Sólo el presidente puede salvar la unidad de Italia
La elección parlamentaria
encumbró a fuerzas antiestatales y hundió a los partidos nacionales. El
país está dividido y el jefe de Estado es el único eslabón entre norte y
sur
La primera elección parlamentaria italiana desde 2013 mostró la
caída de los partidos de alcance nacional, el ascenso de un partido
regionalista en la mitad norte y de un movimiento antiestatalista en el
centro y sur. Ante la falta de fuerzas unificadoras, sólo el presidente
de la República puede mantener la unidad nacional, pero al costo de una
fuerte pérdida de democracia que no se puede mantener duraderamente.
En las elecciones celebradas este domingo el Movimiento 5 Estrellas
(Movimento 5 Stelle, M5S) se ha convertido en el primer partido del país
con el 32% de los votos, mientras que la Liga (Lhega), con el 17,4%, ha
más que cuadruplicado su votación respecto a las europeas de 2014 y
junto con Forza Italia (FI) de Silvio Berlusconi y los neofascistas de
Hermanos de la Italia (Fratelli dell’Italia, FdI) alcanza el 37,1%.
Además, la Lhega ha superado a FI dentro de la derecha, que sólo ha
obtenido el 14%, por lo que su líder Matteo Salvini (44 años) ha
reivindicado el lunes su derecho a gobernar Italia.
No es el único, ya que Luigi di Maio (32 años), candidato a primer
ministro del M5S, también se ha presentado como “vencedor absoluto” y se
ha manifestado dispuesto a negociar con otros partidos la formación de
una mayoría. Sin embargo, el M5S ganó el voto de protesta de los jóvenes
y muchos descontentos, pero hizo campaña con una promesa de
independencia y transparencia por la que sus miembros no le permitirán
unirse a una coalición con alguna de las fuerzas tradicionales tan
rechazadas. Tratándose de una fuerza inorgánica que hace de la
democracia cibernética (el voto interno se realiza por Internet) una
marca de identidad, su liderazgo carece del margen de maniobra que
requiere articular una coalición parlamentaria.
Sin embargo, aunque sea incapaz de formar gobierno, el movimiento
puede impedir la constitución de cualquier gabinete estable. “El nuevo
mantra de 5 Stelle debería ser que es imposible e ilegal formar ninguna
mayoría sin nosotros”, dijo Iacopo Iacoboni, analista político del
diario La Stampa.
Salvini, por su parte, ha descartado toda alianza que lo aparte de
los acuerdos de la derecha. “No vamos a hacer coaliciones extrañas,
declaró. Es la coalición que ha ganado y la que podrá gobernar. No veo
la hora de empezar”, ha añadido el lunes 5. El líder derechista es un
firme defensor de Donald Trump e hizo campaña bajo una pancarta de
“primo l’Italia”, claramente copiada del presidente estadounidense.
La Lhega entró en campaña como socio menor de Silvio Berlusconi,
desprovisto por una condena judicial de la facultad de ser elegido hasta
2019, quien deseaba poner a Antonio Tajani como primer ministro hasta
que poder volver al poder. El resentimiento y la bronca de los votantes,
empero, prefirió al derechista neto frente al viejo caudillo
conservador.
La primera consecuencia de este terremoto político fue la dimisión de
Matteo Renzi como secretario del Partido Democrático (PD), el lunes por
la tarde. Renzi había saltado de la alcaldía de Florencia hasta la
secretaría del partido en 2014, después de perder las primarias dos años
antes contra Pierluigi Bersani, quien ganó la elección general de 2013,
aunque no consiguió formar gobierno. Entonces llegó Enrico Letta,
también del PD, para encabezar un gobierno de coalición que desbloqueara
el país, pero a poco andar fue derrocado por un golpe de estado interno
del toscano.
Matteo Renzi se convirtió en 2014 en el tercer primer ministro desde
2011 que no fue electo en las urnas, pero consiguió legitimarse, cuando
en las elecciones europeas de ese mismo año alcanzó el 40% de los votos y
se convirtió en la esperanza de la socialdemocracia europea. Sin
embargo, su estilo arremetedor, su prepotencia y arrogancia le crearon
muchos enemigos y un creciente rechazo del electorado que ahora
eclosionó.
La izquierda en todas sus conjugaciones ocupa el tercer lugar en las
preferencias de voto y en muchas circunscripciones electorales ha
desaparecido. Los resultados también muestran la decadencia de Forza
Italia, puesta en pie por Berlusconi en 1994 y que ha gobernado casi 20
años en coalición con otras formaciones conservadoras.
Sin mayoría a la vista
Los analistas no ven ninguna posibilidad de alcanzar una mayoría de
gobierno. Aritméticamente, sería posible formar conseguirla (316 escaños
en el Congreso, 158 en el Senado) sumando al M5S, el PD y los
disidentes izquierdistas de Libres e Iguales (Liberi e Uguali, LeU),
pero esta coalición es imposible, porque la base del M5S rechaza el
intervencionismo estatal propuesto por la izquierda, aunque sea muy
moderadamente.
Otra combinación pensable sería la de la Liga con el 5 Estrellas,
porque ambos son antieuropeos y contrarios a la acogida de más
inmigrantes, pero ambos partidos chocarían en sus propuestas económicas.
Salvini pide menos impuestos y Di Maio aboga por una renta ciudadana de
hasta 780 euros al mes.
La cultura política italiana ya ha demostrado sobradamente su
flexibilidad y su capacidad para alcanzar compromisos. Desde que la
península se convirtió en objeto de las codicias encontradas de las
potencias europeas, en el siglo XVI, su sociedad y política
desarrollaron el arte de la llamada “civil conversazione”, o sea la
habilidad de mantener buenas relaciones con los peores adversarios,
intrigar, engañar y, al mismo tiempo, cuidar las formas, para mantener
el statu quo frente a los extraños. Esta habilidad sirve a la
supervivencia, pero frena toda reforma democrática profunda. Sus
ventajas y desventajas se han confirmado este domingo.
El presidente Sergio Mattarella tiene ahora la pelota. Una vez que se
certifiquen los votos, comenzará a reunirse con los ganadores, para
iniciar lo que se espera que sean tensas negociaciones después de una
campaña muy dura. Si no se dan alianzas que puedan funcionar, Mattarella
podría pedir al primer ministro en funciones, Paolo Gentiloni (del PD),
seguir al frente del gobierno, mientras que los partidos políticos
intentan negociar un nuevo acuerdo sobre la ley electoral, pero ese
gobierno sería muy débil. Antes de que Mattarella pueda comenzar con las
conversaciones para formar coalición de gobierno, tienen que reunirse
el nuevo Parlamento y ser elegidos los presidentes de las dos cámaras y
los líderes de los grupos políticos y Gentiloni tiene que renunciar.
Seguramente, esto sucederá recién después de Semana Santa.
No es previsible que la Lhega pueda conseguir la mayoría
parlamentaria necesaria para formar gobierno, a menos que se parta el
M5S. Tampoco es previsible que ambas fuerzas se coaliguen, porque la
Lhega aspira a un Estado autoritario tecnocrático, pero con amplias
autonomías regionales, mientras que el M5S rechaza la autoridad estatal.
No obstante, ambos coinciden con la visión antinacional de George
Soros, quien aboga desde hace años por una “Europa de los ciudadanos” y
financia todo tipo de movimiento separatista y antiestatal.
Probablemente lo haya hecho también en Italia. Claro que en la Europa
real de hoy debilitar los estados nacionales implica fortalecer a la
burocracia bruselense y a las grandes corporaciones transnacionales.
Es dudoso que en la próxima legislatura algún partido pueda formar
una mayoría estable. Como ha sucedido desde el golpe de estado contra
Silvio Berlusconi que en 2011 sucedió al derrocamiento de su aliado
Muammar al Gadafi (plataforma de ingreso de Italia en África), Italia
probablemente volverá a ser gobernada por un primer ministro designado
por el presidente, único factor de unidad en un país profundamente
dividido y asediado por las demás potencias. Sin embargo, si la pérdida
de democracia que un gobierno presidencial implica no es rápidamente
superada mediante una mayoría parlamentaria estable, la degradación del
sistema representativo llevará al encumbramiento de otro tipo de régimen
autoritario y/o a la fractura del país, con su consecuente sometimiento
a poderes extranjeros.
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Eduardo J. Vior