La petrolera holandesa presentó
su informe sobre el consumo energético para los próximos años con un
panorama incierto. El rol de las nuevas energías y el lugar precario de
la Argentina.
Hace dos semanas Royal Dutch Shell presentó a los inversores en
Londres y Nueva York su pronóstico sobre la producción y demanda de
energía para las próximas décadas. La primera conclusión del complejo
estudio es que antes de 2030 difícilmente se alcance el pico de demanda
de petróleo. A pesar del barullo actual de los medios sobre los coches
eléctricos, Shell calcula que para 2025 recién el diez por ciento de los
automotores del mundo funcionarán con electricidad. Por eso el mamut del Mar del Norte está invirtiendo
masivamente en la producción de gas natural licuado (GNL) y ha puesto
el pie en la comercialización de electricidad. No obstante esta
previsión de largo plazo, expertos de la Agencia Internacional de la
Energía (AIE) advirtieron el lunes 18 que la generalizada falta de
inversión por los bajos precios actuales llevará hasta 2020 a la escasez
de hidrocarburos y, consecuentemente, al alza brusca de los precios,
con el consecuente perjuicio para los países y regiones castigados por
la desinversión, como Argentina.
Por su parte, otras previsiones, como la que publicó la noruega DNV
GL, ligada a la empresa estatal Statoil, sugieren que el consumo de
petróleo continuará aumentando hasta más o menos 2028, para luego
descender sostenidamente. Si se tiene en cuenta el largo plazo que
requieren las inversiones en el sector, esta prognosis puede influir
fuertemente sobre el mercado de capitales.
El bajo nivel de los precios del petróleo desde hace más de tres años
preocupa doblemente a las empresas del sector: por un lado, porque
todas han reducido sus inversiones, no saben cuándo la demanda superará
nuevamente a la oferta y temen no estar preparadas para aumentar la
producción. Al mismo tiempo, por el otro lado, necesitan saber en qué
momento dejará definitivamente de crecer el consumo de petróleo, para no
meterse en inversiones a muy largo plazo que, quizás, no reditúen. Ante
este panorama incierto, las mayores corporaciones –como Shell– buscan
apropiarse de reservas existentes, no invertir en su desarrollo, pero
tenerlas disponibles para cuando crezca la demanda. Esto es lo que todas
las empresas petroleras hacen actualmente con Brasil y Argentina, entre
otros países. Entre tanto, comienzan a diversificar sus inversiones,
para preparar la transición de modelo energético.
El mayor ejemplo de esta doble estrategia lo ha dado hace dos semanas
la propia Royal Dutch Shell, cuando después de un siglo ha decidido
poner a la venta sus acciones sobre los yacimientos petroleros de Irak,
para concentrarse en el gas natural. Al mismo tiempo, como su
competidora francesa Total está desplazando sus inversiones hacia la
producción y comercialización de electricidad, también Shell ha
aprovechado los recursos de British Gas (que compró a principios de
2016) para invertir en el mercado eléctrico británico.
Las preocupaciones por el cambio climático, el crecimiento más lento
de la población mundial, la sofisticación de la demanda, las nuevas
tecnologías que han desvinculado el aumento de la producción industrial
del de la energía y el desarrollo de nuevas fuentes energéticas han
contribuido juntos a disminuir el papel del petróleo y a marginar el
carbón.
El informe de Shell señala que muchos esperaban que durante 2016 el
crecimiento de la oferta de GNL superaría el de la demanda, pero sucedió
al contrario. China e India siguieron aumentando sus compras en el
mercado mundial y seis nuevos importadores se añadieron al mercado:
Colombia, Egipto, Jamaica, Paquistán y Polonia. Los mayores ganadores
fueron Australia y Estados Unidos, quienes aumentaron sustancialmente
sus exportaciones.
Mientras tanto, la producción argentina de petróleo y gas sigue
bajando por segundo año consecutivo y ya se encuentra al nivel de 1981, o
sea un 40% por debajo del máximo alcanzado en 1998. Antes de ser
Ministro de Energía, además de Presidente de Shell Argentina, José Luis
Aranguren era su Gerente de Distribución y Comercialización para América
del Sur. La empresa tiene su principal centro regional de licuefacción
de gas en Trinidad-Tobago. Por eso le interesa más ampliar en Argentina
sus plantas de regasificación que invertir en la producción. Si, cuando
aumenten los precios, la oferta mundial de la empresa no basta,
recurrirá también a los yacimientos existentes en el país, mientras
gastamos preciosas divisas en importar el fluido que podríamos producir.
En estas condiciones Argentina no podrá dar el paso hacia nuevas
energías, sino que deberá salir a comprarlas, aumentando así su
dependencia. La transición “ecológica” de Shell sólo servirá a sus
dueños, habitantes del Palacio Real de Amsterdam.
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Eduardo J. Vior