jueves, 30 de agosto de 2018

EL bilateralismo avanza por América Latina

Trump aplasta a México y arrincona a Canadá

El presidente norteamericano aprovecha la transición de Peña Nieto a López Obrador, para imponer un acuerdo comercial bilateral que margina a Trudeau
por Eduardo J. Vior
Infobaires24
29 de agosto de 2018
Eduardo J. Vior
México y EE.UU. anunciaron el pasado lunes 27 que alcanzaron un entendimiento, para sustituir el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) por un nuevo pacto bilateral. Así lo anunció el presidente estadounidense, Donald Trump, desde su despacho oval. El nuevo acuerdo tiene ribetes proteccionistas, especialmente de la industria automotriz y el mercado laboral estadounidense, que preanuncian nuevos conflictos comerciales con Europa y Asia. El futuro gobierno mexicano, en tanto, ya ha anunciado que hará revisar las cláusulas sobre la producción de hidrocarburos, para proteger a industrias mexicanas. O sea que el entendimiento está lejos de ser definitivo, aunque ya lleva claramente el sello de Donald Trump.
“Después de duras negociaciones el TLCAN ahora se llamará Acuerdo comercial entre EE.UU. y México”, dijo Trump, mientras se comunicaba telefónicamente con el presidente mexicano. Según el mandatario estadounidense, este anuncio representa el final formal del TLCAN, dando paso al nuevo pacto que se podría firmar a finales de noviembre, unos días antes de la trasmisión del mando en México. “Es un trato increíble para ambas partes”, afirmó el mandatario estadounidense, que calificó el acuerdo como “realmente bueno”.
Sin embargo, un tema que cobró relevancia fue la ausencia de Canadá. “Ya veremos si tratamos un acuerdo aparte con Canadá o uno más sencillo”, dijo Trump a Peña Nieto durante la conversación telefónica que sostuvieron ante los medios. “Si Canadá quiere negociar de manera justa, Estados Unidos hará lo mismo”, sentenció el presidente estadounidense quien también reconoció el trabajo conjunto de gobierno saliente de Peña Nieto y el presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador, durante el proceso de negociación.
El TLC (Nafta, en sus siglas en inglés) constituye una zona libre de comercio en la que viven 450 millones de personas y que mueve más de un billón de dólares al año. Trump llegó a la Casa Blanca tachándolo de “peor acuerdo de la historia”, culpable de la desindustrialización de Estados Unidos (por la competencia con costes más baratos).
Las negociaciones comenzaron en agosto de 2017 bajo la amenaza de ruptura y llenas de crispación por los continuos ataques del mandatario estadounidense a su vecino del sur por la inmigración. En los últimos meses, sin embargo, la victoria electoral de Andrés Manuel López-Obrador, por quien el republicano expresa una sorprendente simpatía, ha allanado el camino al consenso, al igual que la presión de las empresas estadounidenses, muy golpeadas ya por la guerra comercial con China y preocupadas por los efectos de una ruptura del TLC. En noviembre, además, se celebran las elecciones legislativas, a las que Trump quiere llegar con una de sus promesas estelares en vías de cumplimiento.
En los últimos meses, las negociaciones comerciales en torno al TLCAN habían estado paradas, principalmente, por desacuerdos en el sector automotriz. Sin embargo, en la última semana, el equipo negociador mexicano cedió ampliamente a la presión de EE.UU.
La oficina de Representación Comercial estadounidense planea presentar la carta sobre el acuerdo en el Congreso antes de que finalice esta semana. Tras este trámite, deben transcurrir legalmente 90 días, para que el Gobierno pueda firmar el acuerdo y se apruebe en las Cámara. Para entonces podría haberse incorporado Canadá.
Las líneas maestras del entendimiento se basan sobre todo en el sector de la automoción, sobre el que Washington ha logrado que los automóviles contengan un 75% de componentes norteamericanos, para que puedan considerarse producto local (ahora es del 62%) y que entre el 40% y el 45% esté hecho por trabajadores que ganen al menos 16 dólares la hora. Además, la vigencia del acuerdo será de 16 años, prorrogable a otros 16, y se revisará cada seis años.
El presidente mexicano saliente agradeció la “voluntad política y personal” de su homólogo estadounidense; celebró el trabajo de su equipo negociador, encabezado por Robert Lightizer y el acompañamiento de la Casa Blanca, en la figura de Jared Kushner, yerno de Trump y el principal enlace de la Administración con México por su buena relación con el canciller, Luis Videgaray. De hecho, el canciller mexicano ya tiene en cartera un contrato para trabajar en Wall Street después del 1º de diciembre que –dicen las malas lenguas- fue mediado por el yerno del presidente norteamericano.
Un portavoz del Gobierno canadiense celebró el “progreso” en la negociación entre EE.UU. y México como un “requisito necesario” para el acuerdo trilateral, pero aclaró que sólo firmarán un TLC que sea “bueno para Canadá y para las clases medias”. Aunque las autoridades canadienses sean muy recatadas, es evidente su descontento por haber sido apartados durante estas cinco últimas semanas de negociación. Ahora toda la presión se traslada a Ottawa: o acepta unas reglas en cuya negociación no participó o se queda fuera del nuevo marco comercial norteamericano o negocia un nuevo acuerdo bilateral con Washington que luego habrá que engarzar con el anunciado este lunes. O sea que, aunque el TLCAN sobreviva jurídicamente, se habrá convertido en una combinación de dos acuerdos bilaterales.
Después de la victoria electoral del 1º de julio Andrés Manuel López Obrador nombró un equipo de asesores liderado por Jesús Seade, para que se incorporaran a las conversaciones con EE.UU. De hecho, desde entonces las negociaciones se han acelerado. El apoyo del futuro presidente es determinante, porque toda modificación del TLCAN debe ser aprobada por el Senado mexicano en el que Morena y sus aliados tienen la mayoría. Todavía el jueves pasado Seade reclamó que en la ulterior negociación del acuerdo se respeten los derechos soberanos de México sobre su sector energético.
El estilo de Trump es brutal, pero efectivo: sólo negocia bilateralmente, aprovechando las debilidades de sus interlocutores para exigir el máximo y luego hacer concesiones. Si este entendimiento se convierte en acuerdo, indudablemente –como alarman los globalistas- aumentará el precio de los vehículos producidos en ambos países. También es probable que, para defender su mercado automotriz de la competencia asiática y europea, Washington introduzca nuevas barreras arancelarias. Si esta política se mantiene en el tiempo, al menos las tres grandes de Detroit (Ford, Chrysler y General Motors) adquirirán una posición monopólica que no necesariamente redundará en aumentos de producción. De todos modos, en las condiciones actuales de pleno empleo (la tasa de desocupación ronda el tres por ciento) cualquier incremento de la producción y/o la distribución implicará atraer trabajadores inmigrantes. Pero ésta es otra negociación que Trump deberá mantener con López Obrador y que también aspira a ganar.

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Eduardo J. Vior