65 años y recibe ingresos fijos. Además proporcionalmente pocas mujeres participan en el mercado de trabajo por tradición y por la falta de infraestructura para la atención de los niños y el ingreso de muchas familias depende de un solo salario. Por ello, no hay espacio para la inflación que la macroeconomía tan imperiosamente necesita.
Sin embargo, no todos son perdedores. Sus mayores corporaciones –Mitsubishi, Sony y Panasonic– aprovechan la debilidad actual del yen para aumentar sus ventas al exterior. Las exportaciones subieron 9,6% en un año, mientras que las importaciones lo hicieron en un 2,7%, dejando de todos modos un déficit de balanza comercial de seis mil millones de dólares debido a las compras de hidrocarburos forzadas por el cierre de las centrales nucleares después del desastre de Fukuyima en 2011. No obstante, se espera que la baja del pecio del petróleo disminuya ya en noviembre los gastos externos.
Gracias a las gigantescas inyecciones de liquidez que el Banco de Japón (BoJ, por su sigla en inglés) dio al sector financiero en estos dos años, el yen perdió durante 2014 el 11% de su valor frente al dólar, forzando a las corporaciones a invertir más dentro del país, en tanto los bancos dan más créditos. Es lo que Abe quería: más inflación, inversiones y créditos. Si en las elecciones anticipadas logra aumentar su poder parlamentario (como se estima), puede llegar a 2018 sin mayores tropiezos y hasta inaugurar como jefe de gobierno los Juegos Olímpicos de 2020 en Tokio.
Desde noviembre de 2012 Shinzo Abe gobierna el país en coalición con el partido budista Nuevo Komeito. Durante su gobierno se propuso relanzar la economía, paralizada desde hace un cuarto de siglo. Sin embargo, por su nostalgia del Japón militarista y sus reivindicaciones territoriales en el Mar de la China Meridional agudizó las tensiones con China y ambas Coreas. Al mismo tiempo pidió la reforma de la Constitución, para que el país vuelva a tener fuerzas armadas, prohibidas en la Constitución autorizada por los ocupantes norteamericanos en 1955. Para calmarlo, Xi Jinping y Barack Obama lo llevaron hace dos semanas a acordar con China un mecanismo de consulta mutua para evitar choques militares.
Las reformas económicas de Abe incluyen estímulos monetarios y financieros, el desarrollo de la industria de la salud y de los cuidados para mayores, la incorporación de más mujeres al mercado de trabajo, la reorientación de los fondos de pensiones hacia inversiones productivas, el aumento de la producción de alimentos y la innovación tecnológica para recuperar competitividad.
Al principio, las reformas hicieron crecer la economía durante 2013, pero durante 2014 ésta se contrajo. Uno de los mayores logros de Abe fue elevar la inflación a cerca del uno por ciento anual, para superar uno de los dramas de su economía que consiste en que desde 1990 la inflación se mantuvo en cero y por lo tanto no aumentó la masa monetaria, aunque sí las deudas. De modo que la proporción deuda/PBI aumenta constantemente. Por eso la promesa del Banco de Japón de subir la inflación al 2% anual es crucial para el éxito del proyecto.
Al terminar la cumbre del G20 en Brisbane el pasado domingo 16, David Cameron previno en un artículo que publicó The Guardian que la economía mundial está al borde de un nuevo estallido. Por su parte, Peter Cardillo, de la consultora londinense Rockwell Global Capital, opinó que “Japón va a impactar tarde o temprano sobe la economía norteamericana”. En mayor riesgo está empero el intercambio chino-nipón. La mayoría de las maquinarias que Japón exporta van hacia China y, si los productos medidos en yen se hacen más caros y el tipo de cambio no varía, los equipos serán demasiado caros para los chinos, agravando el efecto que el menor ritmo de la economía china tiene ya sobre las compras a su vecino. En la medida en que la economía china crece más lenta y la europea está estancada, algunos analistas prevén para los próximos meses una mayor volatilidad de los mercados financieros que también puede dañar la recuperación japonesa.
La recesión nipona no va a afectar la economía mundial en lo inmediato, pero, como una población atada a ingresos fijos no puede aumentar su consumo, si la inflación sube, la solución debe provenir de la coyuntura internacional. Si la economía mundial no levanta vuelo, Japón seguirá estancado y, al comprar menos, lastrará los intercambios globales.
Shinzo Abe busca relanzar la economía japonesa mejorando la oferta interna y recuperando competitividad, pero en tanto él y sus pares occidentales no mejoren la participación de los salarios y pensiones en las respectivas economías, la cuenta global no cerrará. Esta decisión política requiere empero mucho más que trucos electoralistas.
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Eduardo J. Vior