Dos trenes pueden chocar frontalmente en Cataluña
Por Eduardo J. Vior
especial para Infobaires24
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Después
de que el miércoles 20 la Guardia Civil y los Mossosd’Esquadra (policía
autónoma catalana) detuvieron a los 14 principales funcionarios de
Hacienda de la comunidad y secuestraron nueve millones de boletas
electorales, la organización del referendo independentista convocado
para el próximo 1º de octubre quedó desarticulada. La polarización ente
Madrid y Barcelona fortalece, por un lado, la unidad de los partidos
centralistas (PP, PSOE y Ciudadanos) y, por el otro, rescata a los
catalanistas de su grave crisis de legitimidad, pero amenaza la unidad
de España y la continuidad de la monarquía.
El
viernes 22 por la tarde la Justicia dejó en libertad a los detenidos
del miércoles, aunque quedaron imputados por sedición. Al mismo tiempo,
la delegación del gobierno central en Cataluña advertía a los directores
de escuelas que el próximo día 1 no debían abrirlas a personas ajenas.
Por su parte, el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont,
publicaba en una página web los lugares de votación para consulta de los
electores. Mientras tanto, miles de manifestantes continuaban en las
calles protestando contra la represión del gobierno central.
En
tanto, numerosos funcionarios electorales de la autonomía renunciaron a
sus cargos, para no tener que pagar la multa de 12.000 euros diarios
por desacato impuesta por el Tribunal Constitucional. Sin administración
de hacienda ni justicia electoral, con las boletas incautadas y las
escuelas cerradas, persistir en la convocatoria al referendo es un acto
simbólico sin efectos legales. Sin embargo, los tres principales
partidos catalanistas (PDdeC, ERC y CUP) no tienen otra alternativa, ya
que el gobierno de Mariano Rajoy, los partidos españolistas y la
Justicia no les dejan margen.
Sólo
Unidos Podemos, que ha convocado para este domingo en Zaragoza a una
gran asamblea de cargos electos de distintas fuerzas mediadoras de toda
España, trata de construir un puente de diálogo. Su propuesta es que el
Estado permita realizar el referendo, pero que el mismo no sea
vinculante y, si triunfa el separatismo, abrir un proceso de reforma
constitucional que permita una mayor autonomía de la región o su
separación en paz.
Por el contrario,
el ministro de Economía Luis de Guindos ofreció en una entrevista que
le hizo el Financial Times más autonomía económica y un mejor sistema de
financiación para Cataluña, si desiste del referendo independentista.
Una propuesta tardía y miope.
El
temido choque de trenes estaba cantado desde que el Parlament, el 7 de
septiembre pasado aprobó las llamadas leyes de desconexión (de
convocatoria al referendo y de transición jurídica hacia la República
Catalana), aboliendo de hecho la Constitución española de 1978 y el
Estatuto de Autonomía. Esa decisión desató la metódica reacción en
cadena de Mariano Rajoy. Sin embargo, la espectacular escenificación de
la operación policial ha sido acogida por muchos catalanes como una
grave afrenta. La indignación social ha rebasado el independentismo,
para extenderse a sindicatos, rectores, estudiantes, colegios
profesionales e instituciones emblemáticas como el Fútbol Club
Barcelona.
El actual
proceso tiene su origen directo en la impugnación en 2010 por el
Tribunal Constitucional del Estatuto de Cataluña de 2006, aprobado por
los parlamentos catalán y español y refrendado por el 74% de los
votantes. Esta sentencia desautorizó a ambos parlamentos y quitó todo
valor a la manifestación democrática del pueblo catalán. Con este
antecedente se consideró delito la consulta popular del 29 de noviembre
de 2014 en la que 1.800.000 personas votaron a favor de la
independencia. Así la máxima autoridad judicial del país adquirió un
carácter partidista y perdió autoridad.
El
conflicto de fondo, empero, se remite al principio constitucional de la
“indisoluble unidad de la nación española” (Artículo 2 de la
Constitución de 1978), continuamente invocado por los centralistas, para
condenar el referendo. Sin embargo, de acuerdo al testimonio de Jordi
Solé Tura, uno de los “padres” de la Constitución, en 1985, la actual
redacción del artículo no resultó de la Asamblea Constituyente, sino de
una imposición militar y, por consiguiente, su legitimidad es dudosa. En
realidad, el artículo fue el resultado del triunfo del nacionalismo
conservador español, para el que la nación española es independiente de
la voluntad popular, sobre el “nacionalismo cívico”, que la concibe como
la asociación libre de los habitantes en ejercicio de sus derechos.
En
suma, el proceso actual ha surgido de una amplia demanda social del
pueblo de la región. Acudir a la retórica de la amenaza a la integridad
de España para neutralizar este impulso sólo puede entenderse como el
intento de la monarquía, las grandes corporaciones, la cúspide de la
Justicia y el conservadurismo desacreditado para mantener sus
privilegios a costa de la democracia. Esta tozudez veta la posibilidad
de ejercer el derecho a decidir sobre la autodeterminación por otra vía
que no sea la de la insumisión o la reforma constitucional y agudiza la
confrontación. No hay nación más sólida que la que se basa en el
consenso cívico y la justicia social. Rajoy ha cambiado el debate: ya no
es “independencia, sí o no”, sino la defensa de los derechos civiles y
políticos de todos los españoles. Los catalanistas pueden haber
extremado el reclamo por razones tácticas, pero el Presidente del
Gobierno está arriesgando la continuidad de la monarquía española y de
España misma.
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Eduardo J. Vior