2017 lo ratificó: el que no se integra desaparece
por Eduardo J. Vior
Infobaires24
27 de diciembre de 2017
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27 de diciembre de 2017
La
intervención de Rusia en Siria desde septiembre de 2015 y el triunfo
electoral de Donald Trump en noviembre de 2016 revirtieron la
preponderancia del globalismo vigente desde 1989 e insinuaron la
posibilidad de un cierto equilibrio de poder mundial. No obstante, las
tendencias fragmentadoras siguen siendo muy fuertes y debilitan la
soberanía y la libertad de los pueblos que no se agrupan.
Trump: la fuerte estrategia de un presidente débil
“America
first”, la consigna con la que Donald Trump ganó las elecciones
presidenciales de noviembre de 2016, es el grito de rebelión de millones
de norteamericanos blancos de clase media y pobres que reaccionan
contra el empobrecimiento sufrido en los últimos 40 años con un discurso
xenófobo, racista y fundamentalista.
Tomando
el control de la Reserva Federal a partir de febrero próximo, el
presidente pretende canalizar hacia la producción la enorme riqueza
transferida a la clase alta por la reciente reforma impositiva y
subiendo las tasas de interés, busca que EE.UU. absorba los trillones de
dólares que circulan por el mundo, pero la recuperación de la economía
norteamericana requiere paz.
El caos
de los primeros meses del gobierno de Trump fue rápidamente controlado
por los militares poniendo a tres generales en los cargos clave del
gabinete y jaqueando al equipo presidencial con la investigación sobre
sus contactos rusos, pero el presidente no se rinde. Marca el curso
político desde Twitter y persevera en su diplomacia personal,
especialmente sobre Medio Oriente.
Más
débil está en Asia Oriental, donde no logra comunicar con Xi Jinping ni
Kim Jong-Un. Como, además, los generales y almirantes se salen de las
casillas por intervenir, el riesgo de un estallido nuclear sigue siendo
enorme. Los militares ya le arrancaron sensibles aumentos de la tensión
entre Afganistán y Ucrania, pero el presidente logró reducir el apoyo de
su país al terrorismo. En América Latina, en cambio, volvió la política
intervencionista desde Venezuela hasta el Atlántico Sur.
China es otra vez el Reino del Medio
Desde
el siglo VI ane. China se ha concebido a sí misma como el centro de la
civilización. Esta percepción se vio afectada por la dominación
occidental y japonesa entre 1842 y 1949, pero desde 1977 el país se
desarrolla continuadamente y hoy es la primera potencia económica
mundial. Hasta 2013 ese desarrollo dependió de las exportaciones. Sin
embargo, el gran crecimiento produjo una creciente desigualdad social y
regional, la aparición de un enorme sector financiero en las sombras y
el desborde de la corrupción.
Desde
que Xi Jinping asumió la presidencia en 2013, la jerarquía comenzó a
mutar en una burguesía algo más ordenada. El combate contra la
corrupción marcha desde entonces de la mano de la mejoría de las
condiciones de vida de la población y del disciplinamiento del sector
financiero. Al mismo tiempo, en esferas concéntricas, China amplía su
influencia mundial. Mediante la Nueva Ruta de la Seda desde hace casi
cinco años realiza gigantescas inversiones en infraestructura
ferroviaria y marítima, para unir Eurasia y reducir los costos de
transporte. Este programa es financiado desde el Banco Asiático de
Inversión en Infraestructura (AIIB, por su sigla en inglés) y completado
por los BRICS y un sinfín de acuerdos bi- y multilaterales. La
progresiva sustitución del dólar como divisa de referencia y el abandono
de los combustibles fósiles en septiembre pasado están confinando a
EE.UU. a un ámbito meramente continental.
Después
del exitoso 19º Congreso del Partido Comunista, que se celebró también
en septiembre pasado, China se presenta como una potencia mundial y como
un garante de los bienes públicos globales en base a asociaciones
mutuamente provechosas. Claro que para beneficiarse de ellas, hay que
negociar colectivamente y nunca aislado.
Rusia regresa a los mares del mundo
Desde
que Vladimir Putin puso en vigor la nueva Doctrina de Política Exterior
de la Federación, el 1º de diciembre de 2016, Rusia ha regresado a
todos los mares del mundo. Con esta metáfora se hace referencia a la
recuperación de su rango internacional.
A
partir del éxito en Siria y del acercamiento a Turquía e
Irán, Rusia se ha convertido en interlocutor central para instaurar una
paz negociada en Medio Oriente y, para subrayarlo, hace pocos días ha
confirmado su intención de ampliar sus bases en la costa de Siria. Trump
tiene en cuenta su peso.
La
estrategia mundial de Vladimir Putin se basa en las exportaciones de
hidrocarburos y armas. Al mismo tiempo, el potente desarrollo de su
flota de guerra ha dado a Rusia presencia en todos los mares del mundo.
Ante
las sanciones europeas y la amenaza de la OTAN en los países bálticos y
en Ucrania, Rusia ha girado hacia Asia y buscado la alianza china. Al
mismo tiempo Putin se ha comprometido a buscar una solución negociada en
Corea, mientras profundiza su alianza con Venezuela y retoma el vínculo
con Cuba.
El que no se agrupa, desaparece
Mientras
los estados que se integran y asocian progresan, los que se encierran
en sí mismos se desintegran. El Brexit puso al Reino Unido al borde de
la disolución, mientras que España sólo pudo aventar la secesión de
Cataluña con una represión que la elección del 21 de diciembre demostró
ser de muy corto alcance.
El golpe
de estado parlamentario en Brasil en 2016 y la instauración de un Estado
colonial autoritario en Argentina coinciden con su desaparición de la
escena mundial. Tuvo que viajar el Papa Francisco a Myanmar, para que
los militares birmanos entendieran que sólo podrían contener el
separatismo rohingya mediante un acuerdo regional. Del mismo modo, la
sempiterna crisis en la República Democrática del Congo –corazón del
continente- sólo podrá resolverse mediante la participación de todos los
países de África Central.
La
decadencia norteamericana no comenzó en 2017, pero la llegada de Donald
Trump a la Casa Blanca y su retórica nacionalista la evidenciaron.
EE.UU, renunció a ser potencia y modelo mundial, para consolidar su
poder dentro del Continente Americano. EE.UU., Rusia y China pujan por
consolidarse como estados continentales. Sudáfrica, Irán e India los
siguen como estados regionales. Alemania, en tanto, busca mantener unida
la Unión Europea. El resto del mundo se debate en su incapacidad para
integrarse y asegurar una vida decente para sus ciudadanos. El que no se
asocia desaparece.
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Eduardo J. Vior