jueves, 21 de septiembre de 2017

Shelle vende ecología para inocentes

La petrolera holandesa presentó su informe sobre el consumo energético para los próximos años con un panorama incierto. El rol de las nuevas energías y el lugar precario de la Argentina.


Hace dos semanas Royal Dutch Shell presentó a los inversores en Londres y Nueva York su pronóstico sobre la producción y demanda de energía para las próximas décadas.  La primera conclusión del complejo estudio es que antes de 2030 difícilmente se alcance el pico de demanda de petróleo. A pesar del barullo actual de los medios sobre los coches eléctricos, Shell calcula que para 2025 recién el diez por ciento de los automotores del mundo funcionarán con electricidad. Por eso el mamut del Mar del Norte está invirtiendo masivamente en la producción de gas natural licuado (GNL) y ha puesto el pie en la comercialización de electricidad. No obstante esta previsión de largo plazo, expertos de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) advirtieron el lunes 18 que la generalizada falta de inversión por los bajos precios actuales llevará hasta 2020 a la escasez de hidrocarburos y, consecuentemente, al alza brusca de los precios, con el consecuente perjuicio para los países y regiones castigados por la desinversión, como Argentina.

Por su parte, otras previsiones, como la que publicó la noruega DNV GL, ligada a la empresa estatal Statoil, sugieren que el consumo de petróleo continuará aumentando hasta más o menos 2028, para luego descender sostenidamente. Si se tiene en cuenta el largo plazo que requieren las inversiones en el sector, esta prognosis puede influir fuertemente sobre el mercado de capitales.

El bajo nivel de los precios del petróleo desde hace más de tres años preocupa doblemente a las empresas del sector: por un lado, porque todas han reducido sus inversiones, no saben cuándo la demanda superará nuevamente a la oferta y temen no estar preparadas para aumentar la producción. Al mismo tiempo, por el otro lado, necesitan saber en qué momento dejará definitivamente de crecer el consumo de petróleo, para no meterse en inversiones a muy largo plazo que, quizás, no reditúen. Ante este panorama incierto, las mayores corporaciones –como Shell– buscan apropiarse de reservas existentes, no invertir en su desarrollo, pero tenerlas disponibles para cuando crezca la demanda. Esto es lo que todas las empresas petroleras hacen actualmente con Brasil y Argentina, entre otros países. Entre tanto, comienzan a diversificar sus inversiones, para preparar la transición de modelo energético.

El mayor ejemplo de esta doble estrategia lo ha dado hace dos semanas la propia Royal Dutch Shell, cuando después de un siglo ha decidido poner a la venta sus acciones sobre los yacimientos petroleros de Irak, para concentrarse en el gas natural. Al mismo tiempo, como su competidora francesa Total está desplazando sus inversiones hacia la producción y comercialización de electricidad, también Shell ha aprovechado los recursos de British Gas (que compró a principios de 2016) para invertir en el mercado eléctrico británico.
Las preocupaciones por el cambio climático, el crecimiento más lento de la población mundial, la sofisticación de la demanda, las nuevas tecnologías que han desvinculado el aumento de la producción industrial del de la energía y el desarrollo de nuevas fuentes energéticas han contribuido juntos a disminuir el papel del petróleo y a marginar el carbón.

El informe de Shell señala que muchos esperaban que durante 2016 el crecimiento de la oferta de GNL superaría el de la demanda, pero sucedió al contrario. China e India siguieron aumentando sus compras en el mercado mundial y seis nuevos importadores se añadieron al mercado: Colombia, Egipto, Jamaica, Paquistán y Polonia. Los mayores ganadores fueron Australia y Estados Unidos, quienes aumentaron sustancialmente sus exportaciones.

Mientras tanto, la producción argentina de petróleo y gas sigue bajando por segundo año consecutivo y ya se encuentra al nivel de 1981, o sea un 40% por debajo del máximo alcanzado en 1998. Antes de ser Ministro de Energía, además de Presidente de Shell Argentina, José Luis Aranguren era su Gerente de Distribución y Comercialización para América del Sur. La empresa tiene su principal centro regional de licuefacción de gas en Trinidad-Tobago. Por eso le interesa más ampliar en Argentina sus plantas de regasificación que invertir en la producción. Si, cuando aumenten los precios, la oferta mundial de la empresa no basta, recurrirá también a los yacimientos existentes en el país, mientras gastamos preciosas divisas en importar el fluido que podríamos producir. En estas condiciones Argentina no podrá dar el paso hacia nuevas energías, sino que deberá salir a comprarlas, aumentando así su dependencia. La transición “ecológica” de Shell sólo servirá a sus dueños, habitantes del Palacio Real de Amsterdam.

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Eduardo J. Vior