Asia: ¿un año de guerras?
Año 6. Edición número 293. Domingo 29 de Diciembre de 2013
Los focos de tensión geopolíticos más importantes
del mundo se están registrando en los mares circundantes a China.
La concentración de conflictos en Asia oriental confirma el
desplazamiento del centro de la política mundial a los mares en torno de
China, pero con un alto riesgo de guerra
La visita del primer ministro japonés Shinzo Abe al santuario militar de
Yazukuni, el pasado jueves 26, en el que yacen miles de militares
muertos durante la Segunda Guerra Mundial, entre ellos 14 criminales de
guerra condenados en los procesos de Tokio en 1946, suscitó un escándalo
internacional, dando pábulo al temor de los países vecinos de que con
el resurgimiento económico Japón vuelva al militarismo fascista y reveló
cuán cerca está Asia oriental de un estallido general.
En la creciente conflictividad en torno de los mares litorales de China se combinan tres tipos de factores: a) estructurales, dados por los recursos naturales de la región y las consecuencias económicas de su situación geopolítica; b) conflictos regionales heredados; c) la agudización de los nacionalismos regionales, del imperialismo norteamericano y del socialismo norcoreano. Mientras que el primero y el segundo punto pueden ser circunscriptos por negociaciones racionales, el tercero puede hacer estallar una cadena de explosiones de alcances inimaginables.
Seis países litorales (China, Japón, Corea del Sur, Filipinas Taiwán y Vietnam) han establecido zonas económicas yuxtapuestas en los mares del este y sur de China, un área riquísima en hidrocarburos y gas natural, a través de la cual fluyen bienes comerciales por miles de billones de dólares. A esta competencia económica se suman los frecuentes litigios de soberanía nipo-chinos por el control de las islas que los primeros llaman Senkaku y los segundos Diaoyu y los numerosos conflictos por el control de las islas e islotes del Mar Meridional de China entre ésta y sus vecinos australes. Sin embargo, a pesar de su complicación, estos conflictos pueden encaminarse conciliando los intereses de las partes.
A los conflictos por intereses se suman los heredados de épocas coloniales o de la Guerra Fría. La península coreana sigue dividida entre dos Estados enemigos que periódicamente se aprestan a guerrear con el riesgo de incendiar el mundo por el arsenal norcoreano de armas nucleares y las complejas alianzas en las que los contendientes se escudan. En el estrecho de Formosa la República Popular de China y Taiwán viven en estado de guerra permanente desde el establecimiento de la primera en 1949. Resultado de la guerra sino-japonesa de 1894, los islotes de Diaoyu/Seikaku alimentan de a ratos la enemistad entre ambos países. A su vez, como herencia del expansionismo chino hasta el siglo XIX, los islotes del Mar Meridional generan choques reiterados entre China, Filipinas y Vietnam.
Esta situación de por sí difícil se ha visto empeorada recientemente por el “pivote” norteamericano y el auge de los nacionalismos. La nueva estrategia norteamericana de “pivotar” sobre la región de Asia y el Pacífico, incluyendo una intensa actividad diplomática, un renovado despliegue militar y la articulación de la Alianza Transpacífica (TPP, por su sigla en inglés) puede convertir una de las regiones comerciales más importantes del globo en un campo de conflictos sin fin.
A esta iniciativa se suman los nacionalismos reavivados. Al visitar el jueves el santuario militar de Yasukuni probablemente el primer ministro japonés Shinzo Abe haya querido mostrar a China que no admite la declaración de zona aérea exclusiva sobre el Mar Oriental, pero puso los nervios de sus vecinos de punta y preocupó a sus aliados norteamericanos. Quienes conocen al primer ministro en el gobierno desde hace un año dicen que midió los riesgos con cuidado. “No importa si los norteamericanos están molestos, porque seguirán siendo nuestros aliados”, cita un diplomático japonés el pensamiento de Abe. “Los problemas del pueblo japonés están en la economía, sus ingresos y el bienestar social, no en la política exterior”, continúa.
Hasta hace pocos meses, el primer ministro nipón todavía no quería empañar las relaciones con China, pero después de que ésta declaró la zona aérea exclusiva sobre el Mar Oriental, incluyendo las islas en litigio, ya no le importó más. A su vez, Xi Jinping acude crecientemente a una retórica nacionalista para reforzar la unidad del partido y del Estado, ante las demandas sociales y las polémicas dentro de la elite sobre cómo satisfacerlas.
Ninguno de ambos contendientes logró mucho tensando los músculos. La declaración china condujo a una mayor presencia norteamericana en el Mar Oriental y casi a choques navales. El gesto de Abe, a su vez, le acarreó un tirón de orejas de Washington y una protesta de Seúl que debilitó las chances de coordinar las iniciativas ante Corea del Norte.
En Pyongyang, la resolución de la lucha por el poder entre el joven líder Kim Jong-un, que asumió en 2011 como hijo más joven del tempranamente fallecido Kim Jong-il, y su tío Chang Song-thaek, ejecutado recientemente por “traición”, redujo la extrema tensión que se vivió en la península en la primera mitad de 2013. No obstante, observadores surcoreanos señalan un aumento de la influencia militar sobre el jefe máximo y el riesgo de que en los próximos meses se produzcan nuevas provocaciones militares contra el Sur. Un escenario altamente probable, si se tiene en cuenta la paranoia con la que la conducción en Pyongyang a lo largo de los años ha reaccionado a cada intento de sus vecinos por influir sobre su política. Los posicionamientos de Abe no ayudan precisamente a calmar a sus vecinos.
Ante la acumulación de conflictos en la región, expertos del Council for Foreign Policy han elaborado un paquete de recomendaciones para reducir la tensión: que los países compartan sus recursos naturales, incentiven la comunicación entre sus fuerzas armadas, articulen redes diplomáticas multilaterales que sirvan para tratar los conflictos.
Todas estas fórmulas sirven para controlar conflictos motivados racionalmente por intereses, pero son poco eficaces ante las emociones que necesita movilizar el nacionalismo fascista de Abe como instrumento para reactivar la confianza de inversores y consumidores japoneses, el militarismo estadounidense que ha trasladado al Pacífico Norte la estrategia hegemónica desarrollada en el Atlántico Norte desde mediados del siglo XX, la necesidad de la elite comunista china de convocar a su pueblo a cerrar filas como modo de controlar las varias crisis que recorren el país y, por supuesto, ante la urgencia del joven líder norcoreano Kim Jong-um de unificar la elite de poder de su país.
Como lo formuló Barack Obama al presentar su estrategia de “pivotar en el Pacífico”: “El futuro al que aspiramos en la región de Asia y el Pacífico se basa en ofrecer seguridad, prosperidad y dignidad para todos y que no haya ninguna duda: los Estados Unidos estarán involucrados en todos los temas en la región de Asia y el Pacífico en el siglo XXI”.
Involucrándose en una región volcánica en erupción, los Estados Unidos abren nuevos cráteres para que la lava fluya e invada todo. Asia oriental necesita un cordón sanitario para evitar que nuevos actores se inmiscuyan y agua fría para bajar la combustión. De lo contrario, su explosión puede ser más fuerte que la de la central nuclear de Fukuyima.
En la creciente conflictividad en torno de los mares litorales de China se combinan tres tipos de factores: a) estructurales, dados por los recursos naturales de la región y las consecuencias económicas de su situación geopolítica; b) conflictos regionales heredados; c) la agudización de los nacionalismos regionales, del imperialismo norteamericano y del socialismo norcoreano. Mientras que el primero y el segundo punto pueden ser circunscriptos por negociaciones racionales, el tercero puede hacer estallar una cadena de explosiones de alcances inimaginables.
Seis países litorales (China, Japón, Corea del Sur, Filipinas Taiwán y Vietnam) han establecido zonas económicas yuxtapuestas en los mares del este y sur de China, un área riquísima en hidrocarburos y gas natural, a través de la cual fluyen bienes comerciales por miles de billones de dólares. A esta competencia económica se suman los frecuentes litigios de soberanía nipo-chinos por el control de las islas que los primeros llaman Senkaku y los segundos Diaoyu y los numerosos conflictos por el control de las islas e islotes del Mar Meridional de China entre ésta y sus vecinos australes. Sin embargo, a pesar de su complicación, estos conflictos pueden encaminarse conciliando los intereses de las partes.
A los conflictos por intereses se suman los heredados de épocas coloniales o de la Guerra Fría. La península coreana sigue dividida entre dos Estados enemigos que periódicamente se aprestan a guerrear con el riesgo de incendiar el mundo por el arsenal norcoreano de armas nucleares y las complejas alianzas en las que los contendientes se escudan. En el estrecho de Formosa la República Popular de China y Taiwán viven en estado de guerra permanente desde el establecimiento de la primera en 1949. Resultado de la guerra sino-japonesa de 1894, los islotes de Diaoyu/Seikaku alimentan de a ratos la enemistad entre ambos países. A su vez, como herencia del expansionismo chino hasta el siglo XIX, los islotes del Mar Meridional generan choques reiterados entre China, Filipinas y Vietnam.
Esta situación de por sí difícil se ha visto empeorada recientemente por el “pivote” norteamericano y el auge de los nacionalismos. La nueva estrategia norteamericana de “pivotar” sobre la región de Asia y el Pacífico, incluyendo una intensa actividad diplomática, un renovado despliegue militar y la articulación de la Alianza Transpacífica (TPP, por su sigla en inglés) puede convertir una de las regiones comerciales más importantes del globo en un campo de conflictos sin fin.
A esta iniciativa se suman los nacionalismos reavivados. Al visitar el jueves el santuario militar de Yasukuni probablemente el primer ministro japonés Shinzo Abe haya querido mostrar a China que no admite la declaración de zona aérea exclusiva sobre el Mar Oriental, pero puso los nervios de sus vecinos de punta y preocupó a sus aliados norteamericanos. Quienes conocen al primer ministro en el gobierno desde hace un año dicen que midió los riesgos con cuidado. “No importa si los norteamericanos están molestos, porque seguirán siendo nuestros aliados”, cita un diplomático japonés el pensamiento de Abe. “Los problemas del pueblo japonés están en la economía, sus ingresos y el bienestar social, no en la política exterior”, continúa.
Hasta hace pocos meses, el primer ministro nipón todavía no quería empañar las relaciones con China, pero después de que ésta declaró la zona aérea exclusiva sobre el Mar Oriental, incluyendo las islas en litigio, ya no le importó más. A su vez, Xi Jinping acude crecientemente a una retórica nacionalista para reforzar la unidad del partido y del Estado, ante las demandas sociales y las polémicas dentro de la elite sobre cómo satisfacerlas.
Ninguno de ambos contendientes logró mucho tensando los músculos. La declaración china condujo a una mayor presencia norteamericana en el Mar Oriental y casi a choques navales. El gesto de Abe, a su vez, le acarreó un tirón de orejas de Washington y una protesta de Seúl que debilitó las chances de coordinar las iniciativas ante Corea del Norte.
En Pyongyang, la resolución de la lucha por el poder entre el joven líder Kim Jong-un, que asumió en 2011 como hijo más joven del tempranamente fallecido Kim Jong-il, y su tío Chang Song-thaek, ejecutado recientemente por “traición”, redujo la extrema tensión que se vivió en la península en la primera mitad de 2013. No obstante, observadores surcoreanos señalan un aumento de la influencia militar sobre el jefe máximo y el riesgo de que en los próximos meses se produzcan nuevas provocaciones militares contra el Sur. Un escenario altamente probable, si se tiene en cuenta la paranoia con la que la conducción en Pyongyang a lo largo de los años ha reaccionado a cada intento de sus vecinos por influir sobre su política. Los posicionamientos de Abe no ayudan precisamente a calmar a sus vecinos.
Ante la acumulación de conflictos en la región, expertos del Council for Foreign Policy han elaborado un paquete de recomendaciones para reducir la tensión: que los países compartan sus recursos naturales, incentiven la comunicación entre sus fuerzas armadas, articulen redes diplomáticas multilaterales que sirvan para tratar los conflictos.
Todas estas fórmulas sirven para controlar conflictos motivados racionalmente por intereses, pero son poco eficaces ante las emociones que necesita movilizar el nacionalismo fascista de Abe como instrumento para reactivar la confianza de inversores y consumidores japoneses, el militarismo estadounidense que ha trasladado al Pacífico Norte la estrategia hegemónica desarrollada en el Atlántico Norte desde mediados del siglo XX, la necesidad de la elite comunista china de convocar a su pueblo a cerrar filas como modo de controlar las varias crisis que recorren el país y, por supuesto, ante la urgencia del joven líder norcoreano Kim Jong-um de unificar la elite de poder de su país.
Como lo formuló Barack Obama al presentar su estrategia de “pivotar en el Pacífico”: “El futuro al que aspiramos en la región de Asia y el Pacífico se basa en ofrecer seguridad, prosperidad y dignidad para todos y que no haya ninguna duda: los Estados Unidos estarán involucrados en todos los temas en la región de Asia y el Pacífico en el siglo XXI”.
Involucrándose en una región volcánica en erupción, los Estados Unidos abren nuevos cráteres para que la lava fluya e invada todo. Asia oriental necesita un cordón sanitario para evitar que nuevos actores se inmiscuyan y agua fría para bajar la combustión. De lo contrario, su explosión puede ser más fuerte que la de la central nuclear de Fukuyima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Estimad@s lector@s:
Este es un blog moderado. Sus comentarios serán evaluados antes de la publicación, para evitar spam.
Agradezco su atención.
Eduardo J. Vior